01 Nov Miguel Abuelo: el gran baile en el cielo
Por José Bellas
¿Todo festival es político? Seguro que no, pero a juzgar por una conjunción de grilla/modo de consumo/comportamiento social, es probable que sí. Unos días atrás, durante el BUE, su organizador, Daniel Grinbank, era uno más entre los cuatro mil que se deleitaban con el debut argentino de Wilco, una súplica de larga data entre los melómanos locales. Esa idea de “atendido por sus dueños” le confería a su evento un aura, una noción (¡venden cerveza!), un espíritu de pertenencia, si se quiere a la izquierda del más despersonalizado Personal Fest, donde la marca compite en cartel con sus atracciones, y patea fuerte y al medio con dos números de estadio: Andrés Calamaro y NTVG. Aún así, el inminente Music Wins (13/11 en Tecnópolis) plantea colocarse a la izquierda del BUE, apostando a una programación más indie-gámica con Air, Primal Scream, Mac Demarco, The Brian Jonestown Massacre y Kurt Vile, entre varios. Como si pasáramos de No te va gustar a Snob, te va gustar. En todo caso, a esta Guerra Fría primaveral el otoñal Lollapalooza ofrece una variante liberal, vendiendo tickets a ciegas, sólo por el logo y la idea implícita de que “lleva marca, lleva calidad”. El fin de las ideologías.
El sábado, en el Personal Fest, Andrés Calamaro salió a la cancha con sus cinco-de-memoria de los últimos tres años (Comotto-Kanevsky en guitarras, Wiedemer en teclas, Domínguez en bajo y Verdinelli en batería) y de veras que costaba pensar que no llevaban décadas tocando y sonando así. Modo Rockola-On, sí, un muro de hits ametrallados sin piedad, pero con un arreglo distinto para cada caso, obligando al público a escuchar ese estribillo ralentizado antes de prenderse en el coro apasionado y canchero. O, en pleno Output Input, cambiar su loa a los Mothers of Invention de Frank Zappa por la formación clásica de Deep Purple y citando el incendiario Burn, de los propios aludidos.
Luego vino la tan mentada reunión de Los Abuelos de la Nada. Daniel Melingo, talentoso y desastrado como el linyera que tituló uno de sus últimos discos, no dudaba en golpearse el pecho y tirar gestualmente una cañita voladora al cielo, como dedicándole ese momento al gran ausente de la noche. Y ahí, en la fría y ventosa noche del sábado, Melingo mismo parecía encarnar al “Padre de los piojos, Abuelo de la Nada”, la cita misma de Leopoldo Marechal de la que Miguel Angel Peralta (a partir de ahí, Miguel Abuelo) extrajo el nombre, la magia y las diferentes formas de aplicar su talento.
“El capitán de un barco de piratas”, como lo definió Andrés Calamaro en el elegíaco Con Abuelo (Honestidad brutal, 1999), tuvo tantas máscaras como opciones de canalizar su arte. Fue un folclorista pre-rock, aficionado a las bagualas, cuando trabó amistad con el entorno de La Cueva y su compinche Pipo Lernoud. Fue un gnomo psicodélico cantando Diana Divaga, al frente de la fugaz primera encarnación de su banda eterna, poniendo un filtro tecnicolor a la ciudad. Fue inspiración confesada del joven Luis Alberto Spinetta con la surrealista Mariposas de madera. Fue petardo hard-rockero en su disco & banda de exilio (Et Nada). Y, finalmente, se prestó a ser un chamán saltimbanqui de la alegría descorchada en la transición democrática. Ese Abuelo, el más a mano y popular, puso su cuerpo al servicio de la música, al estilo de contemporáneos no tan rockeros de entonces como Ney Matogrosso o Miguel Bosé. Mientras se confundía circunspección como atajo de seriedad & profundad, él estaba inflando el pechito y cantando cosas como Guindilla ardiente y Lunes por la madrugada. Apropiándose, al fin y al cabo, de aquello que proclamaban los Funkadelic: “Libera tu mente y tu culo le seguirá”.
CLARIN