10 Jan Candidato rico, votantes pobres
Por Daniel Fridman
La victoria de Donald Trump en noviembre pasado y las semanas posteriores de transición dieron lugar en Estados Unidos a una discusión sobre los conflictos de interés que tendrá el nuevo presidente. Estos conflictos no son algo nuevo en la política de ese país, pero nunca habían alcanzado una dimensión tan importante. Nunca un presidente había tenido intereses financieros personales de tal magnitud alrededor del mundo. Sin embargo, hasta el momento Trump no se mostró preocupado por las sospechas de que podría usar la presidencia para beneficiarse económicamente.
Para entender esta falta de preocupación, es preciso analizar el modo en que Trump usó su propia fortuna para apelar a votantes de infinitamente menos recursos económicos que él. ¿Cómo hizo un multimillonario que vive en un pent-house con muebles de oro en pleno Manhattan, y que viaja en jet privado a su mansión de Florida, para conectarse con amplias franjas del electorado estadounidense?
Una clave para entender la atracción que ejerció Trump se puede encontrar en su paso por el popular mundo de la autoayuda financiera. Como autor y orador en el circuito de libros de éxito financiero, Trump aprendió algo de “la gente común” que aspira a obtener libertad financiera y que venera a los ricos. Fue en este mundo donde Trump perfeccionó ante miles de personas su performance carismática que luego desplegó en sus actos políticos cuando se lanzó por la presidencia.
“Ingresos pasivos”
Trump publicó dos de sus libros junto con Robert Kiyosaki, el autor del best seller Padre rico, padre pobre. Durante dos años, estudié a lectores de Kiyosaki en Estados Unidos y la Argentina que intentan poner en práctica sus consejos financieros. Participé de sus reuniones, jugué con ellos a un juego de mesa llamado Cashflow y los entrevisté. Kiyosaki, que nació en Hawái y reside en Arizona, es el autor de autoayuda financiera más exitoso del mundo, y sus libros fueron traducidos a más de diez idiomas. Su idea central es que sus lectores se conviertan en inversores que obtienen “ingresos pasivos” que no requieran de su trabajo. Según Kiyosaki, las personas tienen que cambiar internamente y desarrollar otro tipo de inteligencia financiera (que no se aprende en la escuela) para asegurarse la libertad económica.
Los lectores de autoayuda financiera aprenden que el éxito económico no debe ser producto de estudiar y tener un empleo, sino que requiere obtener ingresos sobre la base del trabajo y el tiempo de otras personas, haciendo que “el dinero trabaje para uno”. Factores estructurales como la globalización, las crisis económicas, el mercado de trabajo o las desigualdades son vistas en esa literatura como poco más que excusas para quienes no se animan a tomar riesgos y no invierten en su inteligencia financiera.
La mirada sobre los ricos que propone esta literatura ayuda a entender algo de la atracción de Trump. En su campaña presidencial, Trump movilizó (entre otras cosas) el descontento que muchos votantes tenían con la situación económica, pero relevando cuidadosamente a las elites económicas o a la concentración del ingreso de toda responsabilidad en los problemas del país (y depositando toda la culpa en políticos ineptos). Éste es un tema habitual en la autoayuda financiera. Los ricos, incluso aquellos que venden libros y seminarios a quienes aspiran a la libertad financiera, son merecedores de su posición porque son financieramente inteligentes y saben reconocer oportunidades.
En el primer debate presidencial, Hillary Clinton atacó a Trump por no haber pagado impuestos por casi dos décadas. Si bien el candidato republicano nunca dio a conocer su declaración de impuestos, la información que se filtró a la prensa mostraba que las pérdidas que Trump declaró por sus negocios inmobiliarios fallidos en los años 90 le permitieron evitar pagar impuestos desde entonces. Trump interrumpió a Clinton no para negar la acusación, sino para decir que si no había pagado impuestos, eso precisamente lo hacía más inteligente. Muchos pusieron el grito en el cielo, pero este tipo de argumento es muy común en la autoayuda financiera: los ricos se benefician de los resquicios legales del sistema impositivo porque poseen inteligencia financiera. El propio Kiyosaki defendió a Trump al decir que no pagar impuestos era inteligente y hasta patriótico.
Que Trump respondiera con tanta comodidad en un tema tan controversial, admitiendo y jactándose de no pagar impuestos aun siendo multimillonario, nos dice algo sobre él y sobre el lenguaje de la autoayuda financiera que cultivó a lo largo de los años. Los lectores de este género por lo general admiran a los ricos y no les molesta que los propios autores se beneficien vendiéndoles libros, seminarios y otros productos y servicios. Para ellos, el éxito en el propio negocio de la autoayuda financiera no puede sino confirmar que aplican lo que predican y que sí tienen inteligencia financiera. No les parece mal que una parte importante de los ingresos de los autores provenga de sus fans, o que muchas de las historias que aparecen en los libros no sean verdaderas, siempre y cuando encuentren agradables y útiles sus ideas y consejos.
En su libro Queremos que seas rico, Trump y Kiyosaki argumentaban que como ellos ya eran ricos, no tenían necesidad de ganar dinero y por lo tanto podían ser verdaderamente generosos y compartir su sabiduría, a diferencia de asesores financieros menos prósperos, que debían anteponer sus intereses a los de sus clientes. Pero los fans no suelen ver grandes contradicciones entre ese mensaje y que los autores hagan dinero con la venta de libros y cursos. Admiran tanto el éxito económico de los autores como su astucia de aprovechar una nueva oportunidad de vender.
Soy rico, soy libre
Trump trasladó algo de esto a la política: un argumento central de campaña fue que, como ya era millonario, estaría protegido de la influencia y los intereses de distintos sectores. Ser rico le daría libertad. Y también prometió trasladar sus supuestas habilidades personales para “negociar” hacia el mundo de la política. Si esas habilidades las usa también en beneficio propio, para una parte de los estadounidenses será una muestra más de su sagacidad financiera, en tanto encuentren agradables y beneficiosas las acciones del presidente.
Trump aprendió que, para muchos, sus conflictos de interés no importarían demasiado. A pocos días de las elecciones, el programa de TV 60 Minutes entrevistó a Trump con toda su familia. A pocas horas de la entrevista, la pulsera que lució su hija Ivanka, parte de la colección que lleva su marca, se publicitaba por más de diez mil dólares. Para muchos, eso es apenas una prueba de la habilidad y visión para los negocios de la familia Trump, una de las razones por las que fue votado.
La personalidad y las conductas de Trump han sido el centro de atención y crítica por excelentes razones, pero no lo afectaron en el camino a la presidencia (al menos no lo suficiente como para costarle la elección). Para entender por qué ciertas cosas no afectan a Trump, es necesario mirar también hacia los fenómenos culturales más amplios que lo hacen posible. Trump se benefició de cierta admiración por los millonarios, y del mito de que las grandes fortunas reflejan simplemente la “inteligencia financiera”, que además no debe ser considerada junto con sus implicaciones éticas para el bien común.
LA NACION