07 Feb Chicos en las redes sociales o cómo huir de los adultos
Por Laura Reina
niela Lepiscope no entendía por qué cuando entraba al perfil que Valentina tiene en Instagram le aparecían en la pantalla comentarios y fotos que ella no reconocía como de su hija. “Es que le presté mi usuario a Paz y ella me prestó el suyo. Lo hicimos porque yo bardeo mejor”, fue la respuesta casi críptica de la adolescente de 12 años. “¿Bardeo mejor? Te dije que por las redes no quiero que insultes porque queda horrible”, le recordó Daniela. “Ay, ma, bardear no es insultar. Es responder de forma sagaz”, retrucó.
Además de prestarles su usuario a las amigas, donde adoptan la identidad -al menos virtual- de la otra, Valentina también le contó a su mamá que inventa perfiles de gente que no existe para llamar la atención de unos chicos que juegan al rugby y que cambia la contraseña de acceso a su perfil de Instagram y Snapchat casi a diario. Daniela la escucha con atención y trata de comprender un poco más acerca de ese universo que habita su hija en Internet y del que ella está prácticamente excluida: desde que le dieron a Valentina su primer celular, a fines del año pasado, Daniela asegura que es imposible acceder a ese mundo paralelo que los adolescentes construyen, lejos de las miradas indiscretas de los adultos, en las redes sociales.
“Antes era más fácil porque compartíamos la computadora y podía ver a qué sitios accedía y lo que subía. Pero ahora con los teléfonos es incontrolable. Las redes sociales son zona restringida para los adultos porque aunque no te bloqueen y puedas ver lo que escriben y postean, es difícil seguir su lógica comunicativa -sostiene-. Ellos tienen códigos que no entendés. De hecho, la mayoría de las veces los comentarios terminan en un «lo seguimos en privado». Y en privado es por WhatsApp, que es la forma que encuentran de bloquearte”, plantea Daniela, que trabaja en una empresa química.
Las redes sociales son el nuevo espacio de autonomía de los chicos. Mucho antes de dejar la casa familiar, se independizan sin moverse de su habitación. No hace falta: su autonomía cada vez más precoz no es física, sino virtual. “En el siglo XX para independizarte había dos caminos: graduarse, conseguir un empleo e irse, o casarse. Ahora la independencia se logra cuando los chicos tienen acceso irrestricto a las redes. Es un espacio que sienten como propio. Es el territorio donde están ellos y su grupo de amigos y donde los adultos no tienen participación. Las redes le dieron a esta generación una autonomía que los jóvenes del siglo XX no tuvieron”, sostiene Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación y autora de Los chicos y las pantallas.
Un dato que confirma esta autonomía precoz es que 7 de cada 10 chicos no pide permiso para sacar una cuenta en una red social y sólo el 13% de los padres acompañaron a sus hijos mientras abrían un perfil, según una reciente encuesta a nivel nacional elaborada por Unicef sobre acceso, consumo y uso de los adolescentes en las redes sociales. El mismo estudio sostiene que el 43% de los niños, niñas y adolescentes sacaron su primera cuenta antes de los 13 años. Y que el 42% de los chicos de 12 y 13 mintieron sobre su edad.
Está claro que los adolescentes no están dispuestos a ceder terreno en un mundo que consideran ciento por ciento suyo. Esta intransigencia explica en gran parte la migración de Facebook (la red social más utilizada por los mayores de veintipico) hacia otras como Instagram y Snapchat, territorios bastante menos habitados por el mundo adulto. “Snapchat e Instagram son percibidas por los chicos como aquellas que los adultos no manejan y entonces migran hacia ellas. Además, el mundo de las imágenes, de las fotos y los microvideos es muy seductor para este público adolescente”, asegura Mariela Reiman, directora de Chicos.net, una asociación civil que promueve la inclusión digital de niños y adolescentes. Y Morduchowicz agrega: “Los chicos van cambiando de redes tratando de escapar de sus padres: de Facebook a Instagram, de Instagram a Snapchap… Ellos saben que en Facebook están los adultos, entonces buscan otras alternativas para comunicarse con su grupo de amigos”.
Dante Calissano tiene 16 años y es el menor de tres hermanos: Martín, de 24 y Renata, de 21.Usa Instagram y Snapchat para estar en contacto con sus amigos. También tiene perfil en Facebook, aunque su cuenta es un resabio casi prehistórico de su vida digital. “La saqué a los 8 o 9 años por los jueguitos y me quedó. Pero ni la uso. Aparecieron nuevas redes que son más divertidas y que te ofrecen otras cosas. No comparto nada en las redes con mis padres y ellos tampoco me lo pidieron. Además, sólo usan Facebook, las demás no las manejan”, dice Dante, que configuró sus perfiles para que sean privados, lejos de las miradas indeseadas.
Belén Bouzas, la mamá de Dante, explica que con su marido Carlos eligen respetar la privacidad de sus tres hijos. “Son adolescentes y no quieren ser monitoreados o ruteados todo el tiempo. Desean y necesitan su privacidad y está perfecto. Además, Dante tiene un manejo absoluto de las redes que sinceramente yo no puedo seguir -dice Belén-. Lo que sí hacemos es una bajada de línea general sobre los peligros porque una cosa es la no invasión y otra la indiferencia. Si hay algo que veo que no me gusta no lo dejo pasar”, asegura.
Por años, Juliana Piagio, de 16, bloqueó a sus padres en Instagram. Estaba de novia y no quería que vieran las fotos que subía con su chico. Pero ni bien cortó la relación los aceptó. “De vez en cuando me likean alguna foto. No tengo problema que vean algo que pongo y si tengo problema directamente no lo subo -dice-. Pero tengo amigas que les dicen que no tienen Instagram pero sí tienen o les muestran una cuenta que no pasa nada y abren otras con nombres falsos donde suben fotos más hot y los papás no lo descubren porque son recolgados y muchas veces ni entienden cómo se usan esas redes”.
Pero aún cuando muchos padres están atentos a lo que hacen sus hijos en esos espacios virtuales que no son ni Facebook ni Twitter -donde se mueven con cierta seguridad- se rinden ni bien se adentran en el territorio resbaladizo de Instagram y Snapchat. Y ese desconcierto es aprovechado al máximo por los chicos para ganar mayor independencia. Daniela Lepiscope, la mamá de Valentina, confiesa que todavía no entiende la red de videos que “desaparecen” al poco tiempo de ser vistos . “Te ponen un puntaje que no sé qué significa, es rarísimo. Valentina es 1504. Creo que llegás a esa cifra haciendo un test, pero sinceramente no logro entenderlo”, reconoce Daniela acerca de la puntuación que la app asigna por la cantidad total de snaps que el usuario ha enviado y recibido. Cuanto más se usa la red, más puntos se obtienen. La pregunta del millón, que muchos adultos se hacen es ¿cuál es la utilidad del puntaje? A nivel práctico, ninguna. Pero es sumamente importante desde el punto de vista social porque todo se reduce a una simple cuestión: la tan deseada popularidad.
Fantasmas reales y virtuales
La autonomía que los hijos se forjaron en Internet, lejos de la mirada adulta, provoca una enorme ansiedad entre los padres porque creen que allí, donde ellos no tienen acceso, ocurren cosas que pueden ser una amenaza. Y entonces surgen varios cuestionamientos ¿Hay que forzar la entrada? ¿Lo que ellos hacen en las redes sociales pertenece al ámbito privado? ¿Cuándo y cómo hay que intervenir?
Según Reiman, directora de Chicos.net, en el mundo digital no pasa algo muy diferente a lo que ocurre en el mundo real. “Por empezar el mundo virtual y real no están separados, no son uno y otro, sino una continuidad. Los circuitos de comunicación de los chicos con sus pares deben estar protegidos de la mirada de los padres. Esto es previo a las TIC. No hay que tratar de romper esas barreras, hay que respetarlas. Así como antes no levantabas el teléfono para escuchar la conversación de tu hijo, tampoco tenés que espiarlo para ver qué es lo que hace en las redes, siempre hablando de mayores de 13 años, que es la edad legal para abrir un perfil -plantea Reiman-. No está bien que los padres les exijan a sus hijos ser amigos en Facebook o en las demás redes. Esta no es la solución. Lo que hay que hacer es activar nuevas vías de comunicación y establecer algunas pautas previas sobre qué postear y qué no, a quién aceptar y a quién no. Y saber leer las señales: una cosa es que los padres no sean aceptados en las redes y otra cuando sentimos que hay un ocultamiento con perfiles paralelos que en general está acompañado de otros síntomas”.
En esta línea, Morduchowicz amplía: “No se trata de invadir la privacidad, de leer lo que postea. Los adolescentes tienen derecho absoluto a su privacidad, pero uno como padre tiene que saber con quiénes se comunica, si son o no conocidos. No es el qué, sino con quiénes habla. No se trata de invadir, sino de estar al tanto de con quién se comunica. Si los padres están al tanto de cómo le fue en la escuela, ¿por qué no preguntar qué hizo hoy en Internet, con quién chateó, qué sitios nuevos descubrió? Las pantallas no son tema de conversación familiar y eso no está bien”, dice la especialista en cultura juvenil.
Las hermanas Florencia y Luciana Wassner Pinto se manejan con independencia en el mundo virtual
Las hermanas Florencia y Luciana Wassner Pinto se manejan con independencia en el mundo virtual. Foto: Santiago Cichero/ AFV
En el caso de Jorgelina Pinto, mamá de Florencia, de 16, y Luciana, de 13 años, estableció pactos por separado: con la más grande, usuaria de Snapchat e Instagram, no se siguen y con la más chica sí pero con la condición de que no likee ni haga comentarios a nada de lo que ella sube. “Por supuesto si algo que vi me llamó la atención o no me gustó, se lo digo personalmente y medio en broma me amenaza que me va a bloquear”, dice Jorgelina que asegura que su postura, al igual que la del padre, es respetar la privacidad de sus hijas. “Me costó mucho entenderlo y asimilarlo, las redes son un universo amplio y a veces uno como padre siente que pierde el control. Yo les hablo mucho, con el papá les bajamos línea, les pedimos que sean perfiles cerrados. Pero lo manejan ellas. Entendí que en un punto es su intimidad y está bueno que ellas aprendan a manejarse en ese universo. Es su mundo. Yo no tengo las claves de sus celulares y ellas tampoco tienen la del mío”.
Con Valentina, su hija de 12 años, Daniela es un poco más estricta: “Si le pone clave al celular, sabe que se lo saco. Y si me clava el visto en WhatsApp, sabe que también le saco el teléfono. Tampoco puede hacer ningún truco de esos para no aparecer activo aunque estés en línea. Conviene fijar pautas claras desde el principio porque si no lo hacés así de antemano ya es como un derecho adquirido. Y después la verdad es que hay que ir hablando como quien no quiere la cosa. Tenés que empezar a indagar sin ser pesada. Por suerte, Valentina me cuenta todo. Pero cuando te van cerrando el acceso te genera impotencia”.
Lejos de caer en la desesperación por haber quedado afuera de ese mundo privado que los hijos adolescentes construyen en las redes, los especialistas aseguran que el acompañar sin invadir es la postura más adecuada. En definitiva, postulan, que la única red importante a la que conviene prestarle atención y dedicarle horas enteras del día a alimentarla es la de la confianza.
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