El caso Aldana y la inocencia perdida

El caso Aldana y la inocencia perdida

Por Franco Varise
El mundo adulto, a veces, es implacable. Cuando decide golpear lo hace de una forma contundente, inapelable, llega hasta el hueso, busca poner de rodillas al más irreverente y casi siempre sale ganando. Cualquier delincuente experimentado o provocador profesional conoce los peligros de andar por el borde de ese desfiladero de transgresiones mayores. Por eso hay que estar siempre atentos a esa línea.
La implacabilidad del mundo adulto nace cuando muere la fantasía de inimputabilidad, perdones rápidos y atenuantes que rodean saludablemente a la niñez. Pero la torturada evolución hacia la adultez, cargada de pesadas consecuencias a largo plazo, suele interpretarse como una mácula de un entorno que todos deseamos más sensible, abierto, comprensivo, flexible y despreocupado. Claro, la adaptación no resulta sencilla para nadie. Y hablar con menoscabo de la dimensión adulta conquista adhesiones amplias, casi coercitivas, porque representa lo viejo, podrido y corrupto.
Pero, ¿para qué sirve el mundo adulto? Habría, por lo menos, una razón necesaria: en algún momento, la vida social comienza a regirse por un código legal y ético que intenta impartir una justicia lo más alejada posible del esoterismo, la fantasía cándida y los deseos egoístas de personajes carismáticos y manipuladores. O sea: debe estructurarse de una manera insensible porque lo sensible, emotivo, no es fiable a la hora de juzgar. La dureza del mundo adulto tendería a que ningún individuo escape a un “sistema” donde el sufrimiento que les llegara a impartir a otros quede impune. Dostoyevski, Camus, Freud, y la filosofía abordaron las contradicciones de estos códigos seculares que no son infalibles. Mucho menos en la Argentina, por cierto.
Cristian-Aldana-cantante-de-El-Otro-Yo
¿A qué viene todo esto? Humberto Cristian Aldana, cantante de la banda de rock El Otro Yo, detenido el 22 de diciembre pasado por abuso sexual y corrupción de menores, vuelve a recordarnos que la utopía rock teenager donde la fórmula binaria de que todo lo “adulto” es el “mal” y lo “infantil” lo “honesto y puro” resulta una estafa. Abjurar del “sistema” por representar el odio, el control, lo aburrido, la falta de libertad suena siempre lindo. Ya lo vivimos con el grupo Callejeros y su “fiesta de bengalas” en el Cromañon mortal de 2004.
El público de El Otro Yo, integrado por muchos niños y adolescentes, admira a su ídolo Cristian, de 45 años, porque aparece como un guía, un referente que los ayuda a transitar el desierto de la adolescencia atormentada. Ocupa un lugar de poder adornado de símbolos, discursos al oído y estética, sobre todo, mucha estética y moralina aniñada. El mundo de Aldana, no obstante, es ambicioso: militó en el ultrakirchnerismo y durante años estuvo al frente de la Unión de Músicos Independientes (UMI) de la que se fue con un presunto escándalo. ¿Cuál habrá sido el atractivo del músico para que el kirchnerismo lo nombrara candidato en la anteúltima elección porteña? ¿Acaso este partido que cultiva una visión moral supuestamente más elevada que la del resto de los partidos debía conocer las graves acusaciones contra su candidato? ¿Le importan a la política argentina en general este tipo de imputaciones o le parecen insignificantes? Como fuera, una de las denuncias por abuso contra Aldana data de 2010, antes de que se confeccionaran aquellas listas sábana encabezadas por Daniel Filmus -que hizo una pésima elección, cabe añadir-.
Existe una razón simple para imputar a Aldana, según el fallo del juez: un adulto no puede mantener relaciones sexuales con un menor porque no hay consentimiento posible. Punto. “En todos los casos pesquisados se denota la ausencia total de consideración a la minoridad de las víctimas, también un claro desprecio al género femenino e incluso una falta total de respeto a la noción más elemental de la dignidad humana”, sostiene el fallo del juez Roberto Oscar Ponce que le negó al excarcelación al músico. Ayer, la Cámara del Crimen confirmó su procesamiento.
En un país donde los modelos de conducta terminan imponiéndolos siempre las víctimas, el testimonio de Ariell, Charlie y Felicitas sobre las vejaciones a las que fueron sometidas entre los 13 y los 16 años son impactantes, valientes y un llamado de atención gigante al sistema.
¿Y qué pasa con el mundo adulto? Bueno, al final, aunque sigan hablando mal de él, debe encargarse ahora de buscar y castigar con contundencia al culpable de arrancar antes de tiempo a estas chicas de su mundo infantil. Quizá el caso sirva para que la temible implacabilidad del sistema empiece a aplicarse, sin interferencias ni infamias, a estos delitos aberrantes. Es la tarea que la verdadera inocencia, pureza y todo lo sagrado de la vida humana le reclama a la denigrada madurez.
LA NACION