La tragedia redimensiona todo

La tragedia redimensiona todo

Por Ezequiel Fernández Moores
Ante la tragedia, todo se redimensiona. El deporte también. ¿Seguiríamos hablando, por ejemplo, de “drama” si se hubiera perdido la Copa Davis en Zagreb? ¿Acaso estaríamos gritándole hoy otra vez “traidor” a Juan Martín del Potro si hubiera terminado cayendo en tres sets contra Marin Cilic? ¿Aceptaríamos que también se puede perder contra “un equipo ridículo”, como algunos definían a Chapecoense antes de que eliminara a San Lorenzo y pese a que ya sumaba triunfos ante River e Independiente? Me cuentan desde Chapecó que los autos circulaban ayer a diez kilómetros por hora, no tocaban bocina y todos hablaban en voz baja. Y que Chapecoense, equipo humilde y hambriento, de fútbol obrero y colectivo, símbolo de una pequeña ciudad, agradece tanta solidaridad. Hinchas colombianos avisan que llenarán esta noche el Atanasio Girardot, de Medellín, escenario de la final ahora cancelada. Irán con velas y camisetas blancas. Atlético Nacional pidió que la Sudamericana sea otorgada a Chapecoense. En Brasil, los equipos más poderosos solicitaron que “Chape” no descienda. Y anuncian que le cederán jugadores sin cargo. Chapecoense, que no tenía cancha y vendía rifas en sus primeros años para pagar salarios, no sólo perdió jugadores. Perdió también fundadores, dirigencia, cuerpo técnico e hinchas. Pero, modelo de administración para muchos otros clubes, seguramente sabrá cómo rearmarse. Más que jugadores, eso sí, deberá recuperar primero la energía para recomenzar. Los clubes brasileños amagan vestir escudo o el verde de Chapecoense en la próxima fecha. ¿Lo haría también el popularísimo Corinthians, que tiene prohibido el verde por su rivalidad con Palmeiras? Folklore u odio. Todo se redimensiona ante la tragedia.
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Hasta la fiesta de la Copa Davis cobró otro significado. “Nosotros también estábamos volviendo de una final. Ellos iban…”, graficó ayer el capitán Daniel Orsanic, antes del minuto de silencio. Pocos lo saben, pero la propia Copa Davis debió acomodarse al mundo real ya en su primera edición, de 1900. William Larned y Robert Wrenn no pudieron representar a Estados Unidos. Estaban débiles y enfermos porque venían de combatir en los Rough Riders, los Jinetes Duros, el Primer Regimiento de Caballería Voluntaria de Estados Unidos en la guerra contra España para ver quién se quedaba con Cuba. Dwight Filley Davis, que había creado la Copa Davis para que los países confraternizaran a través del deporte, ya era desde 1925 secretario de Guerra de Estados Unidos. Mandaba marines a Nicaragua. Intervenía en México, Panamá, Haití y El Salvador. Alentaba la Guerra del Chaco. Y sostenía al dictador Gerardo Machado para proteger los intereses de Estados Unidos en Cuba.
Entre las tantas tragedias del deporte, hay una, menos recordada, que sucedió exactamente un 29 de noviembre. Fue en 1975. Cuando dos pilotos (uno de ellos el ex campeón de F.1 Graham Hill, que manejaba el avión con licencia vencida) y otros cuatro miembros del equipo Embassy Hill se mataron cerca de Londres. ¡Cómo no recordar a los rugbiers uruguayos en los Andes! La más impactante fue acaso la tragedia de Superga en 1949, la caída del avión en el que viajaba el Gran Torino, dominador del calcio en los años 40, campeón en 1947-48 con 125 goles en 40 partidos, vencedor de una mítica selección de Hungría y base de la selección italiana que, tras la guerra, era candidata a ganar en 1950 en Brasil su tercer Mundial seguido. Sin Superga, escribió una vez Enric González, acaso no habría habido Maracanazo ni catenaccio. Otro equipo (Italia, no Brasil) hubiese sido el primer tricampeón mundial y hubiese sido Torino, no Juventus, el símbolo más poderoso del fútbol turinés. Un millón de personas fue a los funerales del Gran Torino.
Subestimado, o sobreestimado, el deporte, eso sí, suele hacer más ruido. En sus alegrías y en sus dolores. “El mundo -me decía años atrás por las calles de La Habana “El Caballo” Alberto Juantorena, bicampeón olímpico en 400 y 800 metros en los Juegos de Montreal 76- podrá ignorar que Cuba eliminó el analfabetismo y que es líder en salud, pero la televisión no puede omitir a nuestros atletas cuando suben a un podio.” Hablábamos sobre cómo imaginarse a Cuba sin Fidel Castro, la otra noticia impactante de estos días agitados. Además de ruido, el deporte también es una fábrica de ilusiones, por eso duele Chapecoense. Un hincha me manda la canción que cantaba cuando Central fichó en 1979 a Mario Sergio, ex selección brasileña, rebelde y habilidoso, recordado porque una vez, jugando para San Pablo, enfrentó a los tiros a los hinchas rivales. “Toquen pitos y matracas”, decía una parte. Y le “avisaba” a Newell’s con remate de cancha: “Botafogo nos vendió a Mario Sergio”. Mario Sergio, en realidad, jugó apenas dos partidos para Central y se fue. Comentarista de TV, murió ayer en Medellín. Tenía 63 años. Iba en el avión con Chapecoense.
LA NACION