04 Oct Nobel para un biólogo que descubrió cómo el cuerpo se “recicla” para sobrevivir
Por Valeria Román
Muchas de las células que forman los organismos, desde el hongo de la levadura hasta de los seres humanos, se comen a sí mismas para sobrevivir. Sí, se autodegradan y con los desechos vuelven a obtener nuevos nutrientes y energía. Ese mecanismo, que se conoce como autofagia, fue descubierto por el científico japonés Yoshinori Ohsumi, y cambió tanto la comprensión del funcionamiento celular que fue un mérito suficiente para convertirlo en el único ganador del Premio Nobel de Medicina 2016. Su enorme contribución ayuda entender enfermedades tan diferentes como los cánceres hasta la resistencia de las bacterias que causan la tuberculosis.
La Asamblea Nobel del Instituto Carolina de Suecia anunció ayer por la mañana el premio para Ohsumi, de 71 años. El investigador recibió la noticia por teléfono mientras estaba en su laboratorio. El 10 de diciembre, cuando se hace la ceremonia que conmemora la muerte de Alfred Nobel, le entregarán al japonés el premio de estatuilla con 930.000 dólares.
Con su gran descubrimiento, el científico abrió un campo desconocido para entender el funcionamiento de las células y el camino que lleva a diferentes enfermedades, como diabetes, cáncer, infecciones, Alzheimer, y Parkinson, entre otras. En algunos casos, el mecanismo de autofagia no está funcionando bien. En otros casos, como algunos cánceres avanzados el mecanismo ayuda a que las células tumorales sigan proliferando y sobreviviendo. Hay ahora decenas de grupos de investigación en el mundo que trabajan con el descubrimiento de Ohsumi como base, y que están buscando maneras de desarrollar nuevos tratamientos para activar o inhibir el mecanismo de autofagia según lo que se necesite para cada enfermedad.
Ohsumi nació en Fukuoka, en el sureste de Japón. Se doctoró en la Universidad de Tokio en 1974 e hizo un postdoctorado de tres años en la Universidad Rockefeller de Nueva York, Estados Unidos. Después volvió a la Universidad de Tokio, donde estableció su grupo de investigación en 1988. Es profesor en el Instituto de Tecnología de Tokio desde 2009.
Hace 27 años, Ohsumi apostó a explorar un nuevo terreno. “No me siento confortable compitiendo con mucha gente, y encuentro más disfrute en hacer algo que nadie más hace”, comentó ayer a la prensa. Ohsumi se concentró en la degradación de proteínas en la levadura de cerveza, que sirve de modelo para estudiar las células humanas. Trabajó con células que no recibían nutrientes. La situación de “hambre” hizo que se activase el mecanismo de degradación ciertos componentes de las células de levaduras y su posterior reciclado. En 1992 ya empezó a publicar sus resultados. Luego, identificó 15 genes que estaban asociados al mecanismo de autofagia a través de experimentos con mutantes de levaduras.
A partir del hallazgo de Ohsumi, otros investigadores siguieron estudiando el mecanismo y se identificó en otras especies. “Hoy sabemos que la autofagia es esencial para las células”, destacó la bioquímica María Inés Vaccaro, quien organiza una jornada internacional sobre el tema para 2017. “Las células de mamíferos pueden sensar si tienen nutrientes y energía. Si no los tienen, gatillan el mecanismo de autofagia interno. Se forma una vesícula que secuestra al citoplasma de la célula y lo lleva al lisosoma. Allí, se degradan los componentes del citoplasma. El material degradado es usado por la célula para obtener nutrientes y energía para seguir viviendo”.
En casos de enfermedad de Parkinson, se acumulan proteínas no deseadas. Si hay fallas en la autofagia de las neuronas, puede contribuir al desarrollo de la enfermedad. En los casos de cáncer, depende del estadío. “El mecanismo de autofagia puede ser útil a las células para suprimir el tumor en estadios iniciales. Pero también se ha descubierto que el tumor aprovecha de la autofagia para sobrevivir sin nutrientes en estadios avanzados. La autofagia tiene un rol dual. Por lo cual, es mucho lo que falta saber para desarrollar tratamientos eficaces y sin efectos adversos graves”. La clave será encontrar tratamientos bien precisos para activar o desactivar la autofagia cuando corresponda. Todo un desafío, pero ya hay varios ensayos clínicos en marcha. Por ejemplo, se estudia al fármaco cloroquina (que se ha utilizado para tratar paludismo o malaria) para inhibir a la autofagia como una terapia en combinación con otras existentes para diversos cánceres.
CLARÍN