29 Dec Vivir y publicar: afirman que las redes sociales ya alteran la experiencia cotidiana
Por Julieta Roffo
“¡¡¡Me verificaron la cuenta!!!”, grita. Tiene 17 años, se llama Natalia y, con ese anuncio, se convierte por los próximos diez minutos en la estrella de su grupo de amigas, también adolescentes. Son diez y están amontonadas en una vereda de la Avenida Corrientes, a la altura de los teatros, alrededor del celular de Natalia: un correo electrónico de Twitter acaba de avisarle que su usuario ha sido “autenticado”, es decir, que la red social del pajarito reconoce que detrás de ese alias virtual, sí o sí, está la Natalia de carne y hueso y no un fake que se hace pasar por ella. Hasta hace dos meses Twitter sólo verificaba las cuentas de políticos, músicos, deportistas, actores u otros referentes, para que los demás usuarios supieran que allí estaba el famoso al que buscaban. Pero ahora las posibilidades de verificación se universalizaron y Natalia festeja: es la misma dentro y fuera de la red. Es que la barrera entre lo que se vive y lo que se publica en las redes sociales sobre eso que se ha vivido -sobre eso que se está viviendo- es cada vez más difusa. Y la audiencia es mucho mayor a cuando los encuentros eran sólo cara a cara.
“En los últimos años hemos aprendido a vivir en la vidriera. Todos hacen curaduría de sí mismos en las redes sociales, proyectan sus imágenes y administran sus declaraciones”, dice la antropóloga Paula Sibilia, autora de La intimidad como espectáculo, y agrega: “Hay tanto placer como sufrimiento en ese fenómeno. Se juntan tensiones y ansiedades de nuevo tipo, que configuran un aspecto importante del malestar contemporáneo: el peso de saberse siempre observado y juzgado por la implacable mirada ajena, un monstruo seductor al que se ha vuelto necesario satisfacer permanentemente”.
Para el filósofo Darío Sztajnszrajber, en cambio, “hay una sobrevaluación de las transformaciones que la informática genera en cuestiones de identidad”. Según su visión “la identidad siempre fue narrativa: siempre fue un texto y siempre fue pensada a partir de lo que uno narra de sí mismo”. Es que para Sztajnszrajber “lo que estás presentando en tu nombre es un personaje que creás y que aspirás a que se identifique con vos”. No hay una gran diferencia, según su análisis, entre la respuesta que se le da a otra persona en un bar cuando pregunta “¿Qué es de tu vida?” y lo que se publica en el perfil de alguna red social.
La psicóloga Diana Litvinoff, que escribió El sujeto escondido en la realidad virtual, sostiene: “La publicación en redes puede parecer una intimidad expuesta, pero más bien es la imagen que queremos dar para tener cierta aprobación, por lo que revela cuánto el ser humano depende de la mirada de los otros”. Según la especialista, “esta dependencia no fue creada por las redes sociales, sino que es intrínseca al ser humano, pero las redes la sacan más a la luz que nunca porque uno puede estar pensando en todo momento cómo va a ser visto por los demás: hablás con un amigo y pensás en cómo saldrá la selfie que te vas a sacar con ese amigo”.
Según publicó el sitio We Are Social a medidados de este año, Argentina es el país de Latinoamérica donde más se usa Internet: el 80 por ciento de la población lo hace. Los argentinos manejan, en promedio, perfiles de tres redes sociales distintas. Y pasan, también en promedio, 193 minutos por día en esas redes: sólo los filipinos, los brasileños y los mexicanos hacen un uso más intensivo. Con 27 millones de usuarios, Argentina es el quinto país del mundo respecto de la proporción de habitantes que manejan redes sociales.
“Los nuevos dispositivos tecnológicos evidencian el recurso narrativo de la identidad. Hay algo emancipatorio allí: antes esa identidad narrativa, en la que distintas fuerzas en conflicto libran una batalla interior, no se hacía cargo de que estaba creando un personaje. Ahora todos podemos plasmar ese campo de batalla interior en las redes, que permiten que la esquizofrenia existencial que es el ser humano se plasme con absoluta autenticidad: somos más conscientes de que estamos creando un personaje”, reflexiona Sztajnszrajber.
Para Sibilia “es cada vez más difícil tener experiencias que no sean pasibles de tomar estado público, sea por propia voluntad, por usurpación o sin que nos demos cuenta”. En consecuencia, sostiene, “hay una suerte de violencia en esa hiperexposición porque se ha vuelto más o menos forzada; y nos estamos acostumbrando a vivir así, con el rostro más pegado a la máscara que antes solía retirarse cuando se ingresaba a un ambiente protegido de la intromisión ajena”.
CLARIN