¿Mejor en febrero?

¿Mejor en febrero?

Por Laura Reina
Hace poco más de un año, Marcelo Arévalo llegó a su oficina, miró el calendario y se deprimió, a pesar de que volvía de estar más de veinte días en la costa. Era 11 de enero y tenía todo el verano por delante, sólo que sus vacaciones ya habían quedado en el pasado. No ayudaba el hecho de que había sido el primero en irse y el primero en volver. “Realmente me quería morir porque todos hablaban de sus próximas vacaciones y yo ya me las había tomado -recuerda-. Por una cuestión organizativa de la empresa se dio así, pero yo siempre vacacioné en febrero o incluso en marzo, era la primera vez que me iba tan temprano. Y sinceramente no me resultó. Se me hizo muy pesado.”
Decepcionado, Marcelo intentó buscar consuelo en algún feriado cercano. Googleó “feriados 2016”. Recién cuando vio el 8 y 9 de febrero en rojo se tranquilizó: en menos de un mes, tendría una pequeña revancha, un breve descanso por Carnaval. “Algo es algo”, pensó mientras se disponía a encender su PC y sumergirse de lleno en el trabajo. Otra vez.
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Este año, Marcelo se propuso no volver a pasar por lo mismo: anticipó a sus compañeros y les dijo que ya había sacado pasajes para viajar al nordeste de Brasil el 12 de febrero con vuelta el 28, apenas seis días antes de que sus hijos empiecen las clases. Este año, por primera vez en mucho tiempo, la escuela arranca el 6 de marzo, lo que permite disponer de todo febrero para descansar sin preocuparse por el calendario escolar. “Muchos me dicen: «Ni loco me quedo en enero en Buenos Aires». Y la verdad es que para mí está bueno porque la ciudad está vacía y viajo sentado en subte -dice el consultor-. Además, tengo el aliciente de que me voy en febrero, cuando los otros se están volviendo. Y eso es diferente a tener todo el verano por delante y ya haberme ido”.
Cecilia Pascual es empleada en una inmobiliaria. Toda su vida vacacionó en enero, hasta que el año pasado tuvo que hacerlo en febrero. El cambio al principio mucho no la convenció: ella quería vacaciones ya. Pero pronto empezó a ver el lado positivo: una Buenos Aires con menos gente, con mucha oferta cultural y un verano que se le estiró. “Tomarme febrero al final me resultó positivo porque al volver más tarde, arranqué marzo directo. Psicológicamente ayuda un montón”, dice Cecilia, que este año se va a México a mediados de febrero.
Dentro del complejo armado de las vacaciones, el cuándo empezó a aflorar en su dimensión más emocional. No sólo es evaluado en función del bolsillo -se sabe que vacacionar en febrero o marzo suele ser un 30% más barato que en enero-, sino también en el aspecto más psicológico del término.
Intuitivamente, Marcelo y Cecilia no hacen más que aplicar un principio básico de la economía del comportamiento, disciplina tan en boga por estos días: postergar eso que causa satisfacción en función de lograr un placer mayor o duradero. “Antes llegaba diciembre y decía: «Me quiero ir ya». Pero volvía a principios o mediados de enero y me preguntaba: «¿Y ahora qué hago?» El año pasado, que estuve en Uruguay en febrero, descubrí que irme ese mes me rindió más que hacerlo en enero, y también me ayudó a escapar de la plena temporada donde todo está lleno de gente y es más bastante más caro”, amplía Cecilia, que es licenciada en Ciencias Políticas -aunque nunca ejerció- y sueña con dedicarse de lleno a la fotografía.
La clave en la economía del comportamiento es la incorporación de las emociones para una mejor comprensión de la toma de decisiones, como puede ser dónde y cuándo irse de vacaciones. Y muestra que a la hora de decidir cuestiones como el descanso anual, los aspectos psicológicos pesan tanto como los económicos. Además, cuando se trata de vacaciones, lo que vale en términos de felicidad duradera y de decisiones futuras no es la experiencia del veraneo en sí, sino la memoria de esa experiencia.
Daniel Kahneman, considerado en todo el mundo como el padre de la economía del comportamiento, sostiene que la memoria suele ser engañosa y por lo tanto, el recuerdo de unas vacaciones está influido por las expectativas que se tenían a priori del viaje en cuestión. Y para la memoria no importa cuándo sucedan esas vacaciones. Ni siquiera cuánto duran.
Martín Tetaz, autor del Psychonomics y uno de los que más ha cruzado psicología y economía, dedica todo un capítulo de su último libro, Lo que el dinero no puede pagar (Planeta), a las vacaciones. Tetaz sostiene que “la suma de tiempo de vacaciones equivale a un incremento muy marginal en la memoria de la experiencia”. Esto es, dos semanas en el destino soñado no equivalen en nuestro recuerdos al doble de felicidad que la que genera una semana. Y como tendemos a recordar sólo el principio y el final de una experiencia conviene dejar lo mejor para el final para maximizar la memoria del bienestar.
Claro que para los operadores turísticos, algo ajenos a las tendencias de la economía del comportamiento, el bolsillo sigue rigiendo a la hora de determinar el dónde y el cuándo. Para Luciana Tittarelli, jefa de Comunicaciones de Tije Travel, “el viajero de febrero prioriza el precio. Hoy la variable más importante pasa por cuándo es más barato viajar. Y además hay un montón de herramientas informáticas que lo facilitan y la gente las utiliza -sostiene-. Pero además de ser más económico, a febrero lo elige gente que quiere descansar en serio porque hay muchos menos turistas en destino. Este año, además, se sumó que las clases en los colegios empiezan más tarde y está todo el mes disponible, no sólo la primera quincena como pasó en años anteriores. Y eso hizo especialmente atractivo este febrero para muchas familias”.
En Despegar.com aseguran que hasta el momento hay un 6% más de reservas para viajes internacionales en febrero que en enero. “La venta local viene más lenta debido a que este año la anticipación de compra para el verano ha sido mucho menor en comparación con lo que sucedió en 2015 -comentan en la empresa-. Pasamos de 100 o más días promedio de anticipación el año pasado a 45 días promedio en 2016. Para febrero 2017, la gente que va a vacacionar en el país aún esperará para decidir sus vacaciones, todavía no compró y lo hará en diciembre o en enero, inclusive.” ¿Si este febrero ha despertado mayor interés que otros? Es temprano para decirlo”, vaticinan en Despegar.
En el caso de Jorge Medina, venezolano de 35 años que vive en Buenos Aires desde hace tres, podría decirse que este febrero sí ha despertado un particular interés. La elección de volar hacia Punta Cana -destino al que viajará junto a su novia, también venezolana- el segundo mes del año pasó por una cuestión económica, aunque también influyó su experiencia de años anteriores. “Nunca habíamos viajado en el verano porteño. Con mi pareja habíamos hecho viajes fuera de temporada y este año dijimos nos vamos en el verano. La temporada aquí es agobiante y queríamos cortarla de alguna manera, pero enero es caro -plantea el especialista en marketing digital-. Esperamos veinte días más y nos ahorramos algo de dinero yendo al mismo destino”, comenta Jorge, que sostiene que la espera se apacigua con escapadas a Tigre o a Entre Ríos, donde tienen conocidos. “En enero sale plan pileta con amigos”, dice mientras augura un verano largo, pero con la tranquilidad mental que da cortar justo en medio de la temporada.
Santiago Villanueva, padre de tres hijas de 7 y 3 años y una recién nacida, ve asomar su horizonte vacacional en febrero con cierto optimismo. Además de más económico, asegura que durante ese mes puede escapar del asedio de la plena temporada marplatense, aunque eso dependerá de cómo se comporte el clima.
“El año pasado enero fue muy malo y febrero repuntó porque hubo días más lindos”, recuerda el publicista de 40 años. Por años, Santiago y su familia armaron las valijas con el último brindis del año, pero esta vez esperarán un tiempo prudencial hasta que la más pequeña del clan tenga algunos meses de vida más. “Este año cambiamos por febrero para que la más chiquita esté más grande. Era febrero o nada, o ya julio, en vacaciones de invierno -confiesa-. Pero creo que está bueno postergar un poco las vacaciones y no salir ya. Bajar un poco, estar en casa. Enero se pasa rápido, y más sabiendo que te vas”, plantea Santiago, que cuenta con una gran aliada para los días de calor extremo: la Pelopincho.
Considerado el mes menos fuerte o de menor preferencia entre los argentinos para vacacionar, febrero asoma para muchos como una buena opción para los que quieren evitar la alta exposición de enero, pero sin resignar la temporada estival. Además es considerado como la opción para “cortar” el largo verano y llegar con las pilas bien cargadas a marzo, en lo que se considera el verdadero arranque fuerte del año.
“Cada configuración de vacaciones tiene sentido cuando se combinan distintas variables dentro de cada familia -sostiene la psicoanalista Susana Mauer-. Son oportunidades de convivencia que además de enriquecer los vínculos, permiten renovar energía para seguir adelante. Por eso es fundamental cuidar que el momento de concretarlo no sea prematuro y que tenga en cuenta la coyuntura del entorno en la que se planifican. Como cuando armamos un rompecabezas, hay condicionamientos para tener en cuenta a la hora de evaluar estos viajes. Lo lindo de irse temprano es que cuando uno siente que no da más tiene ese corte cerca que aplaca la ansiedad, y los que pueden esperar e irse en febrero tienen la agradable sensación de que se les estiró el verano”.
LA NACION