El enciclopedismo, una forma del arte

El enciclopedismo, una forma del arte

Por Pablo Gianera
Está recién salido de la imprenta un libro mínimo. Se llama Gusto, es del filósofo Giorgio Agamben y lo publicó Adriana Hidalgo Editora. El título es tan justo como el contenido que preside: una presentación bien simple de uno de los problemas clave de la estética filosófica. Las notas al final del libro lo confirman: el estudio vio la luz originalmente en el volumen 6 de la Enciclopedia Einaudi de 1979. Es decir, todo el libro, apenas 60 páginas, no es más que la entrada enciclopédica de esa palabra, “Gusto”.
Pero de pronto, ahí entre las necesarias definiciones generales, pasa algo y uno se topa con esta frase: “Sólo porque la verdad y la belleza están originalmente escindidas, sólo porque el pensamiento no puede poseer integralmente su propio objeto, debe volverse amor a la sabiduría, es decir, filosofía”. Es una formulación que, aunque el artículo no tuviera firma, uno podría reconocer como propia de Agamben. Lo que quiero decir es que esa observación no se subordina a la información, sino que, en cambio, es autoral, dirige nuestra atención hacia una idea que revela a quien escribe.
Algo parecido pasa con Pierre Boulez. Su libro Hacia una estética musical se cierra con unas maravillosas “notas para una enciclopedia musical”, que era en realidad la enciclopedia Fasquelle. Se definen allí “acorde”, “serie”, “contrapunto”. También hay compositores. Sobre Béla Bartók, por ejemplo, indica Boulez: “Del mundo antiguo, del cual no pudo superar las contradicciones, es verosímilmente el último representante dotado de espontaneidad: generoso al punto de ser pródigo, astuto con riesgo de ser ingenuo, patético y desguarnecido”. La frase, un poco insidiosa y a la vez exacta, no podría ser sino de Boulez. Está también la última gran edición de la Encyclopaedia Britannica, la de 1911, con la entrada del sinólogo Herbert Allen Giles dedicada a la literatura china y la correspondiente a John Keats firmada por Robert Louis Stevenson. Podría seguir, pero no hace falta. Esas enciclopedias no existen más.
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Sin embargo, hay más enciclopedias que nunca, o por lo menos tenemos esa enciclopedia de las enciclopedias que es Wikipedia. Sin embargo… No hay en Wikipedia opiniones así de contundentes, y cuando las hay son citas de terceros. Así, por ejemplo, bien podría ser (no me tomé el trabajo de verificarlo) que la entrada de Bartók incluyera la referencia al artículo anterior de Boulez en la enciclopedia Fasquelle de papel.
Pero el problema no es el papel, sino el modo de funcionar de Wikipedia. Si una idea como la de Agamben sobre verdad y belleza, una idea autoral, resultaría allí impropia es porque, como todos sabemos, Wikipedia no tiene autor. Habría que perfeccionar la frase: su autor es plural: muchos autores igualados por la promiscuidad digital.
Para decirlo de otro modo, la diferencia entre las viejas enciclopedias y Wikipedia es la misma que existe entre el arte moderno y el arte contemporáneo. Las enciclopedias no son obras de arte (¿o sí?), pero de todos modos les competen las generales de esa ley. Si en la obra moderna había un autor, en la contemporánea hay en cambio colaboración entre autores, ya sea que estos autores sean los artistas o que los artistas compartan la realización de la obra con el receptor, convertido por ese solo acto también en artista.
Cuando, sin nombrarlo, el moderno Boulez criticó al contemporáneo John Cage, alegó la “responsabilidad” del compositor con su pieza (o del artista con su obra, que es lo mismo). Las nuevas enciclopedias, lo mismo que ciertas obras, se rigen por la dilución de esa responsabilidad en un colectivo sin nombres propios. Lo sabemos desde los años sesenta: lo moderno es vertical; lo contemporáneo, horizontal.
Pensándolo bien, Wikipedia misma es una obra de arte, un caso de auténtico net art, una práctica en la que, como escribió una vez el teórico Boris Groys, los usuarios de Internet participan de un espacio de exhibición: la propia enciclopedia, en este caso.
Las viejas enciclopedias también tenían una instancia colaborativa. Después de todo, nadie escribe una enciclopedia solo; de ahí que podamos citar a Agamben, Boulez o Stevenson. Aun con todos los esfuerzos, lo contemporáneo tampoco pudo desentenderse fácilmente de la “obra” como categoría moderna. Pero la licuó, del mismo modo que Wikipedia licuó las jerarquías de la Britannica. No es un mal acuerdo: nos ofrece las informaciones y nos pide que, por nuestra cuenta y riesgo, extraigamos de ellas nuestro gesto autoral. Aun como lectores, nos convierte así en autores.
En cuanto a cómo deberíamos comportarnos estéticamente sobre el fenómeno Wiki, sobre el problema de nuestro juicio de gusto acerca de él, recomiendo las páginas de Agamben. Ahí está todo dicho.
LA NACION