Tim Duncan, el psicólogo que estudió sobre el ego excesivo

Tim Duncan, el psicólogo que estudió sobre el ego excesivo

Por Ezequiel Fernández Moores
El “egoísta”, dice el texto, suele ser “altanero”, “vanidoso” y “presuntuoso”. Sus aduladores no advierten que, tanto elogio, “tiene un efecto negativo en otros”. Los mejores amigos “dudan en decirle a la superestrella que se ha convertido en un arrogante”. Y los que critican lo hacen por “envidia”. “Pocas interacciones son tan molestas, exasperantes y desagradables como aquellas con personas que, percibimos, están comportándose de modo egoísta”. El texto académico fue escrito en 1995 por el profesor Mark Leary. La investigación estuvo a cargo de tres estudiantes de sicología de la Universidad de Wake Forest, en Carolina del Norte. No eran tiempos de internet y los jovenes pasaron largas jornadas revisando libros en bibliotecas oscuras. Uno de ellos, Tim Duncan, fue homenajeado el último domingo como uno de los jugadores más exitosos y admirados en la historia moderna del deporte de Estados Unidos. Cinco veces campeón y mejor ala pivote de siempre de la NBA, Duncan también puso su firma en aquel texto de 1995. Lo tituló “Fanfarrones, snobs y narcisistas: reacciones interpersonales al ego excesivo”.
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San Antonio Spurs, el equipo en el que jugó toda su carrera (19 años), lo homenajeó el último domingo con el retiro de la camiseta número 21, con Manu Ginóbili entre los oradores elegidos. Unico campeón NBA en tres generaciones distintas, dueño de los records más absurdos, Duncan, de 40 años, se había retirado en julio pasado en el más absoluto silencio, fiel a su trayectoria. No hubo tours vendidos a la TV, festival de partidos homenajes, regalos especiales, luces de neón ni conciertos. Sólo un comunicado de apenas 538 palabras del club que cambió su historia a partir de él. La entrevista del retiro tampoco fue con un periodista estrella favorito en un estudio de ESPN o de Fox. Fue en la cocina de su casa de San Antonio, con su esposa Vanessa filmando y haciendo reproches a su poca elegancia para vestirse, su amigo Rashidi Clenance preguntando y el perro Cruz de testigo. Trasmisión en streaming en su página de Facebook. “Nadie podía imaginarse que, antes de ir a cada entrenamiento, Timmy se despertaba a las seis de la mañana para preparar el desayuno de los niños y llevarlos a la escuela”, contó Vanessa. Duncan concedió además un texto de 150 palabras. Y dio una entrevista a una radio de su natal Islas Vírgenes.
Imposible olvidar la emoción en aquel momento del duro Greg Popovich. “Es la persona más real, consistente y auténtica que jamás conocí en mi vida”, dijo con ojos vidriosos. “No suelo leer (la prensa) porque generalmente lo que ustedes hacen es basura”, siguió diciéndole el técnico de los Spurs a los periodistas. “Pero este artículo dio justo en el blanco. Timmy tenía clase”. Se refería a una nota de Jason Gay en en el Wall Street Journal. Gay describía a Duncan como “una fábrica de consistencia”. Un jugador con records míticos que jamás compró el rol de celebridad global, ícono nacional o modelo de Hollywood. Sino que, tuvo como “verdadero poder” su compañerismo para jugar en equipo. Para formar con Ginóbili y Tony Parker “un trío histórico” y convertir a los Spurs en una “franquicia de vanguardia, que cambió el modo en que se construye un equipo. El basquetbol -escribió Gay- es un tentador juego de creatividad individual y es fácil quedar atrapado con un deslumbramiento e ignorar el genio de la consistencia”. Como lo explicó una vez el escolta Danny Green: “soy el resultado del movimiento de pelota del equipo”. El exjugador Paul Shirley admitió que años atrás, cuando “era impetuoso y engreído”, escribió que “animar a los aburridos Spurs era como animar al cáncer”. Pero creció. Aprendió a admirar a Duncan-Ginóbili-Parker, “que llevan más tiempo juntos que Facebook”. Y también al resto. A un equipo que sigue imponiendo su disciplina colectiva “desde que Nixon fue a China”.
Duncan no fue Muhamad Alí que se pronunció por la justicia social. No levantó sus puños en un podio olímpico ni se arrodilló cuando sonaba el himno. Y tampoco se indigna por Donald Trump como lo ha hecho Popovich. Leí textos que le cuestionan ese silencio público. Algunos inclusive lo han llamado “Tío Tom”. Otros lo elogian sólo para contraponerlo a íconos negros como LeBron James, que sí rentabiliza cada segundo de NBA y reclama también por los que más sufren. Duncan llegó a rebajarse su salario a cambio de que los Spurs pudieran fichar refuerzos y mantener aspiraciones de campeón. “Podrán no creerme, pero jamás supe ni me interesó saber cuánto ganaban los otros”, respondió una vez. Le creemos. Porque Duncan, como lo elogió una crónica reciente, fue siempre “un héroe silencioso”. Lo confirmó Ginóbili en el homenaje del domingo pasado, al contar de qué modo Duncan lo sacó del pozo que había hecho en su habitación tras una noche de derrota. “Gracias por las lecciones que nunca trataste de dar -le dijo Manu- pero igual diste”.
LA NACION