Sobre censores, calumniadores y otros villanos de la edición

Sobre censores, calumniadores y otros villanos de la edición

Por Matías Serra Bradford
En un salón de la Biblioteca Nacional, el director de la biblioteca universitaria más grande del mundo pone su nariz contra las vitrinas que exhiben los manuscritos de Borges, uno de sus autores favoritos. Robert Darnton, que dirige la Biblioteca de Harvard, estuvo de visita en Buenos Aires para diversos seminarios y conferencias. Vino a hablar de su pasión –la historia de los libros–, no a promocionar los propios: La gran masacre de gatos y El beso de Lamourette, entre otras investigaciones que se leen como novelas de detectives. Ayer por la mañana dio un seminario para estudiantes de edición; por la tarde conversó con Alberto Manguel sobre “bibliotecas y censura”. Durante una pausa entre una actividad y otra, en el auditorio llamado precisamente Borges, Clarín conversó con Darnton en un escenario vacío, sin público de testigo, casi en susurros, como en una biblioteca.

–Se vive un momento de actualización constante y forzada en los más diversos frentes. ¿De qué manera una biblioteca –universitaria o nacional– debe actualizarse para sobrevivir?
–Es un problema terrible. El software y el hardware se vuelven obsoletos. Y peor, los textos electrónicos se desintegran y deben ser grabados de nuevo, de un formato a otro. El problema de la conservación de material electrónico es gigantesco y no lo hemos resuelto.
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–¿Su postura sigue siendo anti-Google?
–Es cierto, pero así suena simple. Google es una gran compañía y lo que hace con su tecnología es estupendo. No obstante, estoy en contra de las intenciones de Google, de monopolizar el acceso al conocimiento.

–El libro digital tocó un techo del 10% y ahora bajó a un 7%. Las predicciones apocalípticos acerca del fin del libro material a esta altura suenan más bien risibles, ¿no?
–Sí, absolutamente. Tengo una pequeña colección de frases de autores famosos diciendo que el libro está muerto. Ya en 1928 Walter Benjamin decía que el libro se acercaba a su fin.

–En “Censores trabajando”, usted investiga el modo en que se censuraba a los escritores en la República Democrática Alemana, que terminaban autocensurándose. Hoy, el actual clima global parece promover una cierta autocensura para prevenir posibles ofensas hacia fundamentalistas de diversas banderas y creencias, ¿no cree?
–Sí, claro. Y se puede retrotraer mucho tiempo atrás. Un ejemplo: Voltaire escribió una pieza llamada “Mahoma”. Hace años un teatro en Ginebra iba a montarla, pero lo pensaron de nuevo y decidieron que era mejor no hacerla y la cancelaron. Ahí tenemos un caso de autocensura. La censura puede ser muy astuta e infiltrarse en nuestra mente. Un escritor de Alemania oriental confesaba que tenía un pequeño hombre verde en la oreja que le susurraba: ¿”Realmente quieres escribir esto? Puede traerte problemas”.

–Borges solía decir que la censura era útil para estimular el uso de la ironía.
–Lo había escuchado. Uno de mis escritores favoritos es el poeta Heinrich Heine, que era maravilloso para enfrentar la censura. Decía que la censura podía conseguir que refinaras tu escritura, que el otro leyera entrelíneas, llegar a un diálogo más inteligente entre autor y lector.

–Por un lado el clima políticamente correcto, y por otro la xenofobia, hoy estimulan una especie de censura de posturas críticas. Cada vez se vuelve más delicado criticar (y no sólo a figuras famosas), por temor a represalias legales.
–La corrección política puede tener el efecto de una censura, está hecha de una especie de inhibición. Y las personas son menos francas de lo que solían ser. Sin embargo, y aquí es donde podría estar el debate, creo que cualquier clase de selección que hagas antes de hablar está filtrada, es un proceso de selección en toda comunicación, por eso me resisto a llamar censura a todo eso. Si lo llamo censura es porque el peligro de la intervención del Estado es serio, y la censura es el ejercicio del poder por autoridades que tienen el monopolio del poder.

–La calumnia y el libelo son temas recurrentes en sus historias sobre libros. ¿Cree que las nuevas tecnologías y las redes sociales –con las que ha vuelto el anonimato y la gente se siente libre de insultar como sea– son una oportunidad para que la gente aprenda de nuevo a dar a conocer sus opiniones?
–Sí, claro, la gente común, no sólo Donald Trump. Facebook expone a la gente a grandes problemas porque ha sido muy suelta para exhibir su vida privada. Y esta se ve amenazada por el carácter invasivo de las redes. Una persona debe censurar más qué es lo que dice y ahora es consciente de que una foto desnuda que le dio a un novio puede ser utilizada en su contra de acá a diez años.
CLARIN