10 Dec Paseos por Buenos Aires que meten miedo
Por Federico Ladrón de Guevara
Un tour nocturno propone visitar sitios donde ocurrieron crímenes reales y donde también habitan leyendas urbanas. Son las “Noches Escalofriantes”, con escalas en la Iglesia Santa Felicitas (foto), por el asesinato de Felicitas de Álzaga.
No tengo ni idea qué es esto de la Creepy Night. Entonces busco rápidamente en el traductor de Google: entre otras cuestiones, creepy significa “extraño, escalofriante, espeluznante”. ¿A dónde me quieren llevar?, pienso, desorientado. ¿Al Ministerio de Economía? Nada de eso. El evento consiste en una recorrida por algunos lugares de la Ciudad donde se han vivido “momentos de terror”, un tour que incluye “crímenes reales” y “leyendas urbanas”. ¿Seré yo el más indicado para llevar a cabo esta crónica, que cuando era chico quería dormir abrazado a mi mamá después de haber visto el Pulpo Negro? El colega Ricardo Canaletti, sin dudas, lo haría mucho mejor.
Nos encontramos en un señorial edificio de Libertad al 1200. Para ir entrando en clima, me abre la puerta un joven que parece haber sido baleado por el odontólogo Barreda en pleno desencanto familiar: tiene sangre en la cara, que logra amedrentarme aunque sea de utilería. Para completar la escena, brotan de su boca arañas y cucarachas. Divino. Después del “cóctel de bienvenida”, ese momento en que los cronistas nos arrojamos sobre los canapés como si fuéramos los 33 mineros chilenos el día que los llevaron de vuelta a la superficie, nos invitan a subir a una combi. Muy sólida, la guía que, micrófono en mano, se encargará de explicarnos de qué se trata esta “Buenos Aires misteriosa” se llama Silvia y tiene cierto parecido a Janis Joplin. En cualquier momento arranca con los agudos, pienso. Pero no … La primera parada es en Riobamba 144, pleno barrio de Balvanera. Descascarada, como si fuera la morada de Frankenstein, allí está “La casa de la palmera”, que debería llamarse en realidad “La casa de la palmera peligrosamente torcida y a punto de estrellarse contra el techo de un taxi”. “En esta construcción de principios del siglo XX vivía la familia Galcerán”, nos explica Janis. “Eran seis hermanos, cinco varones y una mujer. Cada vez que se moría uno, se clausuraba una de las habitaciones. La leyenda dice que, con el tiempo, la casa fue habitada por fantasmas: se escuchan ruidos, voces, gritos … Hoy, en ese lugar, funciona una biblioteca del Partido de los Trabajadores Socialistas”.
Seguimos viaje hacia Barracas.
En Isabel La Católica y Pinzón, de estilo neogótico alemán, se levanta la Iglesia Santa Felicitas. Está oscuro, muy oscuro. Agazapados, nos reciben varios gatos. El lugar asusta. Janis nos cuenta la historia de Felicitas Guerrero de Álzaga, la viuda joven, hermosa y millonaria que en 1872 fue asesinada por uno de
sus pretendientes. “A los 14 años, a Felicitas la obligaron a casarse con Martín de Álzaga, que tenía 63, pero ella siempre estuvo enamorada de Enrique Ocampo”, sigue Janis.
En la esquina de Garay y Pasco hay un lavadero de autos. Se llama “Crisol”. En ese local, en 1973, Emilia Basil era la dueña de un restauran- te en el que, una noche, preparó milanesas con los restos de José Petriella, a quien había ahorcado y descuartizado después de que él intentara abusar de ella.
Se me empiezan a ir las ganas de cenar. ¿Cómo le digo a Paulita (mi mujer) que guarde en un Tupper los sorrentinos al roquefort que preparó para cuando yo vuelva de este esparcimiento? En medio de esas cavilaciones, el micro enfila por Amancio Alcorta hacia el estadio de Huracán. A la altura de Suárez al 3600 -donde por estos días se construye un complejo de edificiosestaba el conventillo en el que vivió Cayetano Santos Godino, más conocido como el Petiso Orejudo, una ricurita, un pan de dios cuyo prontuario provoca palpitaciones: en 1923, antes de ser enviado a la Cárcel del fin del mundo, en Ushuaia, asesinó en ristra a cuatro chicos, hirió a otros tantos e incendio siete edificios.
El paseo termina en el cementerio de la Recoleta. A metros de la entrada, sobre el piso de empedrado, Janis nos relata la historia de dos mujeres, Rufina Cambaceres y Luz María García Belloso, que murieron muy jóvenes, “a los 19 y a los 14 años”, también a principios del siglo XX. “A Rufina la dieron por muerta cuando todavía seguía viva. Al despertarse en el féretro, y en medio de la desesperación por no poder salir de la bóveda donde la habían instalado, se suicidó clavándose las uñas en la garganta”, describe. “Luz María, a su vez, murió de leucemia. Su madre, que no podía aceptarlo, venía a visitarla todos los días. Cuenta la leyenda que cada tanto la hija aparece convertida en la Dama de blanco”, cierra Janis. Y antes de despedirse, ofrece: “Otra noche la seguimos con el Hombre de la bolsa y la Descuartizada del Lago. ¡Y que sueñen con los angelitos!”
Trataremos.
CLARIN