27 Jan Mujeres que redefinen el concepto de éxito y ambición
Por Hana Schank y Elizabeth Wallace
La ambición es fácil de definir. El diccionario la describe como un fuerte deseo de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidad o fama. Más difícil es identificarla en lo concreto. ¿Qué tan poderoso tiene que ser ese deseo? ¿Es distinto para cada persona? Tal vez lo más preciso que puede decirse de la ambición es que uno la reconoce cuando la ve.
Cuando nos pusimos a pensar en nuestras compañeras de la universidad, nos dimos cuenta de que las recordábamos como ambiciosas. De hecho empezamos este proyecto con la premisa básica de que todos nuestros sujetos de análisis, o casi todos, eran ambiciosos. Habían ingresado en una universidad de prestigio, lo que implicaba que al menos habían alcanzado un alto grado de distinción académica en la escuela secundaria. Una mujer cuenta cómo fue su primer día en la carrera de periodismo de la Universidad Northwestern: “Pidieron que levantaran la mano los que habían sido directores del diario del colegio –cuenta– y todos los que estaban en esa aula levantaron la mano, excepto yo”. Ella, que había sido la más ambiciosa de su promoción en su pueblito de Georgia, en ese momento estaba en una clase llena de gente por lo menos tan motivada como ella.
Sabíamos de antemano que como ocurre en cualquier grupo, nos encontraríamos con diversos grados de ambición. Eso ya era evidente cuando estábamos en la universidad, donde algunas estudiantes de nuestro curso competían por un puesto en el comité ejecutivo de la fraternidad, encabezaban organizaciones estudiantiles o eran número puesto del cuadro de honor, mientras que otras sólo “hacían la carrera”. Pero, en general, éramos un grupo que nos veíamos a nosotras mismas teniendo éxito en el mundo. Y al comenzar con nuestras entrevistas supimos que no estábamos erradas. Los planes que habían hecho para el futuro en la época universitaria incluían: “Iba a ser la mejor fiscal del mundo”; “Mi nombre iba a estar escrito en luces de neón. Estaba decidida a cantar en el Met”, y “Pensaba llegar a ser secretaria de prensa de la Casa Blanca”.
Tras recibirse de la universidad, durante los primeros tiempos, los signos exteriores de ambición seguían siendo visibles. Casi el 80% de ellas hizo posgrados y todas consiguieron empleos promisorios. Pero 23 años después de la graduación, apenas una cuarta parte de ellas llegaría a convertirse en eso que llamamos “grandes triunfadoras”. Entre estas mujeres admirables hay dos ejecutivas bancarias de alto rango, dos médicas distinguidas en sus especialidades, una ejecutiva de marketing, una ejecutiva farmacéutica y una guionista de Hollywood.
Brecha de expectativas
Algunas alcanzaron el éxito de una manera diferente de la que habían imaginado cuando estaban en la universidad: “Nadie sueña con crecer y dedicarse a los seguros”, nos dice con una sonrisa la ejecutiva de una aseguradora, pero las doce “grandes triunfadoras” soñaron a lo grande y lograron hacer realidad alguna versión de ese sueño. Nunca renunciaron a creer que eran inteligentes y talentosas, sabían que el trabajo iba a ser una fuerza rectora en sus vidas y fueron recompensadas con ascensos, sueldos altos y/o reconocimiento en su campo profesional.
¿Pero qué pasó con las demás? ¿Por qué no estamos frente a un grupo de 37 grandes triunfadoras, si casi todas empezaron su carrera con el deseo de serlo? Después de entrevistar a unas pocas amas de casa y mujeres con empleos claramente menos glamorosos que las carreras que habían intentado seguir, en principio nos preguntamos si no habríamos malinterpretado su grado de ambición. Quizá nuestras grandes triunfadoras simplemente eran las más ambiciosas del grupo. Tal vez la ecuación “ambición = éxito” sirva para explicar por qué algunas llegaron más alto.
Según Sheryl Sandberg, ésa es una de las razones de la ausencia de mujeres en posiciones de poder. En un panel de debate del Foro Económico Mundial de 2012, Sandberg acuñó la expresión “brecha de ambición” para explicar que la ambición de las chicas se ve frustrada desde la infancia: “No criamos a nuestras hijas para que sean tan ambiciosas como nuestros hijos”.
Sandberg es una de las últimas en advertirlo, pero no la primera. Las mujeres han sido acusadas de falta de ambición prácticamente desde el momento mismo en que se les dijo que podían ser ambiciosas. Según un estudio realizado en 1987 en el estado de Pensilvania, la falta de ambición hacía que las mujeres se abstuvieran de inscribirse en la Facultad de Medicina, y según una investigación que publicó en 1990 el American Journal of Political Science, las mujeres también carecían de ambición política. En la década de 1970, Gloria Steinem destacó que “algunas de nosotras nos estamos convirtiendo en los hombres con quienes nos educaron para casarnos”, declaración que
“No criamos a nuestras hijas para que sean tan ambiciosas como nuestros hijos” Sheryl Sandberg directora operativa de facebook
alentó a muchas mujeres a elevar sus ambiciones profesionales. Cuando Steinem lo dijo, la mujer apenas empezaba ese viaje que podía llevarla a convertirse en el médico y no en la esposa del médico. Y cuarenta años más tarde, todavía algunas de nuestras compañeras de estudios que aspiraban a hacer carreras de alto vuelo terminaron por casarse con los hombres que siguieron esas carreras.
Algo siempre hay que ceder
¿Cómo conciliar entonces todas estas piezas de información aparentemente contradictorias? Las mujeres ambiciosas que conocimos en la universidad no parecen haberse visto afectadas por esa “brecha de ambición”. Tenían objetivos claros y un plan para alcanzarlos. Pero en el transcurso de sus carreras, algo las desvió. ¿Era sólo un tema de ambición?
Algunos estudios dirán que sí. Un informe de Bain & Co. de 2015 llegó a la conclusión de que las mujeres empiezan sus carreras con más ambición que los hombres, pero mientras que el grado de ambición de los hombres se mantiene estable por lo menos durante los primeros dos años en sus puestos de trabajo, el de las mujeres cae un 60 por ciento. En un sondeo realizado por la revista More, el 43% de las mujeres encuestadas manifestó que en los últimos diez años su ambición había disminuido.
Pero esto tampoco parecía encajar del todo con nosotras. En 2016, al hablar con nuestras ex compañeras que eligieron postergar o abandonar sus carreras, no nos dio la impresión de que fueran menos ambiciosas que antes. De hecho, después de entrevistarlas, comentamos que era maravilloso ver que estaban orgullosas de las vidas que llevaban. Tal vez no fuesen las vidas que imaginaron en la universidad, pero eso no las hacía menos valiosas ni iba en desmedro del alcance de su ambición. Tal como lo señala Anne Marie Slaughter en su libro Unfinished Business: “Suponer que las mujeres se dan por vencidas por falta de ambición responde a la idea arraigada de que si no tuvieron carreras de alto vuelo, es porque no lo desearon lo suficiente”. Lo que constatamos en nuestras entrevistas es que muchas de ellas prefirieron no elevarse más en el terreno profesional para volar alto en los demás aspectos de la vida.
Una mujer que había sido aspirante a estrella de ópera, y que luego había reorientado su carrera a las finanzas, antes de abandonar el mercado laboral por el nacimiento de su primer hijo, dice que “fue la presidenta de todo”: asociaciones vecinales, organizaciones escolares y grupos de beneficencia. Lo mismo les escuchamos decir a varias de las mujeres de nuestro grupo de “renunciantes”, y las que no fueron presidentas, muchas veces crearon su propia organización. Una ex compañera que vive en Guatemala organizó un grupo de voluntarios para ayudar a educar a los niños que viven en zonas de bajos recursos y que de otro modo no recibirían instrucción alguna. Una ex abogada que dejó el Departamento de Justicia para educar personalmente a sus nueve hijos en su casa en una zona rural de Colombia era defensora voluntaria de las recolectoras de café de una aldea vecina. Ella y sus hijos empezaron un programa informal para enseñarle inglés a la policía local, y así fomentar el turismo internacional en la zona. Estaba claro que la ambición de estas mujeres no se había evaporado al convertirse en madres. Pero, ¿y las mujeres que nunca se convirtieron en madres? Algunas se volvieron grandes triunfadoras, pero las demás eligieron otros caminos.
Una ex compañera que se casó pero no tuvo hijos nos cuenta que renunció a su trabajo en IBM, donde nunca había dejado de escalar posiciones. ¿Alguna vez aspiró a ser CEO? “Veía cómo era esa gente en IBM, lo que sacrificaban –dice–. La mayoría se habían divorciado, estaban excedidos de peso o incluso enfermos. Eran buenos en su trabajo, pero era lo único que hacían. No tenían otros pasatiempos. Nunca se iban de vacaciones porque no sabían qué hacer con el tiempo libre. Así que no aspiro a eso. Más bien, todo lo contrario.”
Otra mujer que nunca había planeado tener hijos, y que por lo tanto también pudo haberse enfocado en su carrera, había descubierto que le encantaba viajar, y pasó varios años en Aspen, Colorado, como consultora de gestión, siempre viajando por trabajo a diferentes ciudades. Un día, al darse cuenta de que no le encontraba sentido “a hacer que las grandes corporaciones sean más grandes y más redituables”, renunció, volvió a las montañas, retomó el esquí y se convirtió en “entrenadora de vida”. Hay un “poder” en ayudar a la gente a cambiar su vida, nos dice. “Y para mí, el poder siempre ha sido un gran hilo conductor.”
Estas mujeres no han perdido sus ambiciones. En lugar de eso, cambiaron la definición de la palabra. Vieron que la ambición puede tomar muchas formas, de las cuales convertirse en CEO es sólo una. Aunque todas pudieron haber empezado con metas profesionales altas, muchas también se han puesto metas personales altas: la única etiqueta de la ambición no es la de las “metas profesionales”. Muchas de nuestras compañeras que antes habían aspirado a ser las mejores en su área, ahora querían ser las mejores madres, las mejores parejas, las mejores en cualquier otra cosa.
“Si vas a estudiar, estudiá mucho. Y si vas a ser madre, sé madre. Si vas a ser abogada, sé la mejor abogada que puedas ser”, nos dice desde Colombia a través de Skype la ex abogada del Departamento de Justicia, mientras amamanta a su recién nacido y les imparte lecciones de materias básicas a sus otros hijos en su propia casa. “Si eso es ser ambiciosa, creo que lo sigo siendo.”
Una ex “candidata a un doctorado devenida asesora ejecutiva de ventas”, que solía trabajar 80 horas semanales que le valían constantes ascensos y elogios, relata que después de un tiempo sus propias ambiciones hicieron que su vida se volviera intolerable. “Como siempre me comprometo mucho con lo que hago, me alegraba contestar el teléfono a las 21.30 cada vez que alguien me necesitaba”, recuerda ahora. Después de casi una década de mantener a la familia con su profesión, no sólo quedó exhausta, sino que además sintió que le quedaban unas cuantas zonas de ambición sin explorar. Se mudó con su familia de Connecticut a Indianápolis, donde la vida es más barata, y comenzó a ofrecer artesanías en un local de Etsy. Sigue siendo una persona comprometida con lo que hace: crear, escribir notas para los blogs de la zona, mantenerse política y filantrópicamente activa.
Pero que no hayan perdido sus ambiciones no quiere decir que en el transcurso de los años estas mujeres no hayan tenido que sacrificar algunos de sus sueños. A algunas les hubiese gustado ser CEO de una empresa, madre de jornada completa y novelista, todo al mismo tiempo. “En mis fantasías logro detener el reloj, ir a trabajar y después vuelvo a dejarlo correr”, dice una ex bancaria convertida en mamá de tiempo completo.
Aunque muchas de nuestras ex compañeras sientan que hicieron las mejores elecciones según su propio nivel de ambición, algunas están preocupadas por la imagen de sus trayectorias profesionales que tienen los demás. Una de ellas, que desde muy joven soñaba con ser empresaria, comenzó la carrera de Economía y con el tiempo abrió un negocio con una amiga. Se encontró trabajando jornadas extenuantes mientras criaba tres hijos. “Derramé muchas lágrimas por tener que trabajar 16 o 18 horas por día mientras dejaba a mis hijos con otra persona o tenía que explicarles que mamá tenía que irse a trabajar.” Al final vendió su negocio y pasó varios años como ama de casa. La ambición profesional seguía tironeándola, pero también su ambición de tener una vida de familia. Unos años después se transformó en agente de bienes raíces, que le aportó la seguridad y la flexibilidad financiera necesaria para comprarse su propia lancha y disfrutar los fines de semana en un lago cerca de su casa en Illinois. Confiada y carismática, sigue comparando sus logros con los de otras ex alumnas ambiciosas, pero ha podido reconciliarse con la persona que fue: “No soy médica ni soy abogada. Recibo la revista de los egresados de Northwestern y, en comparación, podría sentirme como una especie de fracasada frente a lo que hacen todos esos otros egresados triunfadores. Pero no me siento así, porque lo verdad es que soy feliz”.
LA NACION/THE ATLANTIC