06 Nov Un hallazgo en la Antártida, clave para entender el canto de las aves
Por Valeria Román
Hoy, existen más de 10.000 especies de aves en el mundo. Muchas de ellas cantan, hacen llamados o emiten graznidos, y deleitan o asombran a los seres humanos. Ahora se sabe que hace 70 millones de años ya había formas avanzadas de aves que contaban con un aparato fonador que les permitía emitir sonidos. La prueba son los restos fósiles de una especie de ave con el aparato fonador intacto que se preservó con el paso del tiempo en la Antártida.
Los restos fósiles fueron encontrados en 1992 por científicos del Instituto Antártico Argentino que estaban estudiando rocas en la Isla Vega, una pequeña isla de la península Antártica. Estaban muy bien preservados, a pesar de los cambios ambientales del lugar. Incluían un ala, el tórax articulado, y la columna vertebral del ejemplar. Los geólogos le acercaron los restos al paleontólogo Fernando Novas, del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, y se puso a estudiarlos. Uno de sus colaboradores, Marcelo Isasi, fue separando con cuidado los pedazos de piedras que estaban adosados a los restos del ave. Para que no se desmorone, el tórax quedó con roca.
En 1999, los restos fueron transportados a los Estados Unidos para que los analizara el investigador Sankar Chatterjee, quien a su vez los compartió con Julia Clarke, de la Universidad de Texas, en Austin. En 2005, Clarke con otros investigadores argentinos, como Claudia Tambussi y Jorge Noriega, publicaron la identificación del ave, que llamaron Vegavis iaai. Un nombre que tiene su explicación. “Vega” por la isla donde fue encontrado, “avis” por la palabra ave en latín; y “iaai” por las iniciales del Instituto Antártico Argentino, fundado por el Estado en 1951 y que apoyó la expedición que logró dar con los restos fósiles en el año 1992.
Para los científicos, los huesos del ave son como un tesoro, con más capas para descubrir. Hace tres años, pusieron los restos del tórax en un equipo de tomografía computarizada, como los que se utilizan para estudiar problemas de salud de los humanos. Al estudiar el tórax, se encontró en 2013 que contenía el aparato fonador de los pájaros, más conocido como “siringe”. Es la evidencia más antigua de aparato fonador en aves en el mundo, y ayer publicaron los detalles con un reporte en la revista Nature.
En el caso de los humanos, la laringe que se encuentra en la parte superior de la tráquea es clave para la emisión de la voz. Es el órgano de la fonación. En cambio, en las aves actuales, está la siringe en la base de la tráquea. Tiene una membrana a cada lado con la que se produce el sonido al pasar el aire.
“El ave estudiado tenía una siringe que estaba formada por anillos mineralizados. Esta característica aumentó las chances de que los restos de esa parte de anatomía blanda se conservaran”, contó a Clarín Novas, que es investigador del Conicet. “Dentro de la siringe, las membranas se arrugaban o estiraban, y producían el sonido. Por el tipo de siringe y por como son los demás huesos del ejemplar, estimamos que los sonidos que emitía eran parecidos a los de los patos actuales”, agregó. El equipo de investigación también realizó una reconstrucción en 3D del aparato fonador del ave de 70 millones de años. “Es notable la semejanza de la reconstrucción del ave prehistórico con los patos de hoy”, señaló Novas. Se buscaron estructuras similares en otras especies prehistóricas de más de 66 millones de años, pero no se halló nada igual a la siringe.
“Si bien se han identificado restos fósiles de aves más antiguas en la China, con huesos y plumas de más de 140 millones de años, hasta el momento nunca se había descubierto el aparato fonador. Significa que el ave que habitaba la actual Isla Vega en la Antártida sí lo tenía y podía comunicarse de manera compleja con otros individuos”, explicó Novas.
En los tiempos del Vegavis iaai, la Antártida era muy distinta a lo que se puede ver en la actualidad. Era del tamaño del pato de hoy y vivió cuando la Antártida no estaba cubierta de hielo sino que tenía un clima templado. “Era buceadora y convivía con otros animales vertebrados marinos, como los mosasaurios, tortugas marinas, plesiosaurios, un grupo de tiburones, amonites, especies del bosque Nothofagus y dinosaurios herbívoros del tamaño de un caballo”. Además de Novas, Chatterjee y Clarke, otros investigadores figuran como coautores del trabajo en Nature: Federico Agnolin (Fundación Azara), Zhiheng Li, Tobias Riede, Franz Goller, Marcelo Isasi, Daniel Martinioni (Cadic/Conicet en Ushuaia), y Francisco Mussel (Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA). Contaron con financiamiento de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que depende del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. “El hallazgo –sostuvo Novas– tiene importancia mundial para entender la evolución de las aves. Es clave que el Estado argentino siga apoyando a la ciencia”.
CLARIN