“Opinión formada”: ¿Una enemiga de la innovación?

“Opinión formada”: ¿Una enemiga de la innovación?

Por Sebastián Campanario
Una de las sorpresas de la escena de podcast -producciones de audio que se suben a la Web- en 2016 en la Argentina fue el ciclo Aprender de Grandes, una iniciativa a partir de la cual Gerry Garbulsky, uno de los organizadores de TEDxRioDeLaPlata, entrevistó a treinta personas que contaron cómo hacen para seguir aprendiendo más allá de su ciclo formal de estudios. Los programas suelen dividirse en tres o cuatro secciones, y en la última hay un “bombardeo de preguntas”, entre las cuales Garbulsky inquiere: “¿En qué tema cambiaste de opinión recientemente?”.
No es algo fácil de contestar: a nivel social está bien visto “tener una opinión fuerte” sobre un determinado tópico, y por lo general nos resulta mucho más fácil detectar contradicciones en los demás que en nosotros mismos. A pesar de este sesgo, en el podcast surgieron varias respuestas interesantes. El neurocientífico Mariano Sigman contó que suele cambiar de opinión todo el tiempo, y que lo pueden convencer fácilmente personas que vienen y le plantean argumentos que le parecen sólidos.
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El físico y tecnólogo ruso Andrei Vazhnov fue más allá en otra entrevista: aseguró que, como norma, se propone no tener una opinión definitiva sobre ningún tema, a menos que esté urgido por tomar una decisión al respecto. “La palabra «opinión» comparte raíz con el término «opción»: cuando opinamos elegimos entre muchas posibilidades y creencias por una sola. Esto simplifica la vida, pero por otro lado es fácil ver que cada persona es un mundo complejo y tiene una miríada de aspectos no fácilmente clasificables en «bueno» o «malo», «interesante» o «aburrido»; que una ciudad te puede gustar dependiendo del contexto de la situación, o que cada idea para cambiar el mundo puede tener efectos secundarios inesperados”, explica Vazhnov, director académico del Instituto Baikal, “la simplificación que nos permiten las opiniones incluyen el costo de que cada opinión se vuelva un sesgo que no nos permita ver otras posibilidades de la situación”.
Por su actividad profesional (es programador además de físico), Vazhnov acerca dos metáforas útiles para esta postura de vida de no tener opiniones fuertes a menos que sea estrictamente necesario (lo que no deja ser tampoco una opinión fuerte, volviendo a toda esta discusión circular y paradojal). Por un lado, en uno de los principios más importantes de la ciencia de la computación, el científico Donald Knuth postuló que “la optimización prematura es la raíz de todos los males”: se refiere a que muchas veces los programadores de ponen a perfeccionar una parte del código antes de que el programa se testee en el mundo real. “Las opiniones que formamos sin necesidad de actuar son un poco así: programas rígidos optimizados antes de la necesidad del test en el mundo real de las decisiones”, dice Vazhnov a LA NACION.
La otra metáfora viene de la mecánica cuántica: antes de medir la posición, velocidad u otro aspecto de una partícula, estos elementos coexisten de una forma que nos parece contradictoria, lo que se llama superposición. De cierto modo, mientras que nadie lo observa, la partícula tiene todas las posibles posiciones y velocidades al mismo tiempo con distintas probabilidades. Solo en el acto de observación el universo “elige” una posibilidad entre infinitas. Es una metáfora válida para nuestras decisiones en un mundo de creciente incertidumbre.
En procesos creativos, las opiniones fuertes o las “optimizaciones prematuras” refuerzan el sesgo que en teoría de la decisión se conoce como “salto a conclusiones”: en una mesa de discusión, la primera idea que surge es la que se abraza. Y esto resulta muy dañino, dado que las ideas necesitan un tiempo de reposo para madurar y “hacer el amor” con otras ideas que las potencien.
De hecho, las contradicciones están en el corazón de los procesos creativos exitosos. Uno de los estudiosos que más enfatiza este aspecto es Mihaly Csikszentmihalyi, el autor del best seller Fluir, quien a partir de una muestra de 91 personas altamente creativas (pintores, escritores, físicos, poetas) halló un denominador común de pensamiento y forma de ser contradictorios, inclusive en términos de “androginia psicológica”: poseen características propias de su género y también del género opuesto. Csikszentmihalyi dice que este rasgo andrógino no tiene que ver con la homosexualidad, sino con escapar a estereotipos de género: las chicas creativas suelen ser más dominantes y resistentes que otras niñas, en tanto que los chicos que se revelan como muy creativos suelen ser más sensibles y menos agresivos que sus pares masculinos. No tiene que ver con inclinaciones sexuales, sino con capacidades emocionales.
El experto chileno en innovación y recursos humanos Manuel Gross remarcó otras contradicciones típicas de las personas muy creativas: son fuertes pero tranquilas, inteligentes pero ingenuas, soñadoras pero realistas, extrovertidas pero prudentes, modestas pero orgullosas, insurgentes pero conservadoras, apasionadas pero objetivas, expuestas pero felices, valientes pero sensibles.
En una columna titulada “Cómo nuestras contradicciones nos hacen humanos e inspiran la creatividad”, el profesor de antropología de la Universidad de Bruselas David Berliner cuenta cómo estas “fisuras” de incoherencias en nuestro cerebro son las que sirven de nido y alimento para las mejores ideas, que también pueden verse como una resolución o sublimación interna de estos elementos opuestos. “Pensemos en cómo compramos tecnología y al mismo tiempo nos oponemos al trabajo infantil; cómo condenamos el robo pero bajamos películas o canciones piratas en Internet; cómo hay defensores del medio ambiente que se la pasan volando en avión; curas que perdieron la fe o traders financieros que se preocupan por la pobreza. Sebastián Marroquín recuerda la extrema dulzura con la que su padre lo dormía cuando era chico, cantándole canciones de cuna. Su padre era Pablo Escobar, el mayor asesino de la historia de Colombia. Vivir una vida profundamente contradictoria es parte de lo más esencial de la condición humana”, plantea Berliner.
Para el antropólogo, casi no hay personas que vivan sus vidas de acuerdo al principio estoico de Plutarco, “en perfecta concordancia entre las máximas de las personas y sus actos”. Pero esto no necesariamente es motivo de una crisis: “Podemos vivir en paz con estas contradicciones porque sabemos «compartimentalizar», tanto conocimientos como prácticas o emociones”.
En ciertas áreas de la vida algunos comportamientos son aceptables, mientras que en otros no. “Y cuando esas contradicciones por alguna razón salen a la superficie y provocan ruido, somos muy buenos para encontrar justificaciones que moderen esta disonancia cognitiva”, completa Berliner.
A Vazhnov le gusta mucho una frase del escritor Francis Scott Fitzgerald al respecto: Una prueba de una inteligencia de primer orden es la habilidad de tener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y sin embargo poder seguir funcionando. “Es un buen consejo para un mundo que cambia tan rápido y para una sociedad cada vez más compleja, en donde la flexibilidad se convirtió en un valor sumamente valioso”, apunta Vazhnov.
Estos opuestos que conviven son, también, lo que nos diferencian de los animales, o de los zombis, aunque estos últimos, al estar vivos y muertos al mismo tiempo, nos superen en su esencia contradictoria.
LA NACION