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04 Dec GPS Buenos Aires, la reina violeta
Por Judith Savloff
Desde el siglo XVII, la gente se reúne en Japón a mirar flores. Entre fin de marzo y principios de abril, se sientan bajo los cerezos mientras caen copos rosa pálido. Como poemas livianos. Como reflexiones profundas, sobre la vida bella y fugaz.
En Buenos Aires no hay (casi) tal tradición. Pero ahora, en noviembre, es imposible recorrer la Ciudad sin maravillarse con los jacarandás. Aunque sea desde la ventanilla del colectivo, nos hacen ver distinto, ver más.
Sus racimos de flores sin hojas convierten a Capital en una galería de cuadros impresionistas a cielo abierto. Buenos Aires se transforma en la reina violeta. Es más: si se observan desde el aire dibujan manchas tupidas que evocan, como ecos lejanos, algunos de los célebres nenúfares del pintor francés Claude Monet (1840-1926). Será por sus tonos diversos, por cómo juegan con la transparencia o porque más allá del porte que tengan, parece que sus copas flotaran siempre.
La mayoría de estos árboles, que miden hasta 20 metros de alto y 70 de diámetro, promedio, tiene historia. Gabriela Benito, ingeniera agrónoma, docente de la UBA y curadora del Jardín Botánico de Palermo, recuerda a Clarín que el gran paisajista Carlos Thays los mandó a traer a comienzos del siglo XX desde el noroeste del país, de las yungas, “por su valor estético y su adaptación al clima”. (Para darse una idea del aporte de sólo del primero de los Thays, fundador del Botánico y otros espacios soñados, en el Ministerio de Medio Ambiente y Espacio Público porteño señalan que en 1885 había unos 1.100 árboles en Buenos Aires y durante su gestión en Parques y Paseos, entre 1891-1913, se plantaron 150 mil).
Entonces, la mayoría de los jacarandás no son nuevos. Ni tantos. Según ese ministerio porteño, hoy hay poco más de 11 mil ejemplares, que representan el 3,37% del total de árboles (y trabajan en sumar). Sin embargo, da la impresión de que atraen cada año más.
Es cierto que se afianzaron, que hasta los hay “notables” –como los 23 de Plaza Italia “por su poder de ornamentación”–. Y el creciente interés quizás también se deba a que como el cemento se extendió tanto en la Ciudad, por contraste, se lucen mejor. Seguro, los ayudaron las redes sociales, que permiten multiplicar sus imágenes y, con ellas, las ganas de admirarlos en directo.
Como sea, la comparación con la contemplación de flores en Japón no es tan azarosa como se podría suponer. Este sábado 26, a las 20, la pintora Cristina Coroleu –no se pierdan sus aguadas orientales, al menos, en su página web– les organiza un nuevo Hanami (“de hana, flor, y miru, mirar”, en japonés) en Libertador y Sarmiento, Palermo. “Como luciérnagas bajo esos árboles –anticipa–, sostendremos una linterna conmovidos por la belleza inmóvil, para honrarlos”.
El jacarandá, como apunta Benito, fue rival del ceibo en la elección de la flor nacional en 1942 y aunque perdió (supuestamente, por menos federal) lo nombraron distintivo de la Ciudad.
Así que el jacarandá es paisaje de cuento, patrimonio y rasgo de identidad.
Pero además, los ejemplares que hoy nos rodean, desde el cielo hasta el suelo –donde crean una alfombra digna de postal–, tal vez se conviertan en uno de esos “motivos de observación y reflexión que permiten encontrar caminos propios”, como decía Monet. Ese genio que, vale recordar, creó inspirado, en parte, en las tradicionales estampas de paisajes japonesas.
CLARIN