22 Dec Lady Gaga auténtica: en su nuevo disco, se libera de todas las máscaras
Por Tamara Tenembaum
A menos que uno haya vivido en un frasco de mayonesa durante la última década, seguro sabe quién es Lady Gaga, pero no son muchos en estas pampas los que han escuchado un disco entero, los que la conocen como artista (o sí, tal vez; sus gestos espectaculares, sus vestidos de carne cruda y sus zapatos imponibles forman parte indudable de su identidad artística). Con su nuevo trabajo, Joanne, el más despojado y paradójicamente sorprendente de sus discos hasta el momento, quizás le llegue la hora. En el siglo XXI, en el mundo que consagró a David Bowie y a Madonna, ¿todavía hay que agarrar la guitarra acústica y bajarle la rosca al pop para ser “un artista serio”? No es exactamente así pero algo de eso hay. Se esté o no de acuerdo con esa visión algo solemne de la música popular, a Joanne vale la pena prestarle atención.
Lady Gaga no se ha tomado a la ligera los títulos de sus discos. Al primero, el que la llevó del under neoyorquino al mainstream, le puso The Fame (2008), casi como una ironía coqueta. Retomó el tema de la autoconfianza en Born This Way (2011), el disco que empezó a posicionarla como autora (y como fábrica de hits), y propuso otra declaración, igualmente ambiciosa pero algo fallida en la ejecución, con el olvidable Artpop (2013).
Joanne es el segundo nombre real de Stefani Joanne Angelina Germanotta, que gracias a un error del autocorrector del celular se convirtió hace unos años en Lady Gaga. El nombre es heredado: lo llevó antes su tía, una sobreviviente de abuso sexual que falleció de lupus muy poco después del hecho, a los 19 años. Gaga nunca la conoció pero llevar su nombre siempre tuvo un significado especial para ella; de hecho, el título de su nuevo disco no es la primera referencia que le dedica. En el librito de letras y textos que acompañaba a The Fame Gaga decidió incluir un poema de su tía Joanne, que también era artista pero nunca publicó nada.
En la decisión de titular al álbum simplemente Joanne (decisión de la que Gaga dudó hasta el último momento: “era demasiado personal”, dijo en entrevistas) se cifra una clave de esta nueva reencarnación. Parece casi impostada la sencillez que ostenta en la portada, con el gesto lánguido, la cara prácticamente lavada y ese sombrero rosa anticuado, de dama sureña. Pero si se presta atención a las canciones se entiende todo: Gaga decidió experimentar con el country y con un sonido definitivamente más crudo y sucio, pero no se vendió a la adultez ni al estereotipo de la cantautora sensible. Defiende este nuevo ropaje con la misma sinceridad y fuerza con que sostuvo el pop teatral de Born This Way.
Joanne es un disco sensible y honesto, pero no un trabajo solemne. Del country no toma solamente las guitarras y la inflexión de la voz (mucho más aterciopelada y sutil) sino incluso los motivos: les canta a los cowboys y a la masculinidad perdida de esos tipos que se parecían a John Wayne, sin abandonar temas que exploró en discos anteriores como la sexualidad femenina y los amores enfermizos. En esta combinación Gaga termina generando parentescos impensados: la matriarca del country Dolly Parton es una referencia innegable, pero también incluso la tantas veces defenestrada Shania Twain, con su mezcla de rodeos y chicas poderosas, se puede leer entre las líneas de Joanne.
La crudeza emocional de Gaga y su talento como compositora y poeta hacen que incluso con sus partes más cursis (como el tema que lleva el título del disco, tal vez demasiado explícito desde la letra) Joanne no cruce del lado de la sensiblería, no se pase a la vereda del cliché. “Angel down”, por ejemplo, inspirada en la epidemia de asesinatos de jóvenes afroamericanos víctimas de la violencia policial en los Estados Unidos, coquetea con los bordes de la cursilería pero es salvada de sus garras por la inteligencia pop de Gaga y su ojo poético. En “Diamond Heart”, con Josh Homme (Queens of The Stone Age) en una excelente guitarra, la potencia de la bestia pop que conocíamos se mezcla con este nuevo sonido en una combinación que tal vez represente el tema mejor logrado del disco, y un tono que sería muy rico seguir explorando.
Algunos críticos llamaron a Joanne “el disco analógico” de Lady Gaga; en efecto, además de que los retoques digitales de postproducción a lo largo del disco son mínimos, algunos temas están incluso grabados de forma analógica, utilizando cinta y no grabaciones digitales. Beck, Florence Welch de Florence + the Machine y Father John Misty son otros de los nombres ilustres que acompañan.
El álbum sigue vivo
En los albores del cambio de siglo, con la explosión de Napster y otros servicios de descarga ilegal de canciones, periodistas y opinólogos se apuraron a vaticinar la muerte del álbum como formato y unidad de sentido. La gente ya no escucharía una hora entera de un artista como cuando tenía que comprar el vinilo, el cassette o el CD, sino que consumiría las canciones sueltas; ya no valdría la pena pensar los álbumes como una especie de novela o colección cohesiva, porque la gente no los leería así. A casi 20 años de estos pronósticos, podemos afirmar que hoy son más equivocados que nunca.
A medida que la tecnología fue avanzando (ya no tenemos que pasar 5 o 6 horas esperando que termine de bajarse una canción de 3 minutos) más artistas del mainstream fueron animándose a reinventar el formato álbum, incluso esa variante tan sesentosa que fue el álbum conceptual. El ejemplo más claro de este revival es Lemonade, el álbum audiovisual que Beyoncé estrenó en simultáneo con una especie de videoclip de una hora en HBO este año. Pero no es el único caso: Taylor Swift hizo un viraje radical del country al pop con el disco 1989 (2014), titulado con su año de nacimiento e inspirado en la música de la década del 80, y Kanye West viene experimentando con las posibilidades narrativas del formato álbum al menos desde Late Registration (2005). Aunque muchos sólo conozcan sus hits, Lady Gaga también es una artista de discos: Joanne es un trabajo sonoramente cohesivo.
No faltaron en los medios y en la Web los fans, bloggers, podcasteros y periodistas que interpretaron Joanne como una especie de caída de máscaras: finalmente conocemos a la auténtica Gaga, dijeron, a lo que había detrás de todos sus disfraces, sus máquinas y sus monstruos. Es tentadora esta interpretación, especialmente porque la propia Gaga parece comprarla, en los momentos más ingenuos del disco. Pero agarrarse de esos fragmentos y leer Joanne como una salida del placard de la Gaga verdadera sería una traición a los planteos mucho más sofisticados sobre la verdad y la performance que Lady Gaga viene proponiendo desde que la conocemos. Born This Way fue un canto a la autoinvención que proponía al mismo tiempo defender eso que traemos de nacimiento: el disco de duetos de jazz con Tony Bennett jugó también con esa ambigüedad de lo viejo y lo nuevo, de Gaga sorprendiéndonos por tratar de hacer algo que no sea sorprendente.
Vale la pena entonces pensar a Joanne como un nuevo disfraz detrás del que no hay ninguna verdad, una superficie que es su pura autenticidad. En una entrevista promocional del disco Gaga da, tal vez, una pista definitiva: “Quería hacer un disco que pudiera interpelar a alguien que en general no se sentiría interpelado por una persona como yo”, explica. Ella es una performer que se alimenta del amor y las miradas de su público: más que un desvío de esa espectacularidad, Joanne es el nuevo capítulo de su show.
LA NACION