13 Nov Pérez Reverte: “Los políticos son lo que tenemos de bueno y de malo”
Por Fernando García
Arturo Pérez-Reverte retorna hoy a las librerías españolas (y llegará este mes a las argentinas) con nueva novela Falcó y nuevo personaje, que se llama igual. Falcó es un aventurero y un espía sin escrúpulos que en los primeros meses de la Guerra Civil asume una peligrosa e importante misión para el frente de los nacionales sin pertenecer a él… ni a nadie. En esta entrevista el exitoso escritor advierte contra las lecturas simplificadas, maximalistas y políticamente correctas de guerras pasadas o presentes que, vistas desde un confortable Occidente del siglo XXI, tienden a juzgar a los implicados con excesiva facilidad y a encasillarlos bajo etiquetas reduccionistas. También subraya Pérez-Reverte que, para bien y para mal, los políticos que nos gobiernan no son sino un fiel reflejo de nosotros mismos.
El personaje de su nueva novela, Falcó, no tiene bando salvo el suyo propio, más algunas lealtades… Que son muy pocas ¿Diría que es un mercenario, o un aventurero que se adapta a los tiempos?
La palabra mercenario no es correcta. Yo creo que es un aventurero; un tipo de buena familia, elegante, simpático y bala perdida. El típico que de más joven fue un tronado al que expulsaron de casa para que se buscara la vida. Le va la adrenalina y le va la marcha. Le gustan el lujo, las mujeres y el peligro.
Y se hace espía
Sí. Porque hacerse espía es para él una puerta a la aventura, las mujeres y ese mundo que le gusta vivir.
¿Hasta dónde llega su identificación con el personaje?
Nadie pone lo que no tiene: ni en una novela ni en una película ni el amor ni en la vida. Ahora bien, yo soy un escritor profesional. Utilizo puntos de vista de mis personajes y es así como los creo. Falcó no soy yo ni de lejos. No tengo nada que ver. Lo que pasa es que hay una cierta mirada mía; una forma de ver el mundo, la violencia, el peligro y la incertidumbre, que sí se la presto yo.
La mirada del mundo que vio en su época de corresponsal de guerra.
Claro. Cuando hablo de violencia y de torturas no me lo estoy inventando ni lo he leído en libros; estoy recurriendo a mis recuerdos personales. Hay una parte de mi biografía que me facilita contar ese tipo de situaciones. Falcó se beneficia del conocimiento íntimo de ese tipo de situaciones por mi parte, pero no tengo nada que ver con él: yo sí tengo reglas morales, códigos e incluso ideologías.
Esas torturas y ejecuciones se basan entonces en lo que usted ha visto.
La sensación que te deja el haber presenciado la violencia te permite entender a los que la practican. Yo he visto a gente que practica la violencia. He tomado copas con ellos, he convivido con ellos y algunos son amigos míos. Esa experiencia directa me es utilísima a la hora de crear personajes; me da un plus de realismo y de rigor. Para un lector de 20 años, el mundo de Falcó es prehistórico, pero para alguien de mi generación es un mundo personal. Yo he conocido gente como él, que vestía, caminaba y fumaba como él. Y mujeres como las que salen en la novela. Hay una familiaridad, a través de fotos y recuerdos en primera persona, que me permite reconstruir esa época con mayor fidelidad.
El protagonista de la novela no se implica ideológicamente: una opción inusual. ¿Es, también, una apuesta arriesgada en este país?
Me da igual. Yo hago novelas para cuarenta países, no sólo para éste. No todos mis lectores tienen heridas de la Guerra Civil española. Además, no hay ninguna obligación de que los personajes tomen partido por un bando u otro. Tenemos efectivamente una mala costumbre en España, en el sentido de que todo personaje, incluso de ficción, debe tomar partido porque, si no lo hace, provoca rechazo a unos u otros.
A eso me refería.
Recordemos que en la Guerra Civil había una inmensa parte de la población que estaba atrapada entre unos y otros sin participar ni de éstos ni de aquéllos. Por otra parte, yo no quiero razonar ni debatir sobre la Guerra Civil. Cuento una historia que tiene en ella uno de los telones de fondo, pero no me pongo a explicarla y desarrollarla. Es como si Joseph Conrad se hubiera puesto a contar las guerras napoleónicas cuando escribió Los duelistas.
Lo de la gente atrapada entre dos fuegos ¿sigue ocurriendo?
Claro. Continuamente. En la realidad, en la vida… No hablo sólo en España. Yo he visto siete guerras civiles. Y la mayoría está atrapada en medio. Mira ahora en Siria.
Me refería a España ahora, en tiempos de paz.
Sí, también. El problema está desde los extremos siempre se exigen etiquetas: ‘¿Usted qué piensa? ¿Es de los rojos o de los azules? ¿A quien vota?’ Pues mire usted: ¡es que yo puedo ser de ninguno! Con Falcó ocurre eso, que es su propio bando y punto.
La acción de la novela transcurre alrededor de una traición. ¿Es sólo un motivo literario o también el espejo de nuestra Historia?
Quiero insistir en que con esta novela no pretendo otra cosa que contar una historia (no la Historia). Ni pretendo que el lector comprenda la Guerra Civil ni hago un estudio del alma humana en los distintos bandos; ni siquiera busco trazar un fresco de la Europa de los años treinta. Son las aventuras de un personaje que me interesa mucho y procuro que resulte lo más apasionante posible para el lector. Utilizo los ingredientes que me convienen como narrador y no tengo ningún objetivo moral ni ético histórico ni ideológico ni social ni político.
¿Tampoco quiso hacerlo con el capitán Alatriste?
Ahí sí. Ahí pretendía explicar una España de antes para dar algunas claves de nuestra Historia y entender la España de ahora. Pero Falcó es una novela en el sentido puro de la palabra.
De todas formas, ¿cuánto cree que queda, en la España de hoy, del conflicto que pone telón a la acción de Falcó?
Yo creo que lo que queda es falso.
¿En qué sentido?
Los que sabían lo que fue la Guerra Civil han muerto o están muriendo. Ahora, a la Guerra Civil se la conoce de segunda mano. O de tercera. O por cuatro tuits. Los testigos directos están desapareciendo. Y eso es peligroso. Porque, cuando una generación que no tiene la conexión de relato oral ni de rigor documental sobre un conflicto como ése maneja un asunto tan serio como lo fue aquél, corre el riesgo de moverse a ciegas y, justamente, de caer en las etiquetas fáciles. La visión que hay ahora de la Guerra Civil adolece de la conexión oral que te daban los testigos.
¿Hay indicios de falsificación?
No es eso. Porque tampoco creo que haya mala fe; incluso hay buena fe, y éste es un matiz importante. Lo que hay es una distancia y unas lagunas narrativas, ideológicas y sociales, que han hecho perder en gran medida la perspectiva de lo real en lo que a la guerra se refiere.
En la novela hay violencia, sexo y alcohol. Sin medias tintas, ¿no?
No tiene complejos, no.
Es deliberadamente extremo, entonces.
Sí, porque la vida es extrema. Una cosa son las relaciones sociales de la gente en momentos normales. Pero en momentos de crisis, de aventura, de guerra y de caos, es decir de peligro, la corrección social y política se diluye. Palabras como ética, bondad, amor y solidaridad no tienen importancia. Priman otras como violencia, depredación, supervivencia, odio, rencor, ajuste de cuentas… En ese mundo, el matar, torturar, violar, mentir, depredar… es algo natural. Por eso en la novela estas acciones se cuentan con naturalidad.
Es el esfuerzo por ponerse y situar al lector en el momento.
Claro. Lo que no podemos hacer, y es un error muy frecuente en este confortable y mal acostumbrado Occidente, es juzgar con nuestros ojos políticamente correctos del siglo XXI, de aquí y ahora, los momentos de crisis, violencia y barbarie, sin darnos cuenta de que allí la mirada es diferente. No podemos aplicar nuestros criterios allí. Hay lugares donde por apoderarse de un vaso con dos dedos de agua te pueden cortar el cuello. Y es tan natural que nadie se pone a explicarlo o debatirlo. Gracias a que he estado allí, puedo con cierta facilidad plantearlo de esa manera natural que yo sé que es. Y así el lector lo ve con la mirada de allí, no de aquí.
Cuando dice “allí” se refiere tanto a aquella España como a este Alepo, ¿verdad?
Sí. Y yo estuve veintiún años en ese “allí”. Ayer estaba viendo en la tele a una mujer de Alepo o de Mosul, la verdad es que no estoy seguro, cuyo hijo había quedado ciego por una mina. Y pensaba: es la misma mujer, el mismo niño; son los mismos. Siempre es la misma historia. Estuve allí y no puedo ver ese vaso de agua como lo ve Paris Hilton, esa es la diferencia.
Para un novelista es una ventaja, ¿no?
Para ser el novelista que quise ser y soy, una gran ventaja sin duda. Paris Hilton se me escandalizaría porque ¡cómo va a matar nadie por un vaso de agua! Y yo le respondería que no entro en si es bueno o es malo, sino que constato que por ese vaso de agua sí que se mata.
Falcó es muy diferente de Alatriste…
Porque Alatriste tiene códigos, y Falcó no tiene ninguno.
En todo caso, el capitán dio mucho de sí; para unas cuantas novelas. La pregunta es si también hay Falcó para rato.
No sé. Dependerá de los lectores y de mis ganas. Me lo he pasado bien con esta novela. Tanto, que quiero hacer otra, por lo menos.
Falcó también es cinematográfico.
Sí, y ya me lo han pedido para una película y he dicho que no.
¿Por el tipo de propuesta o por el hecho en sí? ¿Va a decir siempre que no?
No sé. Con Alatriste tardé diez años en decir que sí… Con esta novela, le aseguro que de forma inminente ni hablar.
¿Por qué?
Por muchos motivos. Si a un personaje el espectador le pone cara prematuramente, le quita su propia versión. Una película es la obra de un lector, en este caso el director, que hace su interpretación del personaje. Y esa interpretación puede no coincidir con la mía y la que quiero que tenga el lector en general. Pero el cine y la televisión tienen mucha fuerza. Así que prefiero que el personaje esté asentado, como ocurrió con Alatriste, y cuando lo esté, si es que se asienta, ya veremos qué ocurre con él.
Hace más de un año, usted declaró que en nuestro sistema los gobiernos y los políticos representan lo que somos. ¿Lo mantiene después de todos los escándalos y el lío que hemos presenciado y seguimos viviendo? ¿Tenemos lo que nos merecemos?
Sí. Los políticos son nuestro reflejo, salen de nosotros. No son marcianos que han venido en un platillo volante. Los generamos nosotros y encarnan nuestras ambiciones, nuestras vilezas e infamias. También nuestras esperanzas y nuestras solidaridades. Lo que tenemos de bueno y malo lo encarnan ellos. Si no, no estarían ahí; los elegimos nosotros.
CLARIN