23 Oct Las confesiones de Castellini, a cuatro décadas de consagrarse campeón mundial de boxeo
Por Miguel Castellini
El pampeano Miguel Ángel Castellini está próximo a cumplir 70 años. Lo enorgullece describir su propio gimnasio de boxeo recreativo y comentar las ventajas que ofrece entrenar allí, donde casi 2000 afiches de grandes peleas le dan color a un ámbito único y especial, musicalizado por el ritmo de los puchingballs, el eco de los golpes que rebotan en las bolsas de arena y el sonido repetido del salto a la soga.
No disimula sus nervios cuando vuelve a mirar el póster del combate que lo consagró campeón mundial y espía su fecha, constantemente. Las letras gastadas titulan: “8 de octubre de 1976. José Durán (España) vs. Miguel Castellini (Argentina). 15 rounds. Campeonato Mundial Mediano Jr (AMB). Palacio de los Deportes de Madrid.” Pasado mañana se cumplirán 40 años de aquella aventura, una hazaña inmortalizada en la tapa de los diarios argentinos cuando los consagrados volvían al Luna Park en el autobomba más grande de la ciudad, que recorría la calle Corrientes y permitía a los oficinistas dejar por un momento el empleo para vivar al púgil coronado. Otros tiempos, otro país, otro mundo.
Lejos de los matices característicos de los viejos campeones, Castellini exhibe hoy una imagen impecable. Sus músculos marcados disimulan un estado de emoción permanente, distante del andar furioso de aquel noqueador que recibió el apodo de Cloroformo. Casado con Karina, vive una vida tranquila y sin apremios.
-¿Qué significa este aniversario?
-¡Emociona! Trae muchos recuerdos. Todos evocan la fecha. Tu gente, tus amigos, tus alumnos. Tenía 29 años y estaba impecable, contento, feliz; bien preparado. Uno sabe cómo está al subir al ring. Esa noche yo sabía que estaba para ganar. Ya en el tercer round, cuando derribé a Durán con un derechazo, me di cuenta de que le quitaría su corona. Fue bueno ganar en Madrid. Respetaron la diferencia, no me robaron. Los españoles no me presionaron, fueron educados conmigo. Fuimos campeones porque tuvimos un equipo bueno. Con Tito Lectoure, mi manager, supimos esperar las distintas postergaciones: primero fue el japonés Koichi Wajima, que se lesionaba, y cuando estábamos en Europa, Durán nos hacía esperar.
-¿Como vivía las recepciones populares tras el triunfo?
-Era único. Es lo que más me emociona recordar. Hice el mismo recorrido que paseó a [Víctor] Galíndez y a [Carlos] Monzón. La gente no dejaba de aplaudir en las calles. ¿Sabe lo que significa eso?
-Usted pudo dar más en su carrera…
-Sí, y me lo reproché por mucho tiempo. Hubo un hecho del cual nunca me pude recuperar. La gente no lo comprendió ni lo entendió. Ir a pelear a Managua, en años difíciles para la paz interna de Nicaragua, fue un error tremendo. Lectoure creyó que noqueaba a Eddie Gazo, fácil, pero no tenía idea dónde nos metíamos. En el segundo round fue a nuestro rincón un militar, tiró tres tiros al aire y dijo «Si no te gana Gazo, yo te mato a balazos». Todo fue así; peligroso, horrible. Después, jamás volví a ser el mismo. Perdí el título y el futuro. Allí se acabó mi carrera. Siempre pensé y reflexioné mucho sobre cada paso. También me jugó en contra.
-Fue campeón en simultáneo con Monzón y Galíndez…
-Galíndez era todo para mí. Como un hermano. Monzón era distinto. Su vida no mereció terminar como terminó. Carlos tenía dos caras. Una, la de un muchacho que salió de una pobreza tremenda y consiguió llegar hasta lo más alto desde tan abajo que cuesta creerlo. La otra, la del famoso que no respetaba nada porque nadie se animaba a ponerle freno. Si lo hubiesen hecho, aún viviría. Compartí la gran foto del momento junto a ellos, pero jamás me creí tan grande, porque, simplemente, no lo fui. Uno debe ser ubicado y humilde siempre. Creo que lo fui y es el mejor legado para mis hijos Aldan, Miguel y Maximiliano, en esta vida. A los jóvenes hay que cultivarles la humildad, que no sea un freno para que cuando llegue el ocaso, sino una cuestión de educación y respeto. Ayuda a llegar al objetivo.
El 7 de abril de 1973, su pelea con Doc Holliday en el Luna Park fue comentada por Julio Cortázar para El Gráfico. “Ha sido un orgullo. Fue impresionante en ese momento. Para mí, de boxeo sabía poco pese a que le gustaba mucho. Cuando salió la revista, Lectoure me dijo «Es un buen escritor»”, recuerda quien, junto con Monzón, el piloto Carlos Reutemann y el tenista Guillermo Vilas era agasajado en la Costa Azul por los actores franceses Alain Delon y Jean Paul Belmondo, fanático del boxeo y de lo argentino.
-Hoy se habla mucho de pobreza y poco de disciplina. ¿Qué piensa?
-Antes, el pobre luchaba más. El boxeador siempre tuvo una cultura chiquita, pero fue sumiso y respetuoso. Hoy, hablar de disciplina es difícil; se está perdiendo. Va de la mano de la educación. Y esto es clave para llegar a la meta.
-¿Usted propaga la cultura física y la práctica del boxeo recreativo?
-Hace más de 35 años que empecé con los gimnasios para todas las edades. Me fue y me va bien. Tuve buenos consejeros y asesores comerciales. Algunos me agradecen porque encontraron en el deporte las soluciones que no les daba la psiquiatría. Soy feliz cuando trato de sacar lo mejor de cada alumno. A veces viene gente a pedir que entrene a un profesional y le digo que ya no tengo nada que ver con el negocio del boxeo, al que miro poco y casi ni me interesa. Nosotros comenzamos con las clases de boxeo femenino y jamás creímos que iba a llegar donde llegó. ¡No me gustan las peleas de mujeres!
LA NACION