Los que corren con todos los riesgos

Los que corren con todos los riesgos

Por Federico Ladrón Guevara
La pareja que forman Daniel Álvarez y Cinthia Stuve está tan afianzada en esto de compartir el running que, si se lo propusieran, podrían hacer corriendo todo lo que hacen juntos: hablar, comer, mirar la televisión, pasear y hasta besarse. Sólo desactivarían su fervor por el aerobismo a la hora de irse a dormir. Y tal vez no, quién sabe.
Martín Pastor, en cambio, corre solo. Se pone las medias, las zapatillas con suela de aire, la remera con detalles flúo, el pantalón corto, el buzo rompevientos y se va al parque. Como su mujer, Estefanía, no es lo que se dice alguien que se desviva por el trote, Martín no traslada su vínculo marital al terreno de las actividades físicas. Y no se queja, al contrario: lo aprovecha para encontrarse -como suelen decir los gurúes místicos- consigo mismo.
Profesor de educación física, Daniel es coach de PRG, un grupo de runners que se entrena tres veces por semana durante una hora y media en la Plaza Uruguay, en Libertador y Tagle, a metros de Canal 7 y del Automóvil Club Argentino: “El amor con Cinthia nació corriendo”, cuenta Daniel, como si esta disciplina que se ha expandido tanto en los últimos tiempos fuera mucho más eficaz que la flechita de Cupido o
Tu mejor elección, el programa de Guido Kaczka en El Trece. Y agrega: “Cinthia era una de las alumnas de mi grupo. Nos fuimos conociendo entre clase y clase … Como los dos somos runners, podemos compartir actividad. Si yo jugara al fútbol o al tenis con mis amigos, por ejemplo, a Cinthia no la podría sumar”.
Daniel (58 años) y Cinthia (46) tienen tres hijos cada uno “de parejas anteriores”, dice él. “El running nos obliga a ser muy disciplinados con las comidas, con las bebidas, con las horas de descanso, etcétera, etcétera. Por eso, nos cuidamos mutuamente: ¡ella me hizo dejar la cerveza!”.
Según Daniel, que algo entiende de estrategias de seducción a través del footing, “no son pocos los que se suman a los grupos de runners para conseguir pareja”. Y profundiza: “Eso sí: si se pelean, alguno de los dos cambia de grupo. No sería para nada divertido venir a correr y seguir discutiendo con tu ex”.
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A su lado, Cinthia, que corre “unos 200 kilómetros por mes”, aporta: “El problema también se da cuando alguno de los dos sufre una lesión. Si estás acostumbrada a levantarte con tu pareja un domingo a las siete de la mañana para ir a entrenarte, tenés que empezar a ir sola. ¡Y es un bajón!”.
Maestra de primero y segundo grado en la escuela San Francisco Javier, de Palermo, Cinthia agrega que el running no es una actividad en la que sólo se liberan endorfinas, se mejora el ritmo cardíaco o se fortalecen las piernas. Según ella, que corre “desde muy chica; desde antes de que se pusiera tan de moda”, resalta, el menú de beneficios es más amplio: “Muchas veces nos juntamos a cenar o salimos con amigos que también corren. Y el running es el tema dominante: cómo te estás entrenando, cuál es tu próximo desafío, con qué zapatillas te sentís más cómodo … Si tu pareja no corre, se queda afuera de todas las conversaciones”.
Para Daniel, “también están los casos en los que uno de los dos de la pareja empieza a correr y el otro, al ver los cambios en el cuerpo de su novio o su novia, se termina sumando”.
Ambos de 32 años, Débora Barral y Lucas Gelabert son contadores, runners y están de novios desde hace seis meses. Sin hijos, viven en Villa Pueyrredón y también corren juntos: “El running nos permite programar viajes: nos fijamos varios objetivos y allá vamos”, cuenta Débora con entusiasmo. “Hay competencias en Bariloche, en San Martín de los Andes, en Salta, en todas partes …”. Y suma Lucas: “En enero del año que viene, por ejemplo, vamos a ir a Tandil a correr el Cruce de Tandilia. Se hace en dos etapas, sábado y domingo, por ca- minos rurales, senderos y sierras. ¡Va a estar buenísimo!”.
Del lado de los solitarios, queda dicho, está Martín, de 36 años, que trabaja en una empresa agropecuaria y acaba de recibirse de maratonista: en octubre completó por primera vez el 42K de Buenos Aires, la competencia a la que no quiere faltar ningún atleta, el Superclásico de los fondistas. “A mi mujer le planteé varias veces que podíamos venir a correr juntos. Pero no quiere saber nada: dice que se aburre”, comenta. “Por otro lado, me viene bien: tenemos una hija, Sofía, de un año y cuatro meses. Si yo me entrenara con mi mujer, tendríamos que pedirle a alguien que viniera a casa a cuidar a la nena”. Sobre este punto, Daniel comentaba: “Hay grupos de runners que trabajan con alguien que, mientras los padres se entrenan, se encarga de cuidar a sus hijos en la misma plaza. Para que estén entretenidos, programan diferentes actividades. Es una muy buena idea”.
Fiorella De Marzio, 34 años, escribana, de Recoleta, no tiene pareja. Y activa las piernas sola o, en todo caso, con otros corredores con quienes no la unen compromisos sentimentales. “El running es una actividad muy desestresante. Por un rato, me desconecto de todo. Y al estar sola, me puedo concentrar mejor en los ejercicios”, explica, mientras se ata el pelo con una colita para que no le moleste durante la entrada en calor, que incluirá piques cortos a través de un circuito formado por conitos verdes y amarillos, y una serie de saltos por un camino delimitado con tiras de plástico. “Estoy muy motivada. En noviembre voy a ir a correr la prueba de 30 kilómetros de Huerta Grande, en Córdoba. ¡Y no le tengo que dar explicaciones a nadie!”, cierra, muy a gusto con su independencia. Y se vuelve a poner los auriculares blancos: al fin de cuentas, la música es su mejor compañía.
CLARIN