12 Nov Pettinato: “Hoy se puede perder todo si no sabés qué es una app”
Por Roberto Petinatto
¡Ya no existe en el mundo algo que te convierta en más estúpido o en una mente brillante! Si bien antes necesitabas un título universitario para anular a tus vecinos o conquistar una mujer, hoy todo se puede perder con sólo decir: “¡No entiendo qué es una app”!
La otra persona te mira como si esa frase indicara que tu cadera se está por quebrar o tu pene ha dejado de funcionar en la última Navidad.
Bueno, quiero aclarar que tampoco sé de “finder”, “calendar”, “ajustes” y más “ajustes” y ajuste de aquellos ajustes que olvidaste ajustar, como tampoco de cómo carajo es que borré todas esas fotos, pero una nube electro mágica en el cielo decidió que tu novia aún las pueda encontrar.
¿Dónde quedaron los tiempos en que cortabas el teléfono y tu vida se convertía en privada? Podías cortar, decir adiós y partir al super, al inodoro o a Ezeiza en vuelo directo a Frankfurt… y tu pareja seguiría pensando que estás en Belgrano, si a los dos días la atendías con un “¡Hola amor! Acá estoy estudiando un cepillo de dientes inteligente.” Hoy podés ser un idiota por creer lo que te dicen los gobiernos y los noticieros, pero nadie se enterará tan rápido de tu sinapsis pequeña si no es diciendo: “Pantalla y brillo, ¿es lo mismo que fondo de pantalla?”.
Lo increíble es que todo el planeta quiera exponer su vida completa, dejando rodar una película que cree interesante para el resto de los mamíferos en clonazepan. ¡Cuando aún no tienen ni siquiera una vida real!
Hace unos días tras una cena en la que comimos por hora, ya sintiéndonos incapaces de huir de un disparo de Garfunkel, un amigo me dice: “¡Me harté de Whatsapp! ¡Lo odio! ¡Son todos un imbéciles que te escriben para cualquier gansada! ¡Basta! ¡Basta!”.
“¿Lo desactivaste?”.
“¡No! Me pasé a Telegram”.
“¿Por qué?”.
“¡Porque Telegram es más privado!” Siguiendo su consejo, hice lo mismo y a los pocos segundos tenía gente feliz saludándome por haber elegido esa red. Rápidamente estaba rodeado una vez más de voces que no reconozco y de caras que no son las reales.
Todos buscan privacidad cuando algo se hace masivo, a la vez que justamente se llama a todas las redes “SO-CI-A- LES”.
¿Qué parte de la palabra no se entiende?!
Mucha gente se entretiene con su teléfono. Es gracioso, porque consideran que no merecen estar en una fiesta con tan poco contenido y alegría y usan el teléfono para buscar el mismo aburrimiento.
Cuando se hablaba de las redes sociales para los jóvenes, todo fue un alivio. Yo había descubierto que podía seguir “discando” aunque el termino ya fuese “presionar”. No había superado aún la separación de los Beatles ni tampoco la idea de dejar el palo para cambiar de canales, que me vino toda una masa de información que no me decía otra cosa que: “Ponte al día o envejecerás en segundos”.
Se me encendieron solas las pantallas, se me cambiaron las redes, aparecían películas subtituladas… ¡Y hasta las podía grabar y rebobinar! Un día me dijeron que estaba viendo en Alta Definición. ¿Y qué sucedió? ¡Vi caras que había visto en Baja durante los últimos 40 años! Sólo que con el doble de maquillaje y el triple de arrugas. ¡Y compré! ¡Compré todo! Hasta me alegré el día que me dijeron que este teléfono era mejor, porque podía caerse al inodoro y flotar. ¿Y por qué no incluir un GPS que me dijera hasta dónde figura la tirada de los caños de agua potable?
Lo más increíble me sucedió cuando una joven me enseñó a escribir con dibujos. Ya no había palabras. Ni una. Se llaman emoticones. Ella ponía una taza de café y una ducha. Había despertado. Una tostada. Comía. Un gordo rojo a punto de explotar. Había cambiado de humor.
Yo busqué algo para responder y envié un paraguas. Nos separamos.
Y ahí pensé que tal vez en el futuro encuentren estos teléfonos y digan: “Así hablaba el hombre en el siglo XXI. Estos son los nuevos jeroglíficos que hoy descifraremos, aunque nos lleve un buen tiempo saber que es ese kiwi, el hotel alojamiento y un avión que despega”.
Ah, y por favor al que me lee: no lo viralice. Que quede todo entre usted y yo.
CLARIN