22 Feb Cris Morena: “siempre me sentí distinta, rara”
Por Andrea Frigerio
Talentosa, trabajadora y sensible, la versátil Cris Morena sostuvo un diálogo emotivo con Andrea Frigerio en Las Garzas, Laguna Garzón, en el que define la vida como “una incertidumbre total”, se muestra en búsqueda constante de aprendizajes y anticipa proyectos.
–Si yo te digo Av. Figueroa Alcorta 3024, ¿qué te dispara?
–Mi hogar, mi familia. Ése era un edificio de diez pisos de mi abuelo. En el noveno piso vivían mis abuelos y en el décimo, nuestra familia. Y el ascensor era maravilloso porque tenía espejo de un lado y del otro, entonces te veías multiplicada. Y como vivía gente grande y muy tranquila, yo lo detenía en el piso que quería, me cambiaba de ropa, la guardaba en un bolsito y la ponía en un sillón que había en la entrada. Después me volvía a cambiar para llegar a mi casa. Ahí hacía de actriz, me veía. Millones, miles de Cris. Y también me di mi primer beso. Por eso Juan [Carlos Mesa] lo utilizó en Mesa de noticias.
–¿Qué tenés de tu papá y qué de tu mamá?
–De mi papá tengo voluntad, perseverancia, integridad y amor por el trabajo. Papá era ingeniero, y además era espléndido. Y de mi mamá el amor a la vida. Mamá, Rosa Jan, vive. Es una persona de 90 años inmensamente vital. Es socióloga. Ahora se dedica más a leer y estar tranquila en su casa, pero tiene una manera de ver a la mujer que pocas veces vi. Era muy creativa.
–¿Cómo eras de chica?
–No me gustaba la siesta. En los veranos, si no dormías te encerraban en la biblioteca de mi abuelo con libros, un piano y una máquina de escribir. Yo me pasaba tres horas tocando con los dedos el piano, leyendo Selecciones del Reader’s Digest, libros de Marx, de todo.
–¿Cómo empezaste a actuar?
–Ser actriz no fue una elección. Fue la vida. Yo estaba jugando en la plaza con mi hija y la directora del jardín de mi hija me dijo que había faltado la protagonista para una obra. Ése fue mi comienzo.
–Pero antes de eso fuiste modelo…
–También. Un vecino del edificio tenía una revista y siempre le pedía a mi mamá que le dejara hacerme fotos. Ella decía que no, que era muy chica, pero a mí me divertía. Un día bajé con el señor en el ascensor y le dije que quería hacerlas. Y me hizo unas fotos divinas. Después me llamaron de una agencia de publicidad porque necesitaban gente.
–¿Cómo viviste los 70?
–Lo conocí a Gustavo [Yankelevich, productor de televisión], me casé y enseguida tuve a Romina. Ahí la moda y la publicidad ya me aburrían.
–¿En qué momento pasaste a ser productora?
–En Jugate conmigo. Fue una idea maravillosa que tenía que ver con libertad, rebelión, enchastre y unos juegos divertidísimos. Ahí Romina empezó a trabajar conmigo. Y muchos de los chicos de Jugate… hoy son reconocidos actores como Luciano Castro o Michel Brown, que es un artista importantísimo en el mundo. El programa duró cinco años. Ésa fue la última vez que hice cámara.
–¿Por qué siempre trabajaste en productos vinculados con los chicos y los adolescentes?
–Tengo un respeto profundo por los niños y por los adolescentes. Para mí, el niño es un hombre y me parece que esa mirada falta muchísimo. Falta en la educación, en los colegios, falta en la vida. El respeto no es del joven al adulto: el adulto es el que marca la línea. Falta respeto en cuanto al cuidado, a la contención. Amo a los chicos y los adolescentes porque me parece que es la edad más maravillosa que existe. Me entiendo mejor con ellos que con los adultos.
–¿Qué nos pasa a las personas cuando crecemos?
–Nos olvidamos de que fuimos niños y nos transformamos en algo que no sabría explicarte qué es. Generalmente perdemos. En una canción de Chiquititas yo hablaba de eso. Si perdés tu chiquitita, te perdés. Está en el fondo de tu corazón y yo creo profundamente en eso. Mi chiquitita es mi salvadora, es mi mejor yo, es mi esencia, mi alma.
–¿Sos miedosa?
–Sí, tengo miedo. A no poder volver a crear, a que se me apague la luz. Siempre le pido inspiración a Dios. A veces me dicen que tengo que vaciarme para poder llenarme de vuelta, porque hago muchas cosas. Jamás trabajé por encargo, las cosas me brotan. Estoy en una búsqueda permanente de aprender.
–¿Le temés a la muerte?
–A partir de lo que pasó con Romina perdí totalmente el miedo a la muerte. Me di cuenta de que todo es impredecible, de que la vida es una incertidumbre total. Es dificilísimo sentir eso, porque uno piensa que todo va a quedar establecido, que lo bueno no va a cambiar, pero tenés que aceptarlo. Seguramente lo que deba ser será lo mejor que va a pasar.
–¿Soñás con reencontrarte con ella?
–Sí, sueño con volver a encontrar a Romina. Antes de que pasara lo de Ro, yo tuve un año malísimo. No económicamente ni a nivel profesional, pero emocionalmente estaba devastada. Después supe que mi alma se había adelantado y ya transitaba el duelo. Por eso cuando pasó lo de Ro sentí que la mitad de mis entrañas estaban en otro lado. Yo la amé, la deseé con toda mi alma, no fui una persona que se quedó embarazada de casualidad. Sé perfectamente cuándo fue, cómo fue, en qué abrazo quedé embarazada de mi hija y de mi hijo también. Y, bueno, fue fuerte.
–¿Cómo es la relación con tus nietos?
–Es bárbara. Estoy muy presente. Tengo un nieto que se llama Inti que está viviendo en Miami con Sofía [Reca, esposa de Tomás Yankelevich]. Y tengo mucha relación con los hijos de Romina. Soy la que los lleva a sus tareas extracurriculares.
–¿Te preguntan cosas de Romina?
–Todo el tiempo hablamos de Romina y vemos Rincón de
luz. Mi nieta me dice: “Abuela, ¿me ponés Rincón de luz? Pero no llores”. Eso desde que tenía cuatro años. Ahora ya no me lo dice más porque la vida hace que no llore todo el tiempo.
–¿Te preguntaste por qué pasó lo de Romina?
–No, no mucho. No me pregunté el porqué, porque era imposible encontrar una respuesta. Me pregunté para qué. Y me parece que fue para que muchos de los que estábamos a su alrededor tomáramos impulsos de cosas nuevas. Romina abrió un portal a la libertad, al no miedo.
–¿Te hace mal hablar de Romina?
–No. A veces me pongo un poco nostálgica y melancólica, pero yo la siento en otro tipo de presencia. Igual que Gustavo. Sentimos que todo el tiempo nos está mandando señales. Infinidad de señales. Cuando estoy un poco más oscura, ahí la pierdo. Ahora estoy segura de que está.
–¿Tenés un proyecto vinculado a la educación?
–La educación escolar quedó frente a una grieta con lo tecnológico, que avanza de una manera infernal. La mayoría de los chicos aquí y en el mundo van a colegios que están en un atraso de 200 años. Estoy haciendo mucha investigación sobre todos los procesos de innovación que hay en el mundo.
LA NACION