El teatro es mirar al otro

El teatro es mirar al otro

Por Leonel Giacometto
Te recibe con un té. Te dice que te lo prepares solo. Te acerca el azúcar y se sienta. Suenan violines y una que otra pequeña orquesta ejecuta un vals. El aire es leve, y estamos sentados a una mesa pequeña. Estamos enfrentados. Tomamos té y el tono afa¬ble de su voz repercute, letal, en una franja de imágenes audio¬visuales, en color y en blanco y negro, a autores, actores, y artistas venidos acaso de donde como él mismo dice, “el sistema adquirió y apropió como posesión”: ese rejunte único de talentos y explosión de arte y vida que arranca en el Instituto Di Telia en los años sesenta, que sigue en el entrecruzamiento:
los años setenta en el país y pasa al Parakultural, Cemento, el Recoleta de los años ochenta del siglo pasado.
A los setenta años, Omar Serra, es y representa el verdadero y vigente under del establishment teatral. El under no como un lugar de tránsito o de vicios varios, sino como el adecuado hospedaje de un arte que, siempre marginal de un centro cada vez más caótico y enajenado, afirma la creación artística como intuición de algo que se tiene, se crea y se ofrece al otro para ser mirado, con todos los prejuicios encima. Y no, como suele ser el teatro.
I (1)
—¿Sos rosarino?
—Sí, pero viví veinticinco años en Buenos Aires. Soy un poco como ese personaje cortaziano que vivió del lado de acá y del lado de allá. Viví en un barrio muy popular, Lanús Oeste, cerca de donde nació Maradona. En la escuela secundaria intenté hacer teatro: Eugene Ionesco, Jean Tar- dieu y algunos otros. Pero no se me dió por estudiar. Leía mucho. Leí mucho. Todo lo que leí, lo leí en Buenos Aires y vi todo el teatro de vanguardia de los sesenta, setenta, ochenta.
—Vos eras del jiperío de plaza Francia.
—Yo fui parte del under porteño. El teatral y el otro. Intimaba con Batato Berea. Con Femando Noy somos íntimos desde el jiperío de Plaza Francia, en Buenos Aires. Fue él quien me acercó al mundo de Alejandra Pizarnik, por ejemlo. Fernando fue muy íntimo de Alejandra. Y yo soy un producto del teatro del absurdo, es lo que representa mi ruptura, es lo primero que elegí cuando me formé para mí.
—¿Cuándo viniste a Rosario?
—En 1979.
—Plena dictadura.
—Vinimos con mi familia. Yo estaba muy perseguido y había caído preso varias veces junto con todos por el solo hecho de ser quienes éramos. Drogas, putos, lectura, anarquismo en esa época.
—Y en Plaza Francia. ¿Hacías teatro en Buenos Aires?
—No. Acá empecé.
—¿Cómo?
—Cuando llegué a Rosario, en 1979, vi en el diario el taller de teatro del Grupo “Arteón” (uno
más emblemático del siglo pasa¬do).
—Fuiste a Arteón.
—Estudié tres años en Arteón con Néstor Zapata, Chiqui Gonzá¬lez, Carlos Medina.
—Ah, un hijo de Chiqui, también.
—Mi madrina es. Yo grababa las clases de Chiqui (González) porque eran magistrales. Chiqui (González) hablaba y hablaba (y hablaba) y yo aprendía. Sabía todo del teatro criollo, era alucinante. Y con Néstor (Zapata) fue el teatro ruso.
—Ahí fue sólo formación. No hiciste obras.
—No, después pasé a Norberto Campos, que tenía una casa hermosa en la calle Paraguay y que ahí funcionaba su Intituto de teatro. Estaba Gladis Temporelli, Cristina Prates, Isabel Taboga y él mismo dando clases. Ahí me puse inmediatamente a trabajar en for¬ma profesional con ellos. Norberto Campos era un vanguardista.
Hay una anécdota increíble de Ornar Serra que une su pasado de muchacho de blue jean con su formación actoral: siendo un nene asiste, como público, al mítico Instituto Di Telia, en Buenos Aires, donde, principalmente, queda impactado por un espectáculo: Casa 1 hora 1/4, del Grupo Lobo (1968), que capitaneaba nada menos que Norberto Campos. Años después, en Rosario, Ornar reencuentra su gusto de espectador con su gesto creativo.
Norberto Campos tiene falsos herederos. Pero Ornar Serra, afable como es mientras toma su té, sonríe socarronamente ante aquella afirmación. Como el tea¬tro se transmite en forma oral,
hay
puestas de determinadas obras que no guardan parangón con ninguna de su propia época y de las épocas posteriores. Hay una versión de La tempestad, de William Shakesapeare, dirigida por Norberto Campos en 1981 que, al parecer, haría perecer en cuarteles de invierno en la actualidad a sus falsos herederos. Y Ornar Serra, aquella vez, fue Próspero, el legítimo duque de Milán desterrado en una isla misteriosa.
—¿Cómo fue La Tempestad?
—Fue hermosa. Norberto pidió un espacio al aire libre. Norberto pidió un camión de arena. Fue en el parque Urquiza, en febrero de 1981.
—¿Duró mucho?
—No. Duró febrero.
—Pero quedó.
—Y quedó. Su puesta fue genial. Todo el parque ilumina¬do de noche, mientras los barcos pasaban por el Paraná, nosotros actuábamos.
***
Ornar pasó también por el grupo Cucaño, mitológico grupo de artistas plásticos, poetas, actores y creativos que a mediados de los años ochenta en la ciudad de Rosario repintaron el concepto de intervención urbana, mucho antes que en otros lugares, en otros polos teatrales.
Después me largué solo. Mi especialidad era, muy en pedo, recitar en los boliches. (Estallamos en una sola risa).
—¿Qué poesías?
—Stephane Mallarmé, Paul Eluard, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire. Me sabía de memo¬ria toda la generación Beat. Hace dos meses, hice Aullido, Alan Ginsberg,en una velada aquí, en laSalaJarry.
—Recitales en lugares que no necesariamente eran teatrales.
—Boliches eran, como lo fue Albatros. Después me peleé con la ciudad de Rosario y me fui a vivir al campo, a Totoras. Ahí me fue a buscar (Gustavo) Rody Ber- tol para hacer el Tiresias de Edipo rey, Sófocles.
La versión de Edipo rey de Rody resuena muy fuerte en la historia oral de la ciudad.
Fue un suceso. Pero también duró muy poco. La gente venía y lloraba y lloraba y Rody decía: “No, no podemos seguir haciendo llorar a la gente”. Era heavy y preciosa. Con un vestuario increíble de Dante Taparelli.
—¿Y después?
—(Sonríe, amplio) Yo copé la Sala de la Cooperación siete años. Antes ya la había copado Norberto (Campos). Fueron siete años faústicos, porque me los dio el diablo. (Sonrisa increíble) Era un lugar maravilloso. Siete años de reinado en el Centro de la Coope¬ración. Gracias a la generosidad, sobre todo, de Norberto Campos que le dijo a las autoridades que miren un poco hacia lo que yo hacía. Él me apadrinó. Ahí fundé la Compañía Sabina Beher.
—Hacías trasnoche. Era increíble: funciones a las doce y media de la noche.
—Hermoso. Ahí hice La condesa sangrienta, en creación colectiva; Los poseídos entre lilas, de Alejandra Pizamik. Y reescribí un caso de Gañan de Clérambault Gaétan (1872-1934), el psiquiatra de la policía francesa que, en este caso que hice en teatro sobre tres hermanas vagabundos, descubrió que la locura es contagiosa. Extra¬ño trío se llamó la obra.
***
Pronto a estrenar Filosofía en tocador, del Marqués de Sade, con el actor Sebastián Tiscomia como el marqués, Ornar habla de la van¬guardia como un lugar de estancia, no de suceso, como el under, como todas esas cuestiones que nos extravían pero que ineludibemente, aunque sea en sueños, volvemos, como cuando uno se escapaba de nenito a mirar fubol en el descampado.
—¿Hay vanguardia en Rosario?
—Jorge Dunster (Catástrofe), Enzo Monzón (Dark room), Juan Hessel (Naturaleza muerta), Aldo El Jatib (Litófagas), Ricardo Arias (Aprovechar el tiempo), Gustavo Guirado (Carne de juguete).
TIEMPO ARGENTINO