24 Dec Navidad solidaria: dejan el festejo familiar para brindar con los que menos tienen
Por Micaela Urdinez
Era la Nochebuena de 2012. Dante Balbone recorría las calles del microcentro porteño. A las 12 de la noche terminó de servir unos vasos de jugo y aguas saborizadas, para brindar con un grupo de desconocidos: otros voluntarios de la Fundación Sí y personas que vivían en situación de calle. Así arrancó su Navidad.
Como Dante, son muchas las personas que deciden darle un sentido diferente a las Fiestas y priorizan el poder vivirlas con personas que están en situación de vulnerabilidad social. Así resignan el festejo familiar tradicional y eligen compartir historias, abrazos, comida y buenos deseos con quienes están sin un techo, con los que viven en hogares o en barrios necesitados. Siempre de la mano de organizaciones sociales que trabajan con estas poblaciones durante el resto del año.
“Tenía ganas de hacer una tarea solidaria y no sabía bien por dónde arrancar. Justo un sobrino recibió un correo de la Fundación Sí contando del recorrido que hacían para Navidad y me acerqué”, dice Balbone, de 64 años.
Y agrega: “La primera vez que fui, la expectativa era muy grande porque no sabía de qué se trataba. Fui solo porque como no tengo esposa ni hijos siempre lo pasaba con el resto de mis hermanos, sobrinos o amigos. Pero esa Navidad quise que fuera especial”.
A las 15 fue a la fundación para ayudar con la cocina. A las 21 se juntaron en la esquina de Bartolomé Mitre y Riobamba. “Tenía miedo de quedarme afuera de tanta gente que había. Me fui enterando de a poquito cómo era la movida. Nos dividimos por zonas, me tocó la número cuatro que es la de Casa Rosada. Fue muy emotivo porque uno comparte la charla y el brindis te toca con quien te toca”, agrega Dante, que desde entonces pasa sus Nochebuenas de esta forma.
“Me movilizó mucho”
Durante estos recorridos se reparten empanadas, turrones y panes dulces. Se van armando cientos de mesas navideñas, pero en la calle.
“Me movilizó mucho porque era la primera experiencia que tenía con gente que estaba muy vulnerable. Tenía miedo de meter la pata o de preguntar algo que no correspondía. Pero fue un momento muy conmovedor. Uno con los amigos tiene un montón de oportunidades para compartir las Fiestas, pero para ellos que están tan ignorados, que alguien decida pasar el 24 a la noche con ellos es muy valioso”, afirma Balbone, quien también aconseja compartir esta iniciativa con otros familiares o amigos.
A partir de esa experiencia inicial y revolucionaria, decidió sumarse, todos los domingos por la noche, a los recorridos que hace la Fundación Sí para asistir a gente en situación de calle.
“Es gente invisible para la mayoría de la sociedad y podés escuchar sus historias. Ya hace varios años que hago la misma zona y nos hicimos amigos. Lo lindo sería que la gente se sume no sólo el 24, sino también durante el resto del año.”
Dante les hace compañía, les acerca algo de comer, les lleva un par de zapatillas. Pero para él, lo más importante es compartir. “No pasan hambre porque gracias a Dios siempre hay alguien que les alcanza comida. Pero sí les falta alguien que los escuche”, dice.
El año pasado, como una mujer beneficiaria de la fundación sabía que iban a pasar por su refugio en la calle durante el recorrido de Navidad, los estaba esperando con una sorpresa. “Ella preparó con lo poco que tenía un banquito con sillas y hasta compartimos una sidra. Hizo todo el esfuerzo que podía para recibirnos”, cuenta Dante.
Nunca sabe en dónde va a arrancar la Navidad. Puede ser en un hogar, un parador o en la calle. El año pasado, por ejemplo, lo pasó en la Casa Garrahan. “Este año también lo voy a pasar con la fundación e invito a todos a que se sumen. Son tres horas de tu vida que te sirven para tu crecimiento personal y también a las personas que vas a visitar.”
Después del brindis de las 12, la tarea está terminada. Los voluntarios empiezan a volver al punto de partida, pero otros se quedan charlando o compartiendo. “A más tardar a la 1 de la mañana ya te vas a tu casa. Si alguno se entusiasma se queda un rato más”, explica Dante, para quien estar en contacto con estas personas le sirvió para poder empatizar con su situación y perder todo tipo de prejuicios.
“¿Quien no tiene un amigo o familiar que le dé cobijo cuando está en una situación límite? La persona que llega a una situación de calle es porque está en un pozo. A medida que vas conociendo sus historias te vas dando cuenta de lo que realmente les pasa. Cuando te acostás después de un recorrido de frío o de lluvia te vas a dormir a tu cama y no podés dejar de pensar que ellos se quedan en la calle. Es hacer algo mínimo por un ser humano”, concluye.
Muchas maneras de ayudar
Son muchas las maneras de ayudar. Desde el compromiso más grande de ofrecer la Navidad para ser voluntario hasta donar juguetes y comida para que todos los chicos y las personas de contextos vulnerables puedan pasar unas lindas fiestas, hasta comprar regalos y comida elaborados por organizaciones sociales, y de esta forma ayudar a sus beneficiarios.
Por ejemplo, el Hogar Cura Brochero necesita zapatillas nuevas o usadas en buen estado para hombres; la organización Yo No Fui (tienda.yonofui.org.ar) -que asiste a mujeres privadas de su libertad- tiene una tienda virtual en la que se pueden comprar regalos de excelente calidad y diseño, y el Hogar Juanito (www.fundacionjuanito.org.ar) a través de su campaña “Salvemos el planeta para nuestros hijos” invita a comprar un árbol de poesía intervenido por prestigiosos artistas plásticos. “Los árboles simbolizan la etapa de crecimiento de un niño, por eso necesitamos personas que quieran ser sus tutores para que puedan crecer sanos y fuertes. La idea es poder colaborar adquiriendo un árbol para tu casa, tu empresa, tu club y así empezar una relación con el hogar y los chicos a futuro”, explica Mónica Basualdo, directora de la institución.
Vainillas, flan, dulce de leche, mousse de chocolate. Todos esos ingredientes puso Gisela Bisaccia en el postre que preparó el año pasado para degustar en Nochebuena con los hombres en situación de calle que asisten al Hogar Cura Brochero, en Olivos, del que era voluntaria. “A mí me preocupaba el postre, porque en este tipo de situación lo dulce es muy importante. Hice una cosa inventada, muy rudimentaria. Se ve que les gustó porque no quedó nada. Para este año también voy a preparar algo parecido, sustancioso y fresco”, cuenta esta mujer de 55 años que hace dos es colaboradora de la entidad.
Empezó a ir en los momentos en que su trabajo se lo permitía -hoy lo hace los miércoles por la mañana- y cuando llegaron las Fiestas, quiso pasarlas con los nuevos amigos que había generado ese año.
“Yo decidí que tenía que tener una Navidad de otra manera como una cuestión muy personal. No desde el lado religioso, sino desde la solidaridad. Mi idea era ir sólo a servirles la cena de Navidad y ellos me hicieron sentar, me sirvieron, me preguntaban lo que me gustaba y no. Éramos seis voluntarios y como 50 beneficiarios”, recuerda Gisela, que está separada y tiene hijos adultos.
El menú fue lomo asado con ensalada, además de pan dulce y jugos. El broche de oro de la noche fue, por supuesto, su postre. “Lo mágico es que te encontrás con que te empezás a dar el permiso de recibir. Y eso hace que ellos te empiecen a mirar de otra manera, porque tienen mucho para dar. Un abrazo, un beso. Yo los vi muy contentos de que uno estuviera ahí, que participara. Ya este año me preguntaron si iba a pasar con ellos el 24. Y lo voy a volver a hacer”, agrega Gisela.
Después de este primer encuentro, sintió que por primera vez en su vida le había encontrado el sentido a la Navidad. “Creo que el camino para todos es el de la solidaridad. Es muy importante la empatía que uno puede lograr. Ver al otro como uno. Estas personas están en una situación de riesgo y el hecho de que uno pueda estar un poco mejor parado hace que le pueda dar un respaldo, una protección y una mirada diferente. En las Fiestas centramos mucho la atención en la comida o en los problemas familiares, y no nos damos cuenta de que lo más importante son las personas”, concluye Gisela.
LA NACION