Piscinas naturales

Piscinas naturales

En los últimos años floreció el concepto de “biopiscina”, aplicado a las piletas naturales o ecológicas. Se las llama así porque están libres de productos químicos y se autodepuran con la vegetación de la zona. Pero también existen las piscinas verdaderamente naturales, creadas por los caprichos de la geografía. El Viajero Ilustrado recuerda la laguna de Giola, en la isla de Thassos, en Grecia. Sumergirse en sus aguas transparentes, contenidas en esa olla natural rodeada de rocas, parece guardarnos del mundo.
En el sur de Italia, en las costas de Otranto –a unos 20 km de Rocca Vecchia–, la espléndida Grotta della Poesia (“Gruta de la Poesía”) es un pozo profundo descubierto hace treinta años. Se dice que allí se bañaba una princesa que, además, escribía poesía. De ahí surge su nombre. Las aguas tienen una oxigenación natural y no interviene ningún elemento mecánico, físico o químico para manterner la transparencia y limpieza.
En Laos, a 25 km de Luang Prabang, una ciudad famosa por sus templos de la religión budista, las cataratas Tat Kuang Si atraen a miles de turistas. Un camino entre arrozales y aldeas rurales lleva al pie de estas cascadas de más de 50 metros de altura. Al caer, las aguas que van a desembocar en el río Mekong forman varias piscinas naturales, que parecen brotar de las rocas. En un entorno selvático, las aguas recorren 29 kilómetros y se acumulan en tres niveles. Hay pasarelas de madera para ver el paisaje, pero también lianas, para aquellos turistas que sueñan con ser Tarzán o Jane por un rato.
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Alguna vez, El Viajero visitó el sultanato de Omán y su pintoresca capital, Mascate, uno de los puertos más antiguos de la Península Arábiga, sobre el Golfo Pérsico. Allí descubrió uno de los países más desarrollados del mundo árabe, con desiertos espectaculares y viejas fortalezas. Omán tiene playas y también es célebre por el Bima Sinkhole, una olla subterránea natural formada por el colapso del techo de una cueva que terminó inundada. Ubicada a 6 kilómetros de Dibab, esta piscina natural de aguas color turquesa tiene más de 30 metros de profundidad y 70 metros de largo. Se cree que sus aguas están conectadas con el mar por canales subterráneos.
El Viajero entiende que, a veces, la búsqueda de escenarios naturales puede resultar costosa y arriesgada, pero hay muchos que aceptan este tipo de placeres. Es el caso de los turistas que visitan Africa y se bañan en “La piscina del diablo”, ubicada justo en el borde rocoso de las cataratas Victoria, en Zambia, y descubiertas por el explorador inglés David Livingstone en 1855. El río Zambezi cae allí desde una altura de 108 metros, arrastrando medio millón de litros de agua por minuto. Por eso, los nativos bautizaron estas cataratas como “El humo que truena”. Sólo es posible bañarse en “La piscina del diablo” en los meses más secos, entre mayo y octubre. El resto del año, cualquiera que lo intente sería arrastrado por las aguas.
Bien distinta es la Blue Lagoon, una espaciosa laguna de aguas sulfurosas ubicada cerca de Reykjavik, la capital de Islandia. Por sus cualidades curativas, estas aguas atraen a quienes sufren de enfermedades reumáticas. En el otro extremo del mundo, la isla volcánica Santo del archipiélago Vanuatu –en el océano Pacífico–, cuenta con la famosa cueva Nanda Blue Hole. Sus aguas brotan de manantiales subterráneos formados por las lluvias, que atraviesan las rocas calcáreas. Estas piscinas naturales, que en algunos casos son virtuales pozos, ostentan una belleza inquietante. Pero cuando se baña en esas aguas, El Viajero cree oír los versos del poeta chino Liu Fuling, que cantaba: “Cuando los días son claros y el agua se llena de ondas, es tan agradable dejarse ir flotando…”.
CLARIN