GPS Botánico: los reyes del jardín

GPS Botánico: los reyes del jardín

Esta flor bella. Esa copa frondosa con pinta de ligera. Aquel tronco macizo que se retuerce como una ramita. Luz, sólo luz, que se cuela entre las hojas y dibuja, caprichosa, manchitas sobre la tierra. Y ahora el viento que chilla como un pájaro inmenso y suspende de golpe el hechizo de este bosque. “Un bosque urbano”, como definirá después la ingeniera agrónoma Gabriela Benito, curadora de este lugar, el Jardín Botánico, en Palermo.
Menos mal que chilló el viento porque, se sabe, es fácil perderse en un bosque.
Así que mejor, elegir un sendero. El Sendero de Los Reyes, por ejemplo, donde se agrupan 35 de los 640 árboles de las 190 especies que tiene el Botánico.
Y mejor también buscar una guía a su altura para recorrerlo.
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“El Sendero de los Reyes Incluye ejemplares llamativos por su originalidad, porte y antigüedad”, explica Benito, ahora guía.
Son ejemplares monumentales, como el aghatis robusta, que mide hasta 50 metros de alto. Antiguos, como el gingko biloba, parte de una especie que nació hace 190 millones de años en Asia. Y hasta de leyenda, como el palo borracho de flores rosas y su pariente de flores blancas, que para la mitología wichi, en el principio del mundo, contuvo a los ríos y sus peces.
Además, cuando el paisajista Carlos Thays creó al Botánico, en 1892, plantó árboles de los cinco continentes. Y aún quedan algunos, “notables”.
Entonces, mejor elegir un sendero, sin dudas; explorarlo y volver a perderse.Porque en las 7 hectáreas del Botánico, conviven 1.500 especies vegetales; un jardín romano, uno francés y otro de mariposas; 28 esculturas; puentecitos y estanques; incubadoras de plantas en extinción, y todavía algunos gatos, que supieron ser casi otro de sus emblemas. (Hace una década había 400 felinos pero trabajan con una ONG que los da en adopción y hoy viven unos 40, “silvestres”, que ya no pueden adaptarse a un departamento).
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Claro que cuesta dejar a Los Reyes. Aunque a medida que uno se aleja se da cuenta de que no pierden nada de poder. Al contrario. Los paisajes que evocan se acomodan enseguida en la memoria. Casi como si los hubiésemos habitado, al menos por ese rato en el que, a sus pies, los admiramos.
LA NACION