05 Dec Del Potro, entre los más grandes
Por Diego Danishewsky
Ahora que la euforia empieza a ceder, y que la Copa Davis ya forma parte de los grandes logros del deporte argertino, es buen momento para poner las cosas en su lugar: si la victoria argentina es la victoria de un equipo, de una idea, de un compromiso grupal, no es menos cierto que ese éxito tuvo un protagonista excluyente, decisivo. Juan Martín Del Potro no sólo es el líder; también es su mejor jugador, su gran carta de triunfo. Lo dicen con orgullo los propios compañeros y lo saben todos quienes siguen el tenis más o menos de cerca. Delpo es el hombre que hizo la diferencia. Ausente contra Polonia en el primero de los cuatro escalones al cielo, cuando Argentina enfrentó a otro equipo sin su mejor figura y le bastó con Leo Mayer y Guido Pella, Del Potro se sumó ante Italia en cuartos de final y desde entonces llevó de la mano al equipo hasta el título. Y si él le aportó al grupo el plus que le faltaba para ser campeón, debe hablarse de una contraprestación: la Copa Davis, la primera Copa Davis que desembarca en el país, es la materia que le faltaba a Del Potro para ser definitivamente uno de los grandes ídolos de la historia del deporte argentino. “Persona o cosa amada, admirada con exaltación”, define la Real Academia Española. Del Potro es ídolo porque reúne al menos tres atributos imprescindibles. Acumula suficientes logros deportivos como para satsifacer a un país bien exigente y la Davis es la máxima colectiva en el tenis. Delpo es profesional desde 2005 y desde enton- ces el país, lo admita o no, se siente representado por él. Son nuestras sus victorias y nos duelen y nos frustran sus derrotas. Pero la Davis es otra cosa: no quedan dudas de que el prestigio y el orgullo argentino están en juego. Ese peldaño, que tuvo como antecedente las dos medallas olímpicas, ha sido sorteado y está allá arriba, muy por encima del título en el Abierto de Estados Unidos 2009 y de los triunfos sobre los mejores.
Otro elemento indispensable es el carisma, la empatía con la gente. Y este Del Potro, el que volvió a los primeros planos después de lesiones feas no una sino dos veces, se ganó a la gente. Por entrega, por amor propio, por protagonizar una historia de esfuerzos silenciosos que de a poco empezaron a dar frutos. Y por un estilo bravo y corajudo, en el que el hombre suele derribar adversarios con la fuerza de un boxeador y la fiereza de un toro. No es Delpo un habilísimo declarante, y no le faltaron encontronazos políticamente incorrectos -aquella referencia a los calzones de Nadal, en 2011-. Pero este Del Potro, el de su regreso definitivo, ofrece exactamente lo que la gente quiere: garra para pelear, amor por la camiseta. Y triunfos. Alquimia inmejorable.
El hombre que rivalizaba poco tiempo atrás con David Nalbandian, y que dividía aguas, parece una caricatura del pasado. Ningún argentino elegirá recordar por estas horas que aquellos cortocriuitos privaron al tenis argentino de ganar la Copa Davis en Mar del Plata en 2008, cuando una España sin Rafael Nadal llegó poco más que a cumplir. Ese Del Potro casi monosílabico, acné adolescente, algo eclipsado por un papá
enérgico aunque de bajo perfil, fue sacado de la cancha a palazos por este otro, esforzado y paciente. Las tres cirugías y la nueva amenaza de un futuro sin tenis lo pusieron contra las cuerdas y obraron el milagro. Hay un joven que mira a los ojos al hablar, que piensa cada respuesta, que nunca deja de recordar a amigos y familiares, y que sólo saca a relucir la agresividad y el instinto asesino para los partidos.
¿Cómo no “adorarlo” si encima gana y no para de ganar? Aquel impacto de Nueva York parece lejano. En 2016 protagonizó “el regreso del año” para la Asociación de Tenistas Profesionales, les ganó a los cuatro mejores del mundo, fue plata olímpica en Río de Janeiro, derrotó a Andy Murray en el patio de su casa allá en Glasgow, ganó en Estocolmo un título después de años y fue campeón de la Copa Davis.
Pero el carácter de ídolo se termina de construir con un elemento extra: la épica. No basta con ganar, sino que hace falta conseguirlo con angustia, bajo amenaza de perderlo todo. Ante rivales demasiado poderosos. Viniendo de atrás. La victoria de Del Potro ante Cilic, la primera que consigue en su carrera después de estar dos sets abajo, cumple con ese requisito. Como las cinco horas y pico que batalló ante Murray en setiembre. Asumido el carácter de ídolo, es inevitable entrar en el terreno de las comparaciones. No caben dudas de que el tandilense acaba de sentarse a una mesa de la que ya forman parte Diego Maradona, Juan Manuel Fangio, Lionel Messi, Guillermo Vilas (la Gran Willy del tercer set fue una especie de posta), Carlos Monzón, Roberto De Vicenzo, Gabriela Sabatini, en orden arbitrario y caprichoso. Tanto como cuando se intenta ponderar el logro de la Davis y se omiten, involuntariamente, gestas como las de Los Leones en Río y las Leonas en cuatro Juegos Olímpicos.
Ahí está Del Potro, entonces. Idolo y campeón. Por derecho propio y, a diferencia de casi todos los otros, con ganas de más.
CLARIN