06 Dec El nacionalismo antisistema crece en todo Occidente
Por Rosendo Fraga
El triunfo de Donald Trump no sólo debe ser analizado como un fuerte cambio político dentro de los Estados Unidos, sino como parte de una tendencia en el mundo occidental.
Analizado junto con la victoria del Brexit en el Reino Unido, la historia muestra que es la primera vez que la cultura populista penetró el mundo anglosajón. El presidente electo estadounidense festejó el triunfo del partido nacionalista inglés en el Brexit como propio, así como su líder, Nigel Farage, lo hizo con el del candidato republicano.
Las elecciones presidenciales francesas, a realizarse en abril, muestran que Marine Le Pen puede ganar en primera vuelta. Competirá con el candidato del Partido Republicano (de la centroderecha tradicional), François Fillon, que representa el ala más tradicional de su partido y ha hecho pública su postura a favor de recomponer las relaciones con Rusia, algo que en forma más entusiasta y enfática hizo su probable contendiente. Por ahora, los sondeos señalan que Le Pen sería derrotada en una segunda vuelta electoral, pero las certezas políticas hoy parecen ser relativas en el mundo occidental.
En septiembre llegan las elecciones generales en Alemania. Ángela Merkel acaba de manifestar que competirá por un cuarto mandato consecutivo. Las últimas elecciones locales han mostrado que crece la tendencia nacionalista y antiinmigración. Alternativa por Alemania, que la representa, ganó en septiembre en el estado de Mecklemburgo-Pomerania Oriental. Es el primer estado que gana y es el de Merkel. Dos semanas después se realizaron los comicios en Berlín y la suma de los dos partidos tradicionales (democristianos y socialdemócratas) no alcanzó el 40% de los votos. Los comunistas obtuvieron 16%; los verdes, 15% y los nacionalistas, que tienen el apoyo de grupos neonazis, 14 por ciento.
Estos cuatro países no sólo son las cuatro primeras economías de Occidente, sino cuatro de las seis más grandes del mundo. Ni en Francia ni en Alemania es probable el triunfo del populismo -aunque hoy parece difícil afirmar que algo es imposible-, pero sí resulta evidente su crecimiento político y electoral.
Crece así una tendencia que combina el nacionalismo en lo político, un reclamo de proteccionismo en lo económico, el cuestionamiento a la inmigración y la antipolítica como actitud.
El domingo tendrá lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales austríacas, y el mismo día se celebrará en Italia un referéndum sobre la reforma electoral. En marzo, habrá elecciones generales en Holanda. Más allá de cada caso particular, en cada una de estas ocasiones se podrá medir cuánto se incrementa o no esta tendencia.
Otro dato: en noviembre, en las elecciones presidenciales en Bulgaria y Moldavia, la periferia de Europa, vencieron candidatos prorrusos, que se impusieron sobre sus rivales prooccidentales. Bulgaria representa el primer caso de un país de la Unión Europea y que además es miembro de la OTAN que tiene un gobierno alineado con Moscú. Moldavia, en cambio, no integra esas estructuras, pero es una de las ex repúblicas soviéticas. Todo está ocurriendo rápidamente.
Mientras esto sucede en Occidente, en Asia las cosas se mueven también de modo vertiginoso, aunque más en el campo estratégico que en el electoral. El 24 de junio, al día siguiente del Brexit británico, India y Paquistán se incorporaron como miembros plenos del grupo de Shanghai. Se trata de una organización interestatal que integran China y Rusia junto con cuatro de los cinco países de Asia central que están geográficamente entre ellas. La ampliación del grupo implica una coincidencia en el campo estratégico de las tres potencias asiáticas más relevantes.
Cuatro meses más tarde se realizó la Cumbre de los Brics en la India. En esa oportunidad, el primer ministro indio explicitó la alianza estratégica con Rusia. Afirmó que su país prefiere el aliado viejo (Rusia) al nuevo (Estados Unidos), y firmó con Putin acuerdos en materia de tecnología nuclear y fabricación de armamentos.
Ambos hechos muestran la gestación de una nueva articulación entre China, Rusia y la India que altera el equilibrio global. El mes pasado, el presidente de Filipinas, Rodrigo Dutarte, un populista extremo que es una manifestación en Asia de la tendencia política que se registra en Occidente, anunció desde Pekín la “separación” de la histórica alianza de su país con Estados Unidos y su alineamiento con China, pese a las diferencias por conflictos de soberanía entre ambos países.
Finalmente, la Cumbre de los Países del Asia-Pacífico (APEC) realizada en Lima entre el 17 y el 19 de noviembre, confirmó la tendencia a la atomización en Occidente y a la aglutinación en Asia.
Obama había firmado el Acuerdo de Libre Comercio Transpacífico con 12 de los 21 países de este foro, que concentra el 60% del PBI mundial y el 40% de su población, ya que está integrado por las tres primeras economías del mundo: los Estados Unidos, China y Japón. La idea estratégica central de Obama en su segundo mandato fue combinar este acuerdo con el Transatlántico, que unía a Estados Unidos con la Unión Europea. Se generaba así un espacio geoeconómico con consecuencias geopolíticas desde la frontera con China, en el Oeste, hasta la de Rusia, en el Este.
Este bloque de 40 países con eje geográfico, económico y político en los Estados Unidos quizás era la idea estratégica más importante que impulsó Obama en su segundo mandato. Pero ahora la tendencia que muestra el electorado de Occidente la tornó inviable. Para no perder votos, tanto Clinton como Trump manifestaron en campaña que no enviarían al Congreso el Transpacífico, y el Transatlántico no llegó a firmarse por las resistencias que encontró en importantes países de Europa; esto ha sido confirmado con el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses. Mientras, China avanzó en Lima con su propio proyecto, ofreciendo a todos los países de la APEC un tratado de libre comercio, del que los Estados Unidos quedaron autoexcluidos.
Observar lo ocurrido en el escenario global en los últimos cinco meses sirve para advertir lo que puede suceder en los próximos.
En este marco, un país mediano como la Argentina debería rediscutir sus estrategias. Dar mayor prioridad a la relación con los países medianos puede resultar una alternativa conveniente. La firma de un tratado de libre comercio con Chile sería una iniciativa en este sentido, y hasta se podría aprovechar para esto la próxima visita de la presidenta Michelle Bachelet. También podría resultar conveniente un tratado de este tipo con México, tema que quedó planteado en la visita del presidente Peña Nieto en agosto. Además, la Argentina podría incorporarse al grupo de países medianos del G-20, que, bajo la sigla Mitka, reúne a México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia.
En la región, la convergencia entre Brasil y la Argentina presenta oportunidades para enfrentar en conjunto los nuevos desafíos.
LA NACION