20 Oct Penny Rimbaud: “Si sos auténtico con vos, sos auténtico con los demás”
Por Juan Manuel Strassburger
A primera vista, alguien podría confundirlo con Gandalf, el sabio de El Señor de los Anillos. La misma mirada profunda, el mismo carácter taciturno. Y sí: Penny Rimbaud, que en días pisará por primera vez la Argentina como conferencista del Trimarchi, la convención internacional de diseño de Mar del Plata (del 14 al 16 próximo), comparte algunas cosas con el personaje de Tolkien. En principio, cierta condición de leyenda secreta. Un aura de respetabilidad. También su larga cabellera canosa. Y algunas respuestas de fuerte tono aforístico. Pero las comparaciones terminan ahí. Porque Penny Rimbaud es bien real. No por nada sus intervenciones con Crass -banda británica de culto en los setenta- fueron claves para darle sustancia ideológica al punk más allá de su estética revulsiva. Y más allá de que su nombre y el de Crass tal vez “no suenen” inmediatamente entre quienes repasan aquellos años. Pero Rimbaud se anticipó, sin pedir nada a cambio, a tópicos encuadrados en el feminismo, la lucha ambiental y la antiglobalización. Ahora, la historia lo trae de vuelta.
Pero ¿cuáles fueron las razones por las que muchos años después aún su nombre es poco conocido? Un accionar al margen que lo hizo enemigo de la fama rápida y una categorización de la crítica que según él no siempre fue la más adecuada.
“El término «anarcopunk» fue creado por la prensa para aislar el contenido radicalizado de bandas como Crass respecto de otras del mismo origen. Así fue que a pesar de haber vendido millones de discos en aquel momento, muchas de nuestras acciones y presentaciones permanecieron indocumentadas”, dice desde su hogar en Inglaterra, pocos días antes de encarar un “retiro espiritual” (en el cual no pronunciará palabra ni se comunicará vía escrita durante varios días) como forma de prepararse para sus charlas en el Trimarchi.
“Solemos hablar de «paz». ¿Pero sabemos realmente lo que «paz» significa? Yo no lo sé. Pero a través de la meditación me acerco un poco a esa experiencia”, cuenta este hombre que ciertamente sabe lo que significó alzar la voz durante los setenta. Primero como cofundador del Stonehenge Free Festival (que reunía a miles de personas en el famoso monumento prehistórico y terminó por costarle la vida de su amigo Phil “Wally Hope” Russell que después relató en el libro El último de los hippies, editado aquí a instancias de Patricia Pietrafesa, música y difusora de la contracultura local). Y luego como promotor consecuente de un movimiento vital que muchos postularon como asociado al punk de los setenta pero que a la hora de los hechos -dice Penny-se vio que no era tan fácil ni tan liviano de sostener.
“The Clash y Sex Pistols habrán sido muy buenas bandas de rock n roll. Pero en términos de política e ideología no pudieron ir más allá de la polémicas básicas. No lograron más que una mala teatralización de sus intenciones políticas serias”, señala muy crítico en retrospectiva y admite que nunca le interesó sentarse a zanjar con sus pares esas diferencias. “Creo que en muchos aspectos el punk fue un producto del mercado. Por eso considero un gran error confundir las ideas del punk con ideas revolucionarias. Más teniendo en cuenta que mucho del punk original no era otra cosa que nihilismo individualista”, sostiene más crítico todavía, aunque con el respaldo de haber pregonado y recorrido con su banda un camino diferente al que señala. Mientras muchos de los grupos más famosos de aquella explosión británica del 77 terminaron diluidos en el escándalo o asimilados sin más a la industria (cada cual encontrará el ejemplo que más le cuadre), Crass no sólo no abandonó el “hazlo tú mismo” con el que producían sus discos y llevaban adelante sus acciones directas (muchas veces atacando directamente al entonces gobierno de Thatcher y sus políticas neoliberales) sino que en términos artísticos siempre intentó levantar la vara. Así, de un punk más ortodoxo de sus inicios (con temas ícono como “Do they owe us a living?”) fueron mutando con el correr de los años hacia una especie de free punk o avant-garde áspero en el que no le escapaban al minimalismo, los collage sonoros y los recitados de poesía, además de abordar tópicos encuadrados en el feminismo, la lucha medioambiental y la antiglobalización.
-¿Por qué pensás que la estética del punk fue años después tan bien absorbida por la moda y el diseño? ¿Había alguna forma de evitarlo?
-Mucho de la estética punk nació como pura moda así que era inevitable que terminara siendo adoptada por las grandes marcas. Malcolm McLaren y Vivienne Westwood (N del R: manager y vestuarista de Sex Pistols, respectivamente) provenían de boutiques de ropa y diseño emplazadas en los barrios más privilegiados de Londres. En ese contexto, los Sex Pistols no fueron mucho más que maniquíes. Un sector al que siempre le gustó ser indulgente con la bohemia y sus excitaciones baratas. Por eso, para mí, la mejor forma de evitar el mercado de la moda hubiese sido no inmiscuirse en ese ámbito. Una cosa es segura: la moda va y viene; vive una corta vida y después muere. ¿Tiene sentido preocuparnos por ella?
-¿En qué cosas pensás que tus vínculos fueron diferentes a los que por ahí la sociedad enseña?
-Si sos auténtico con vos mismo, sos auténtico con los demás. En ese sentido, el amor no es una idea sino una fuerza. Una fuerza de vida. Entonces: el amor específico no es amor sino posesión. Y seguramente fracase. Mientras que la pasión es interesada y temporal, la compasión es altruista e inmortal. El deseo nunca debería ser confundido con amor. Pienso que el amor es todo o termina siendo nada.
En los años que siguieron a la disolución de Crass (1984), Penny se recluyó en Dial House, la casa comunitaria donde operaba la banda y que desde entonces se convirtió en un amparo de puertas abiertas para todo aquel que quisiera constatar por sí mismo de qué iba y cómo era una vida al margen de los dictámenes más duros de la industria cultural. Allí y durante largas temporadas junto a su “compañera” Gee Vaucher (artista plásica que también fue pieza fundamental de Crass al idear muchas de sus presentaciones visuales), Penny se dedicó a pintar y a escribir (público varios libros de ficción, ensayo, poemas y autobiografías que circularon vía Internet por el mundo). Y, sin proponérselo, se convirtió en un referente occidental de las ideas libertarias ligadas a la vida en armonía con la naturaleza y la propia sustentación vital.
Así, es de esperar que su charla en el Trimarchi (el 15 próximo) exceda su experiencia con Crass y que también abarque sus enfoques libertarios respecto al medio ambiente, la alimentación, el transporte, la cuestión de género y la vida sencilla. “Voy libre de expectativas”, dice respecto de la visita. “Los años me enseñaron que la expectativa es una presunción del querer y del pretender. Y no me gusta pretender nada en la vida”, completa aunque reconoce contactos con la comunidad libertaria local que lo admira desde hace décadas. Seguimos:
-La Guerra de Malvinas afectó de manera especial a la banda. ¿Por qué y qué consecuencias tuvo para ustedes?
-Crass fue una de las poquísimas voces que salió a criticar sin matices esa guerra. Y nos sentimos muy solos en esa prédica. En mi caso, escribí el tema “How does it feel to be the mother of a thousand dead?” (¿Cómo se siente ser la madre de un millar de muertos?) en el que condenaba la acción ilegal e inconsulta de Margaret Thatcher de atacar y hundir el General Belgrano, así como su complicidad en el hundimiento del Sheffield y de su repetida belicosidad para desoír cualquier intento de paz que pudiera llegar a surgir. Más allá del interés por el petróleo antártico, Thatcher usó la guerra para reunir apoyo social cuando el pueblo se le estaba volviendo en contra y para romper el creciente movimiento de paz que se estaba formando. Poco después de que terminó la contienda, le preguntaron si había escuchado la canción y ella se rehusó a contestar. Sin embargo, en seguida, uno de sus principales ministros tomó acciones legales contra nosotros y la canción. Aunque luego tuvieron que retroceder. Ellos habían podido ganar la guerra pero de ninguna manera la pelea estaba terminada para nosotros.
-¿Cuál es tu punto de vista de la crisis migratoria?
-Antes de culpar al resto, siempre es bueno ver nuestra propia responsabilidad. Y no hay absolución salvo en el día a día de nuestras pequeñas actitudes. Hasta que no volvamos a traer amor al mundo, el mundo seguirá en guerra.
LA NACION