Donald Trump, un emergente neofascista que excede las elecciones

Donald Trump, un emergente neofascista que excede las elecciones

Por Julio Algañaraz
El último día de la campaña electoral, Donald Trump anunció que el 8 de noviembre era el “día de la liberación de la clase obrera” norteamericana. Era un mensaje demagógico del viejo patrón inmobiliario, a los alicaídos laburantes y otros blancos más o menos pobres, excluidos del banquete del supercapitalismo concentrado, que pierden trabajos sin remedio, capacidad de consumo y el poder hegemónico que creían tener frente al “aluvión zoológico” de latinos, negros y otros nuevos protagonistas de questo porco mondo. Trump ha sido una extraordinaria novedad, reveladora de un mundo zambullido hace una década “por el imprevisto colapso de la economía basada en el crédito, en el brusco fin de la orgía consumista y en la oleada sin precedentes de masas de migrantes que golpean a las puertas para reclamar hospitalidad”.
Esto lo escribe el más grande sociólogo de nuestra época de crisis que se prolonga y se prolonga, seguramente más allá del final de esta década. Zygmunt Baumant, el polaco lucidísimo aunque va camino de los 90 años de edad, es el descubridor einsteniano no de la relatividad sino de la sociedad líquida en que vivimos, donde naufragan las ideologías, triunfan los ricos del 1% que acaparan la riqueza del resto y se multiplican los descartados. Una era nueva, que empeora nuestro futuro.
El Papa dice que este es el fenómeno devastador del “Dios dinero”. Baumant prefiere señalar que es la cadena desastrosa “de nuestros cálculos equivocados, de nuestros errores y egoísmos” que ha alzado aún más las barreras de la capacidad colectiva “de garantizar nuestro futuro”. El “proyecto moderno” que ha sido difundido y prometía avanzar al infinito, enfrenta la pesadilla de haber alimentado potencias que escapan al control. En esto está también el medio ambiente ultrajado, en carrera con las locuras del rearme nuclear y la “guerra híbrida” para agudizar los peligros de extinción del ser humano en la Tierra.
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Puesto en estos términos, los fenómenos políticos lucen un tanto apocalípticos. Trump ha puesto en movimiento a los filofascistas, nacionalistas, defensores de la identidad europea y de los gérmenes autoritarios que sofocan ya no tan lentamente al Viejo Continente. El Brexit, la salida británica de la Unión Europea con un trauma cuya vastedad y profundidad muchos aun no perciben. La ultraderecha del partido UKIP independentista británico, promotor del referéndum para separarse de los 27 socios de Bruselas, ha inyectado venenos poderosos en el mismo público social que ha elevado a ídolo político en EEUU a Trump. Tanto es así que Nigel Farage, el líder fundador del UKIP se convirtió en consejero y amigo de Trump durante la campaña electoral y ayer pasó por la caja diciendo que fantaseó convertirse en su embajador ante la UE.
El fenómeno que ha hecho detonar Donald excede las elecciones de ayer. Ha lanzado con más decisión a los líderes de la Europa ultraderechista contra los principios que en la posguerra fijaron los fundadores de la Comunidad, como un seguro contra las guerras que por siglos devastaron al continente. Marine Le Pen en Francia, el premier húngaro Viktor Orban, el polaco Jaroslaw Kaczynski, el holandés Geert Wilders, el italiano Matteo Salvini de la Liga Norte y la parafernalia de grupos ultranacionalistas y ultraderechistas en Alemania y otros países europeos, empujan con variadas posiciones en favor del repliegue hacia la “identidad nacional”, la caza a los inmigrantes y el ataque para destruir a una UE contra las cuerdas por sus propios límites, errores y debilidades.
No habrá un operístico “finale” wagneriano a nivel de la Comunidad en lo inmediato, pero la negativa política llevada adelante por Alemania de la austeridad a toda costa y la imposición autoritaria de cepos a países como Grecia, se estrellará contra la realidad del sofocamiento de las naciones que más sufren el “dictat” de Bruselas. Los ultraconservadurismos y los neofascismos que no se reconocen tales, alzan las banderas de la independencia y la guerra a los inmigrantes cuando la verdadera lucha es por cambiar a la Comunidad, no destruirla, reviviendo los principios que trajeron el más largo período de paz y prosperidad en el Viejo Continente.
CLARIN