22 Jan Revivir el pasado: volver a Bariloche para celebrar 50 años de amistad
Por Javier Drovetto
Alicia Avalis pide silencio y cierra los ojos. Viaja a 1966. Está sentada en un pupitre de un aula del Niño Jesús de Praga, en Olivos. Una monja toma lista. Y Alicia, siempre con los ojos cerrados, repite en un café ubicado a dos cuadras de ese colegio los nombres que esa monja va leyendo en sus recuerdos. “Éramos 33 mujeres”, dice cuando abre los ojos y vuelve al bullicio del Gandini. Repite el trance dos veces para asegurar que siete murieron y que de las 26 que están vivas, 20 mantienen una amistad que quieren honrar. Con 67, 68 o 69 años, 14 de ellas están reunidas en el café donde solían hacerse la rata para coordinar los últimos detalles, como prestarse sombreros de lana, antes de revivir 50 años después el viaje de egresados que hicieron a Bariloche.
Las Hermanistas pragenses o las Indias del Praga, como se hacían llamar, volaron desde Aeroparque a Bariloche este domingo a las 6.30 de la mañana. Se hospedan en Kenton Palace, a dos cuadras del Centro Cívico y planean tomar el té en el Llao Llao, subir a la confitería giratoria del Cerro Otto, conocer Villa La Angostura y festejar el cumpleaños de una de ellas. No saben bien qué día, pero una noche irán a bailar a Grisú. Jurán que harán todo eso en siete días y no hay razón ni antecedentes para no creerles. Al contrario. Para el 30 aniversario, viajaron a Colonia; para los 40 a Cariló; y para un cumpleaños de 60, se fueron a la selva misionera para festejar en el hotel que una de ellas tiene en los Saltos del Moconá.
“El viaje a Bariloche es un premio que nos damos, un estímulo por esta amistad de medio siglo. Ahora viajamos como egresadas de la vida”, asegura María de los Ángeles Scheffler, que desde hace 12 años tiene una posada en Misiones. Ella es una buena muestra de que la distancia no quebró ni enfrío la relación que mantienen. En el grupo hay quienes siguen viviendo en Olivos; otras que se mudaron por la zona, a Tigre, Vicente López o San Isidro; varias son del Oeste del Conurbano; algunas eligieron la Ciudad de Buenos Aires; y una vive en Miami. Más allá de las distancias, desde 1967 se juntan por lo menos una vez año. Y desde hace dos décadas, con sus hijos ya grandes, consiguen hacer hasta cuatro encuentros por año.
Las chicas empezaron a planear el viaje por Facebook el año pasado, cuando María Cristina Di Sarli, que es bióloga, propuso ir a Praga para festejar el aniversario. El lugar fue descartado, pero no la idea de hacer algo importante por los 50 años. Cuando se decidieron por Bariloche, Sabina Farías contactó a una agencia de viajes conocida que les armó el paquete por $ 8.289 por persona. Resuelto el presupuesto mayor, juntaron otros $ 400 más cada una. “Para los buzos de egresadas. Los encargué en una fábrica de Liniers”, dice Alicia, que en 1983, con la vuelta de la democracia al país, fue nombrada formalmente como presidenta del grupo.
Alicia es la columna vertebral del grupo. Lo afirman todas. Es la se ocupó de mantenerlas reunidas y regar la amistad. A las que en algún momento se les perdió el rastro, las buscó y las volvió a reunir. Fue la que armó el grupo de WhatsApp, la que suele poner su casa de Vicente López para las reuniones, la que sabe que entre todas tienen 39 hijos y 84 nietos, 42 mujeres y 42 hombres. Cuando alguna enviudó se ocupó de promover que las demás le dieran aliento. Es la que se encargó de reunir la plata cuando se regalaron un dije de plata ante cada cumpleaños de 60, y la que pidió un esfuerzo adicional cuando fue Elsa Ayarza la del cumpleaños. “Hizo una fiesta muy grande así que le compramos un dije de oro”, argumenta.
Al café Gandini, algunas llegaron en colectivo, otras manejando sus autos. Todas coinciden en que tuvieron una vida económicamente próspera. La mayoría ejerció la docencia, encaminadas por el hecho de que egresaron con el título de Maestra Normal Nacional que otorgaba ese colegio de monjas a donde sólo estudiaban mujeres. Ahora el colegio es mixto y ya no está la Orden Carmelitas Descalzas, pero depende del Obispado de San Isidro. De la primaria recuerdan cierta rigurosidad y de la secundaria acumulan todos buenos recuerdos. Y señalan al colegio como “progre” para la época, con reuniones en el colegio para poder ir con sus novios y un cura que tomaba la confesión cara a cara. “Hablé con el colegio y el 3 de diciembre vamos a hacer una misa en la parroquia de la escuela”, apunta Alicia, que llegó al café con un sombrero de pana, tal como lo había pronosticado Dolores Portilla, Lela, la primera en llegar a la reunión.
Lela también fue la primera en casarse y la primera en tener un hijo. Durante el encuentro en el Gandini, no pudo mantenerse sentada por miedo a perderse una anécdota. A María de los Ángeles, la del hotel en Misiones, la saludó acercando su pie izquierdo al pie derecho de su amiga. Así se saludan desde que una monja del colegio le sugirió a la mamá María de los Ángeles que para mejorar la conducta tratara que su hija se hiciera amiga de Lela, que era la abanderada. María de los Ángeles siempre fue la que hizo reír al grupo. Era la que durante el secundario se hacía pasar por sordomuda para viajar gratis en el colectivo. Muchas la acompañaban -a pesar de que no iban para el mismo lugar- sólo para verla actuar. Y es la que para el cumpleaños de 60 de María del Rosario Ocon se apareció disfrazada de El Manosanta, el personaje que interpretaba Alberto Olmedo en televisión.
Del grupo hay dos que viajaron a Bariloche por primera vez. Son Mabel Molinari y Daniela Michalik. En los dos casos, sus padres no la dejaron viajar. Dicen que eran muy conservadores. Daniela dice que ir a Bariloche es “como tener otra vez 18 años”. Y Mabel espera recordar anécdotas, reírse, pasear y escucharse. Además asegura que “sus amigas de la vida y del corazón” son todas de Niño Jesús de Praga. Sin perder nunca el ánimo festivo, de nuevas egresadas, algunas reflexionan sobre la amistad. Para Emma Gardey, la amistad que tienen es como la levadura, está viva y las ayuda a crecer. Elsa Ayarza dice que es como la red bajo los pies de un equilibrista: no se ve pero siempre está para resguardarlas. Cuando se escuchan hablar de los sentimientos que comparten, a varias se le humedece el maquillaje de los ojos. Lloran un poco y se ríen de que lloran como en la previa de su viaje de egresados de hace 50 años.
LA NACION