25 Jan La biblioteca de Obama: leer para sobrevivir en el poder
Por Michiko Kakutani
Desde Abraham Lincoln, Estados Unidos no había tenido un presidente como Barack Obama, cuya vida, convicciones y visión del mundo se hubiesen formado tan esencialmente a partir de la lectura y la escritura.
Antes de su partida de la Casa Blanca, Obama se sentó en el Salón Oval y habló del indispensable rol que cumplieron los libros durante su presidencia y a lo largo de su vida, desde su niñez itinerante y a veces solitaria, en la que esos “mundos portátiles” le hacían compañía, hasta su juventud, cuando lo ayudaron a descubrir quién era, qué pensaba y qué era lo esencial.
Durante sus ocho años en la Casa Blanca -una época ruidosa de sobrecarga de información, partidismo extremo y reacciones viscerales-, los libros fueron una fuente constante de ideas y de inspiración, y le dieron a Obama una renovada apreciación de las complejidades y ambigüedades de la condición humana.
Según Obama, “cuando los hechos ocurren a tal velocidad y es tanta la cantidad de información que se transmite”, leer le permitió “calmarse y tomar distancia” de vez en cuando y “ponerse en los zapatos del otro”. Y agrega: “Ésas fueron dos cosas invaluables para mí. No sabría decir si me hicieron mejor presidente. Lo que puedo decir es que me permitieron mantener el equilibrio durante el transcurso de ocho años, porque éste es un lugar que se te viene encima y no te da respiro”.
Obama descubrió que los escritos de Lincoln, Martin Luther King, Gandhi y Nelson Mandela eran “de especial ayuda” cuando “lo que se requería era un sentido de solidaridad, porque en momentos muy difíciles este trabajo puede llevar al aislamiento”, dijo. “Así que a veces hay que pegar un salto en la historia para encontrar amigos que se sintieron aislados de la misma manera, y eso me ha servido.” En el Dormitorio Lincoln hay una copia manuscrita del Discurso de Gettysburg, y Obama dice que a veces, a la noche, caminaba desde su despacho para leerla.
Al igual que Lincoln, Obama aprendió a escribir solo, y para él también las palabras se convirtieron en una forma de definirse y de comunicar sus ideas e ideales al mundo. De hecho, hay una línea clara y brillante que conecta a Lincoln, a Luther King y a Obama. En discursos como los que dio en Charleston y en Selma siguió sus huellas, poniendo el dominio del lenguaje al servicio de una visión histórica radical que, como la de ellos, sitúa nuestra lucha actual contra el racismo y la injusticia en un continuum histórico que señala lo lejos que llegamos y todo lo que nos falta por recorrer.
Poner en contexto
Las biografías presidenciales también lo ayudaron a poner las cosas en contexto y a contrarrestar esa tendencia a pensar que lo que está pasando “es excepcionalmente desastroso, increíble o difícil”, dice Obama. “No hay que olvidarse de lo que pasó Roosevelt tratando de capear la Segunda Guerra Mundial.”
Incluso libros que en un principio tomó por lecturas escapistas, como la novela épica de ciencia ficción El problema de los tres cuerpos, del escritor chino Liu Cixin, pueden poner las cosas inesperadamente en perspectiva: “Tiene un alcance enorme, así que fue divertido leerla, en parte porque hacía que en comparación mis problemas cotidianos con el Congreso parecieran insignificantes: ¡cómo preocuparse por eso si nos están invadiendo los extraterrestres!”.
En su libro de búsqueda personal de 1995, Los sueños de mi padre, Obama recuerda lo crucial que fue la lectura como herramienta para descifrar sus convicciones, y se remonta hasta sus años de adolescencia, cuando se sumergió en las obras de Baldwin, Ellison, Hughes, Wright, DuBois y Malcom X, en un esfuerzo por elevarse “a la altura de un hombre negro de los Estados Unidos”. Después, durante sus últimos dos años de universidad, se abocó durante un tiempo a la autorreflexión y el estudio, leyendo metódicamente a los filósofos, de San Agustín a Nietzsche y de Emerson a Sartre para ajustar y poner a prueba sus propias creencias.
Hasta el día de hoy, leer sigue siendo una parte esencial de la vida cotidiana de Obama. Hace poco le regaló a su hija Malia un Kindle cargado de libros que quería compartir con ella (incluyendo Cien años de soledad, The Golden Notebook y The Woman Warrior). Y casi todas sus noches en la Casa Blanca leía hasta tarde durante más o menos una hora, lecturas profundas y ecuménicas, que iban de la ficción contemporánea (la última novela que leyó fue The Underground Railroad, de Colson Whitehead) y novelas clásicas a innovadoras obras de no ficción como Thinking, Fast, and Slow, de Daniel Kahneman, y The Sixth Extinction, de Elizabeth Kolbert. Libros como ésos le sirvieron para mover el foco mental de los resúmenes y documentos políticos que debía estudiar durante el día, una manera de salir de su propia cabeza, una forma de escapar de la burbuja de la Casa Blanca.
Un escritor de cuentos
Obama aprendió a escribir por su cuenta en su juventud, llevando un diario y escribiendo cuentos basados en las historias de la gente en sus épocas de líder comunitario en Chicago. Muchos de esos relatos eran sobre gente mayor y se fundaban en un sentido de pérdida y desilusión: “En el asunto del descubrimiento, no hay mucho de eso del joven frente al camino abierto del que habla Jack Kerouac -dice-. Todo es más melancólico y reflexivo.”
Esa experiencia puso de relieve el poder de la empatía. Siendo él mismo un extranjero -con un padre de Kenya, que se fue cuando él tenía dos años, y una madre de Kansas, que lo llevó a vivir por un tiempo a Indonesia-, pudo relacionarse con mucha gente que conoció en las iglesias y en las calles de Chicago, que se sentían dislocadas por el cambio y el aislamiento, y se tomó a pecho la observación de su jefe de que “lo que une a la gente para tomar coraje y reaccionar conjuntamente en favor de sus vidas no son los problemas compartidos, sino las historias compartidas”.
Esta lección llegaría a convertirse en una pieza fundamental de la visión del presidente de un país donde las preocupaciones compartidas -el sueño de un trabajo decente y un futuro seguro para los hijos- puede zanjar las diferencias y las divisiones. Después de todo, mucha gente vio reflejada su propia historia en la de Obama, una historia norteamericana, que, como dijo en su Discurso de Keynote en la Convención Democrática Nacional en 2004, no sería posible “en ningún otro país de la Tierra”.
Obama asumió la presidencia siendo un escritor y pronto volverá a su vida privada de escritor, ya que planea escribir sus memorias, basadas en los diarios que llevó durante su estadía en la Casa Blanca (“aunque no con tanta disciplina como hubiera debido y querido”). Tiene la sensibilidad de un escritor, esa habilidad de estar presente y al mismo tiempo estar un paso atrás como observador. Tiene ojo y oído de novelista para el detalle, y una voz precisa pero elástica, capaz de moverse con facilidad entre lo lírico, lo vernáculo y lo profundo.
La semana pasada cenó con cinco novelistas que admira: Dave Eggers, Colson Whitehead, Zadie Smith, Junot Diaz y Barbara Kingsolver. Y habló con ellos no sólo del panorama político, sino también de negocios, preguntándoles por la circulación de sus libros y comentando que a él le gusta escribir los borradores a mano, en blocs de hojas amarillas de tamaño oficio.
Obama dice que llegado el caso espera poder usar su sitio web de la presidencia “para ampliar el público de los buenos libros” -algo que ya viene haciendo con sus listas de recomendaciones- y fomentar el debate público sobre libros.
“En tiempos en que gran parte de la política consiste en tratar de lidiar con los choques culturales producto de la globalización, la tecnología y las migraciones, el rol de las historias para unir -como lo contrario de dividir, de involucrar antes que de marginalizar- es más importante que nunca.”
LA NACION