Sting: “Para mí, el elemento más importante de la música sigue siendo la sorpresa”

Sting: “Para mí, el elemento más importante de la música sigue siendo la sorpresa”

Por Jon Pareles
En 2013 Sting declaró que ya no le interesaba escribir canciones para una banda de rock ni en ese tono personal que él mismo llamaba “ombliguismo introspectivo”. En 2007 y 2008 había hecho una gira reunión con la banda que lo convirtió en superestrella en los años 80, The Police, pero después tomó distancia al calificar aquello de “nostalgia”. Se sumergió en la creación de The Last Ship, el musical inspirado en su infancia en los astilleros de Wallsend, el pueblo donde nació. Escribir para personajes de teatro y no para sí mismo lo ayudo a romper con un bloqueo creativo de una década.
Nada parecía indicar que fuese a hacer lo que hizo días atrás: lanzar un disco de canciones de rock de estructura clásica -estrofa, estribillo, estrofa- llamado 57th and 9th-, con un núcleo de guitarra, bajo y batería que recuerda inconfundiblemente a The Police. La interpretación es ágil y articulada, con estallidos de intrincado virtuosismo y clara influencia del jazz, de los valses célticos, y también del rock. Sting le canta al amor que se derrumba, al cambio climático, a los refugiados que caminan y a la sensación que le produce leer los obituarios de otras estrellas del rock.
Desde su casa en Honolulu, Sting habla de su cambio de opinión respecto del rock, de cómo engañó a su musa y de cómo hay que hacer para descubrir la historia oculta en una pieza de música sin letra.
S
-Lo convocaron para la reapertura de Bataclan, el teatro de París donde se produjo la masacre terrorista que dejó 90 muertos hace casi un año. ¿Ese show estaba planeado desde hacía tiempo?
-Alguien me preguntó un tiempo atrás: “¿Reabrirías el Bataclan?”. Como ya toqué ahí en 1979, lo pensé y le dije: “Bueno, acá hay que equilibrar dos cosas. Por un lado tiene que ser una conmemoración respetuosa de las víctimas. Y por el otro también hay que celebrar la música y el amor a la vida, que es lo que ese teatro siempre representó”. Y como buscamos conciliar ambas cosas con inteligencia y respeto, me dispuse a hacerlo.
-Mientras trabajaba en la creación de The Last Ship, usted dijo que no le interesaba escribir canciones introspectivas para una banda de rock. Y ahora llega este nuevo disco, de canciones de rock…
-Soy famoso por hacer declaraciones polémicas por el mero gusto de ver la reacción que provocan (se ríe). Para mí, el elemento más importante de la música sigue siendo la sorpresa. Cuando escucho música, quiero que me sorprendan. Cuando compongo música, siempre quiero insertar una sorpresita ahí, entre ese o este compás. Y cuando elijo la música que voy a tocar para el público, también busco la sorpresa.
-Grabó 57th y 9th en un estudio en plena Nueva York y cambió sus métodos habituales. ¿Cierto?
-Suelo llegar al estudio de grabación con mucho ensayo previo. Esta vez, simplemente reservé el estudio y llevé a todos los que trabajan conmigo desde hace casi tres décadas: Dominic Miller en guitarra, Vinnie Colaiuta en percusión. Y les dije: “Muchachos, hagamos un ping-pong musical”. Hacíamos rodar una idea por el círculo y la canción se materializaba, o al menos la semblanza de una canción. Después yo le daba estructura, le daba forma, me llevaba esa forma a casa y le preguntaba a esa canción qué era lo que me quería decir. ¿Quién es el personaje que canta esto? ¿De qué humor está, cuál es su historia? Y después me engañaba a mí mismo: me aislaba en la terraza de mi departamento, afuera, en medio del frío, y me proponía no entrar hasta no tener terminada la letra de la canción. Me llevaba un termo de café y una manta. Es un truco para sacarte de la zona de comodidad y engañar a la musa hasta hacerla jugar.
-En una de las canciones nuevas, “50.000”, usted está leyendo necrológicas de estrellas de rock y habla de los estadios llenos de fans. La gente bien podría leer esa letra en clave autobiográfica.
-Aunque habla de una estrella de rock, el de “50.000” no soy realmente yo. Es un personaje que parece estar cantando a través de mí y analizando su carrera y, como reflejo, descubre cierta filosofía. Hay muchos que a mi edad siguen haciendo rock and roll y tienen esa experiencia tan singular de estar frente a miles de personas y sentir ese poder y esa desmesura. Y por supuesto los peligros psicológicos de todo eso. Y después está el otro lado, que llega cuando uno se pregunta: ¿qué quiere decir todo eso? ¿Serás un dios? ¿En serio te creés divino? No, más vale que no. Sos muy, pero muy humano y muy mortal. Es una sensación única, muy difícil de explicar. No muchos de nosotros hemos estado parados en esos escenarios, frente a 100.000, 200.000 o, en mi caso, delante de medio millón de personas. Es una experiencia embriagadora que puede llevar a confusiones. Hace falta tener perspectiva y decir: “Está bueno, pero es una ilusión”. El que puede hacer eso, sobrevive, y el que no, se vuelve víctima del mismo proceso.
-Acaba de salir su discografía en un set de vinilo con el título Sting: The Studio Collection. ¿Sus discos de antes le suenan distintos ahora?
-Mi discografía está íntegramente en mi banco de memoria. No tengo necesidad de volver a escucharla. Me suelen sorprender algunas decisiones que tomé cuando era joven y me maravilla que supiera hacer esas cosas, de haber puesto esa nota después de determinada cadencia, por ejemplo. Era algo puramente instintivo. Son cosas que hoy haría más conscientemente.
The Last Ship sólo duró tres meses en cartel cuando llegó a Broadway. Sin embargo, usted dijo que con ese proyecto vivió los mejores cinco años de su vida.
-Sin dudas que fue el desafío más grande, el viaje más difícil y la experiencia más gratificante de toda mi vida justamente por ser tan personal: era la obra que yo quería hacer. Lo más difícil en Broadway es contar una historia original. El tema que elegí no era fácil: trabajadores desocupados de los astilleros del norte de Inglaterra. No es precisamente una invitación al despliegue escénico. Yo me quedé muy contento y quienes la vieron, los conocedores, decían que las obras de Broadway deberían ser exactamente así. Me quedé muy satisfecho. Hace unos días vi una función de la obra en Salt Lake City y volvió a sorprenderme que mi pueblo natal en Inglaterra fuese traducible y comprensible en el medio del estado de Utah.
-¿Volvería a hacer un musical?
-Sí, sin pensarlo ni un minuto. Pero tendría que ser sobre algo igualmente vital para mí. Quiero hacer cosas que tengan un significado para mí y que, espero, también tengan significado para el público. Creo que necesitamos cosas con significado.
-¿Y dónde encuentra significados y sentidos?
-Bueno, ¡ésa es la cuestión (se ríe)! En este momento mi vida justamente tiene mucho sentido: acabo de cumplir 65 años y he aceptado mi mortalidad. Seguramente ya he vivido la mayor parte de la vida que me toca. No creo que haya tema más interesante que tocar como artista. ¿Cómo abordar el fin de nuestro tiempo en esta vida? En la adolescencia, uno les canta al auto nuevo, a la novia y a los zapatos. Y ahora uno habla de la mortalidad. En mi opinión, el mejor arte hace eso. Las mejores óperas hablan de la muerte. Eso no implica ser morboso. No soy una persona morbosa. Creo que aceptar la muerte enriquece la vida. Uno advierte que sus días son limitados y entonces aprende a usarlos.
LA NACION