La Fuerza está con ellos

La Fuerza está con ellos

Por José Bellas
Penny Rimbaud: “Soy lo que ustedes elijan que sea”
En la novela Generación X (Douglas Coupland), uno de los personajes dice conocer a alguien que vio a los Beatles en vivo. Y que esa persona asumía que el acontecimiento la había inmovilizado para siempre. Era el Everest de su vida: el resto era cuesta abajo.
En cambio Jeremy John Ratter, o Penny Rimbaud, fue (es) escritor, filósofo, poeta, pintor, activista y músico aún luego de haber estrechado la mano de John Lennon en la televisión inglesa en 1964. ¿Motivo? Un concurso que premiaba a quien realizara la mejor tapa alternativa al single beatle I Wanna Hold Your Hand. “Cuando lo saludé, lo hice como si fuera un par, un compañero del arte. No me intimidaba: lo quería como a un hermano. Con el paso del tiempo, John demostró ser una persona muy valiente, que no tenía miedo a transmitir sus verdades, como aquello de ‘La guerra ha terminado…si Ud quiere’. Extraño mucho su presencia entre nosotros”, dice quien la próxima semana estará dando un workshop en una nueva edición del festival Trimarchi (del 14 al 16 de octubre en Mar del Plata), con el apoyo del British Council. “Me invitó un amigo muy querido. Voy a ir con la cabeza bien despejada y prometo actuar de la manera apropiada. Más que eso no puedo decir”, explica.
Promediando los ‘60 le ofrecieron trabajar en la Factory de Andy Warhol, pero dijo que tenía mejores cosas que hacer (“y nunca me arrepentí”). Una de ellas, fundar el espacio abierto Dial House, una casa-granja comunal dedicada al arte y las experiencias colectivas. A principios de los ‘70 también fue instigador del Stonehenge Henge Festival, y en la segunda mitad de aquella década se unió a los legendarios anarco-punks Crass como ideólogo y baterista. Entonces, una vez más, ¿el hippismo y el punk tienen muchísimo en común? “Creo que el único malentendido que puede haber entre esas dos etiquetas es que fueron inventadas por los medios de comunicación para aislar a una minoría de disidentes. Lo hippie era una extensión del concepto de los beatniks en Estados Unidos, luego adoptado por los bohemios en Europa. Inicialmente promovía un estilo de vida rural, un enfoque de ‘volver a la naturaleza’ que pronto se quiso aplicar, sin éxito, a la existencia urbana. A medida que las economías occidentales cayeron, el mensaje de ‘paz y amor’ se hizo cada vez más difícil de sostener, sobre todo en las ciudades. Era inevitable que bajo tal presión el discurso iba a cambiar. Y los que abogaban por tales cambios fueron etiquetados como punks: un mismo ejército, diferente uniforme. En tanto las autoridades prefirieron aceptar la guerra y el odio como aspectos inevitables de la naturaleza humana”.

–Está el mito de que te metiste en el punk cuando escuchaste por primera vez “Anarchy in the UK” (Sex Pistols). Hace un par de meses John Lydon nos dijo que “el caos tiene que tener un propósito”. ¿Estás de acuerdo?
–Me gustó mucho, aunque no porque me pareciera algo revelador.Me inspiró a hacer el esfuerzo para crear la anarquía en el Reino Unido como una realidad más que una canción pop. En ese sentido considero que, en gran medida, lo logré. Igual, si Lydon dijo eso, debería ya mismo leer algo de física cuántica, porque entonces se puede topar con la idea de que el caos puede ser percibido, en sí mismo, como un propósito.

–¿Te interesa mucho la física cuántica?
–Creo que es la nueva poesía del alma. ¿Puede haber algo más bonito y poético que la teoría del campo de punto cero? “El universo es una vasta telaraña dinámica de intercambio de energía, con una subestructura básica que contiene todas las versiones posibles de todas las formas posibles de la materia”. Fascinante.

–“Sheep Farming in Falklands” (“Criando ovejas en Malvinas”) es una de las formas en que Crass aludió a la guerra de 1982. ¿Cuál era el sentimiento entonces?
–Fuimos una de las pocas voces públicas que se opusieron a la guerra inútil y viciosa de Thatcher. Hicimos lo que pudimos para cambiar el espantoso nacionalismo patriotero que rodeaba el evento, pero no podíamos hacer nada: ni traer de vuelta a los muertos, ni reparar el terrible daño que Thatcher había infligido en Argentina y los pueblos británicos. En muchos aspectos, la “victoria” de Thatcher sobre Argentina fue también la derrota de Crass y, en 1984, hizo que dejara la banda y volviera a tomar en serio mi tablero de dibujo.

-¿Cuál es tu opinión sobre lo que sucedió en esta década con las Pussy Riot?
–Las chicas fueron encarceladas por el Estado ruso. Si no hubieran sido encerradas, su protesta habría sido en vano. Hicieron su punto como, supongo, lo hizo Jesucristo alguna vez. Por mi parte, no creo en el martirio: es feo en sí mismo y, peor aún, promueve la fealdad en otros.

–¿Quién es Penny Rimbaud hoy?
–Hay un viejo acertijo Zen que pregunta “¿quién eras antes de que nacieran tus padres?”. Mi respuesta a eso es “quien sea y lo que usted elija que sea”. También es mi respuesta a tu pregunta.

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Skay Belinson: “Toda síntesis es complicada”
Ponele que trabajás en el Jardín Botánico, ahí en Palermo. Puede que no hace tanto hayas tenido que explicarle a un señor alto, flaco y narigón que no, no hay ejemplares del árbol de pan en el lugar. Pero que sí, que existir existen.
Así las cosas, Skay Beilinson es un hombre que le escapa a la grandilocuencia, por más que haya integrado una de las bandas más convocantes de la historia del rock local. Los enigmas que lo ocupan son esenciales, diáfanos, cotidianos. Quien alguna vez dijera: “el misterio es existir”, no se va nunca a la banquina de sus convicciones. En su nuevo disco, el quinto al frente de Los Fakires (El engranaje de cristal) suma síntesis rockera de modo sabio & concreto. Diez temas en media hora. Treinta minutos de vida, diría Moris. “Toda síntesis es complicada. Y en este oficio de componer, hay un tema que es, ante la duda, estirar. El otro día lo leía a García Márquez diciendo que el oficio del escritor se mide por lo que vas tirando. Y en este caso es lo mismo: hay que ir sacando las cosas que están de más. Y cuando te estás aplicando a la síntesis, de una manera decidida, es en realidad cuando estás diciendo todo lo que tenías que decir”. En su ejemplo & defensa ahí está su imagen, jibarizada al máximo, en la tapa del disco: un cambio drástico de Rocambole en la presentación estética. “Es como una de esas imágenes que aparecen en los sueños, que apenas se pueden divisar”, interpreta.
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–Esa idea de estirar y relajarse en la duración de los temas es algo que empezó en la segunda mitad de los ‘60, con determinadas experiencias, justo cuando vos empezabas a tocar…
–Ese tiempo también fue muy rico, toda una aventura de expandir los límites. Y nos dio viajes fascinantes. De repente pasaban cosas maravillosas. Pero creo que tres minutos pueden decirlo todo.
En la penumbra de su hogar, pura luz natural en un atardecer de la primera primavera, toma agua e intenta ser didáctico. Como si todo su arte consistiera en quitarle misterio a las cosas. Cuando se le señala que está tocando con mayor asiduidad que nunca, apenas cuenta: “Se disfruta mucho. Será por todos esos años que teníamos que tocar muy espaciado que me estoy desquitando”. Los años de Los Redondos, se infiere. Aunque se desvive por aclarar que un tema de los nuevos, Egotrip (“Todos dicen Yo, el Rey soy yo”) no es un brulote contra el Indio Solari. “Los primeros tres temas del disco son una especie de trilogía encubierta. “El primero, Cáscaras, es esta especie de viaje introspectivo que trata de llegar a la profundidad del Yo. El segundo, Quisiera llevarte, es como un llamado del más allá para trascender la conciencia ordinaria. Y el tercero, Egotrip, es de un tipo topándose con su ego, que es algo universal. No tengo nada más que decir al respecto”.
Dentro del disco hay altos conmocionantes. Uno es La procesión, una nueva muestra de su viejo amor por la música celta/gallega, que parece musicalizar el retorno de una cuadrilla fantasma de la Guerra Civil Española, que tiene a Gastón Lamas y Jorge Elía en pandereta y derbake (un instrumento de percusión árabe). Skay admite una épica anti-bélica e hispana, y que se le dibujaban imágenes de la película El enigma de Kaspar Hauser (Werner Herzog) cuando la iba componiendo.
Más complejo-pero-simple-a-la-vez es lo de Chico bomba. “Trata sobre el siglo XX como un viejo animal de circo. Y de repente el siglo XXI es como un chico bomba, donde la inmolación puede llegar a ser lo único que le da sentido a su existencia”.

–¿Cómo te llevás con el siglo XXI?
–Me pasan varias cosas. Por un lado, absolutamente fascinado por la sorpresa que hay. El cambio radical, la irrupción del mundo digital y del mundo virtual, algo muy drástico. Por una elección personal, por mis ritmos, elijo no entrar en ese mundo. Yo no tengo internet, no tengo celulares, ni me interesa. Respeto mis propios tiempos, los necesito para ir a buscar un libro, reflexionar, caminar. Para mí la inmediatez no es un valor, al contrario. Los métodos que tengo me sirven. Y por el otro lado la gran incógnita: ¿para dónde va a detonar todo esto? Es un cambio muy grande, no sé para dónde va. Si fuera por el ahora, te diría que es pésimo. Pero me reservo la esperanza de que estemos yendo hacia una evolución para mejor.

–¿Te asusta?
–Por momentos me asusta, pero no me paraliza. Desde una perspectiva pequeña, el hippismo y el punk eran movidas antagonistas. Pero en realidad tienen bases muy similares. En la perspectiva grande, tuvieron bases muy similares.

–¿Y qué viene a ser “El engranaje de cristal”?
–Es eso que hace que el mundo funcione, sin que siquiera nos demos cuenta. Se podría haber llamado El engranaje invisible, también. Y relacionado con todo, es casi como una travesía por los vericuetos del alma. A veces el alma, cuando quiere acceder a estadíos más sutiles, encuentra la fragilidad. Un ejemplo de eso es encontrar el silencio en el medio del ruido. Aún en el medio del aturdimiento más sonoro, el silencio está siempre presente.
CLARIN