Vila-Matas y Auster: dos amigos con idiomas distintos

Vila-Matas y Auster: dos amigos con idiomas distintos

Por Laura Ventura
Su amistad se construyó en paseos bajo la nieve, con aroma al Hudson, y bajo la lluvia algo salada del Mediterráneo, en un diálogo con acento francés, así como también en correos repletos de cedillas y acentos circunflejos. Enrique Vila-Matas no habla inglés y Paul Auster no habla ni español ni catalán. Los autores participaron de un encuentro en la sede neoyorquina del Instituto Cervantes ante un auditorio colmado. Los argentinos Ricardo Piglia y César Aira emergieron en sus reflexiones sobre la literatura y el oficio del escritor. El barcelonés y el ciudadano de Brooklyn leyeron algunos de sus textos, hilados con el motivo del narrador errante, y equipararon el acto de caminar con el de escribir. La mexicana Valeria Luiselli ofició como réferi entre estos dos caballeros de la prosa y los condujo al interior de su oficio.
El azar es uno de los tópicos de la obra de Auster. Sin embargo, fue el español quien se refirió a este motivo: “El barrio donde vivo se ha poblado de mendigos de todo tipo. Es la crisis. Barcelona hoy es la ciudad de Antoni Gaudí y detesto que se la identifique con él, un vagabundo que recorría la ciudad y quien murió arrollado por un tranvía. Y ese tranvía lo conducía mi abuelo”, contó Vila-Matas ante un auditorio perplejo, que por un instante dudó de que esta casualidad se tratara de una humorada.
Luego de leer fragmentos de La invención de la soledad, El palacio de la luna y Creía que mi padre era Dios, Auster se imaginó por algunos instantes como profesor de literatura y cómo abordaría el estudio de la obra de su amigo español: “Primero, antes que nada, iría en contra de esa regla tan extendida que consiste en mostrar y no en contar [“Show, don’t tell”]. ¡Qué estupidez! Considero que es central narrar. Y entonces les diría que luego de arrojar esa regla leyeran a un hombre que ama a los libros y a la literatura más que ningún otro autor. Vila-Matas es un verdadero maestro”.
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“Eric Satie no abría nunca las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Miraba quién era el remitente y le escribía una respuesta. Cuando murió, encontraron todas las cartas por abrir, y algunos amigos se lo tomaron a mal”, así comienza el texto “No leeré más e-mails”, de Vila-Matas. Por adherir a esta suerte de manifiesto y considerarlo doblemente genial, Auster lo leyó en inglés segundos después de que su amigo culminó la versión original. Así, el nombre de Ricardo Piglia se pronunció dos veces, puesto que en este texto se alude a aquel intercambio fantástico donde cada interlocutor habla de cosas diferentes. “Ésa es la esencia del diálogo”, opina el escritor argentino en el texto escogido por los dos amigos.
El nombre de César Aira también surgió, cuando se le preguntó a Vila-Matas por su interés recurrente por escribir sobre otros escritores. “Lo hago por compasión”, sintetizó, y recordó una opinión reciente de su colega argentino. “Aira dijo que si hubiese sabido cómo serían los escritores que hoy están en la TV, se habría dedicado a otra cosa”, festejó, y luego ahondó más en su respuesta. “Soy una excepción en España. Me aferré a la Generación del 27, a Luis Cernuda, a Federico García Lorca y a Pedro Salinas. Ésos son los autores que me interesan, ésos y los suicidas, los alcohólicos, los tristísimos y malditos. El escritor sigue siendo hasta hoy para mí un ser enigmático.”
Auster se refirió también a sus inicios en la lectura. “En mi casa no se leía, y ni mi papá ni mi mamá habían ido a la universidad. Así que llegué en gran medida a los libros luego de haber visto muchas películas. Cuando tenía 11 años, Boris Pasternak ganó el Nobel y fui corriendo a comprar Doctor Zhivago. Leí el primer párrafo y no entendí nada. Volví a leerlo una y otra vez. ¿Qué podía entender de un simbolista ruso traducido al inglés? Si hay alguien que sí me abrió la cabeza y sacudió todo mi ser fue Fiódor Dostoievski con Crimen y castigo. Lo leí en una especie de fiebre que duró dos días. Me dije que si eso podía hacerte un libro, entonces yo quería ser escritor.”
En “Entrevistas y charlatanes”, Vila-Matas disparaba contra una pregunta recurrente que se les hace a los escritores sobre su horario y rutina de escritura. Otra de las inquietudes que aborrece el español es aquella que indaga sobre la proporción autobiográfica que hay en sus relatos, como si aquella incursión pudiese cuantificarse. “Al e-mail 2 le he respondido que hay una escritora, Elisabeth Robinson, que a la cuestión de si es autobiográfica o no su obra narrativa siempre contesta: «Sí, el diecisiete por ciento. Siguiente pregunta, por favor»”, leyó Vila-Matas ante la mirada elogiosa de Auster. Pocos minutos después, desesperado -sin ninguna diplomacia ni disimulo- por llegar a ver el partido de los Mets, una pregunta del público regresó a este tema. “¿Cuán autobiográficos son sus textos?”, lo interrogaron con más humor que curiosidad. Y Auster precisó: “Diría que entre un 40 y un 45%”.
LA NACION