Fútbol robado y fútbol soñado, libro para las vacaciones

Fútbol robado y fútbol soñado, libro para las vacaciones

Por Ezequiel Fernández Moores
Nereo Champagne, ahora ex arquero de Olimpo, guardó en su valija “Jugarás en primera”. Mariano Manzanel, su autor, recuerda el día de 1995 que, cuando estaba sobre la línea de cal, listo para entrar, el azar frustró su debut. En la práctica siguiente sufrió una lesión grave. No hubo después. Jamás pudo cumplir el mandato paterno ni su sueño de pibe. Pero aprendió a trasformarlo. Champagne leerá el libro mientras se adapte al Leganés, su nuevo club en España. Las vacaciones ayudan a recomendar más libros deportivos. “El partido” (Andrés Burgo), el Argentina-Inglaterra de México 86, sigue estando entre mis favoritos sobre los que recordaron México 86. Y entre las biografías, también ya recomendado en estas páginas, está “Corbatta” (Alejandro Wall), sobre Oreste Osmar Corbatta y sus fantasmas. Si el lector quiere en cambio intentar comprender por qué y cuándo el fútbol argentino comenzó a caer tran profundo está “Pesadilla” (Cristian Grosso y Fernando Pacini). O el más reciente “Nos roban el fútbol” (Angel y María Cappa). O “El Tano” (Ignacio Damiani-Julián Maradeo) sobre el poder de Daniel Angelici. Y si prefiere deleitarse con los cientos y cientos de cruces entre la literatura y el deporte está el último de Ariel Scher, “Deportivo Saer”.
Scher, que hace jugar juntos a Bioy Casares y Diego Maradona, unió días atrás el fútbol con John Berger, el escritor inglés fallecido este lunes a los 90 años que jugaba no con el cuchillo, sino “Con la esperanza entre los dientes”. Diego Simeone, justamente, presentó “Creer”, uno de los mejores libros de los tantos que tuvimos sobre los técnicos en 2016. La lista incluye a Edgardo Bauza (“El método Bauza”, de Ariel Ruya) y a su sucesor fugaz en San Lorenzo, Pablo Guede (“Respirar fútbol”, de Matías Navarro García). De afuera hay un buen libro de Arrigo Sacchi (“Fútbol Total”). Y tuvimos también “Che Pep”, la conexión argentina de Guardiola (Vicente Muglia). Jorge Valdano publicó “El juego infinito” y el periodista Héctor Vega Onesime “El fútbol a dos toques”. El antropólogo José Garriga Zucal nos habla de “El inadmisible encanto de la violencia” y Camilo Francka nos recordó la historia del héroe austríaco “Matthias Sindelar”.

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Año olímpico, Gonzalo Bonadeo publicó en 2016 “Pasión olímpica” y Ernesto Rodríguez III su “Libro II de los Juegos Olímpicos”. En 2017 se elegirán los Juegos de 2024 y, para entender qué hay detrás del negocio de sedes olímpicas y de Mundiales, hay que leer también “Circus Maximus” (Andrew Zimbalist). El running tuvo tal vez su mejor obra con “Dos horas” (Ed Ceasar). Del ciclismo me quedo con “Reyes de las montañas”, del australiano Matt Rendell, sobre míticos campeones colombianos. Y de boxeo apareció en estos días “Me dicen Goyo” (Juan Zurro), una cálida biografía de Gregorio Peralta, peronista y sanjuanino, rival de Oscar Bonavena y George Foreman, entre tantos. Guardé en mi valija “Blood brothers”, la amistad fatal entre Muhammad Alí y Malcolm X. Tendremos este año, entre otras, historias de fútbol argentino (Jonathan Wilson y Klaus Gallo), de Mundial 78 y de Jesse Owens. Y biografías y memorias de Johan Cruyff, Diego Milito y el Matador Kempes.
En “Pelota de papel”, la notable compilación de cuentos publicada en 2016 por veinticuatro ex y actuales futbolistas (Javier Mascherano, Facundo Sava, Jorge Sampaoli, Pablo Aimar, Fernando Cavenaghi, Nahuel “Patón” Guzmán y muchos otros), descubrí a Kurt Lutman, el exvolante de selecciones juveniles y de Newell’s. Me emocionó su cuento sobre “el Pipi”, el pibe del barrio Bella Vista que lo abrazaba llorando cada vez que se caía apurado por la pelota. “Siento que no me está abrazando a mí, sino a alguien que no está”. Un día, como los hombres del barrio, no lloró más. Tenía siete años. El cuento forma parte de “El agua y el pez”. Son “crónicas de un fútbol fantástico” que Lutman vende en bicicleta por Rosario para mantener a su familia con su nuevo oficio de escritor. Sin agua no hay pez, metaforizaba el general Antonio Domingo Bussi, gobernador en los ’90 en Tucumán hasta que, por fin, fue condenado a prisión perpetua. Lutman, que también fue albañil y aprendió circo, lo cuenta para recordar a Mauro Amato, que en pleno clásico de 1999 repudió a Bussi dedicándole a las Madres de Plaza de Mayo un gol agónico de clásico tucumano. Kurt lo copió un año después en la reserva de Newell’s. Su camiseta pedía “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos”.
La crónica de Lutman gana vuelo con “El túnel de Amanda”, la curandera quinielera de pueblo, una septuagenaria que, en medio de las puteadas de los hinchas de Huracán de Corrientes, quiere levantarle la autoestima y le ordena que le haga un caño con un melón que tenía sobre la mesa. “Es un melón, no una pelota”, se achica Kurt. “Y yo tampoco soy el Cata Díaz”, devuelve Amanda. Y alienta: “dale pibe, tirale un caño a la vida”. Su padre DT, escribe Lutman en otro cuento, ya le había enseñado a cambiar de frente, a trabar con todo el cuerpo, a tirar paredes y a que dejara de “pensar en pelotudeces” y estuviera siempre atento. “Poné el cuerpo de una vez -le dijo “el Chiche”- y jugá.”.
LA NACION