28 Oct El temor hacia un mundo posoccidental
Por Oliver Stuenkel
En pocos días se realizará la octava cumbre de los Brics, grupo de países emergentes conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En Europa, una de las discusiones más importantes después del Brexit es si la ciudad de Fráncfort podrá competir con Londres en la pelea por convertirse en la puerta de entrada de los bancos chinos en el continente. En los Estados Unidos, simultáneamente, el Acuerdo Transpacífico, intento de Obama para contener la creciente influencia de China en Asia, se ha tornado uno de los temas clave en la campaña presidencial. ¿Qué tienen en común estos acontecimientos?
Son todos reflejo de un mundo cada vez más centrado en Asia, como resultado de un cambio histórico del poder de Occidente hacia el continente que concentra más de la mitad de la población mundial.
Las consecuencias son cada vez más visibles en la política mundial. A medida que se acerca el día en que China superará a Estados Unidos como la economía más grande del mundo, Occidente está perdiendo lentamente su notable capacidad de determinar la agenda global, algo a lo que estábamos tan acostumbrados que se hace difícil imaginar la gobernabilidad mundial sin el predominio occidental.
Durante más de un siglo, la concentración del poder económico le permitió a Occidente, a pesar de representar una minoría de la población mundial, iniciar, legitimar y defender con efectividad las políticas globales en las áreas de economía y seguridad. Como consecuencia, el futuro del orden mundial -cada vez más alejado de la norma occidental- es visto generalmente como caótico, incierto y peligroso. La gran mayoría de los académicos de relaciones internacionales creen que el descenso relativo del poder de Estados Unidos tendrá consecuencias globales profundamente negativas.
Sin embargo, nuestra comprensión de la creación del orden actual, su forma y las predicciones sobre su futuro son limitadas, porque tratamos de imaginar un “mundo posoccidental” desde una perspectiva eurocéntrica. Graham Allison, experto de la Universidad de Harvard, llama los últimos mil años “el milenio en el que Europa había sido el centro político del mundo”. Esta visión subestima los aportes hechos por pensadores y culturas no occidentales, además de los conocimientos, tecnologías, ideas y normas de las cuales Occidente se benefició para desarrollarse económica y políticamente. También pasa por alto el hecho de que las potencias no occidentales han dominado el mundo económico durante gran parte de los últimos mil años.
Nuestra visión del mundo centrada en Occidente nos lleva no sólo a subestimar el papel ejercido por actores no occidentales en el pasado y en la política internacional contemporánea, sino también el papel constructivo que ellos probablemente tendrán en el futuro. Con potencias como China proporcionando cada vez más bienes públicos globales, el orden posoccidental no será necesariamente más violento o inestable que el orden global actual. La decadencia relativa de Occidente puede asustar a analistas en Washington, Londres y Bruselas, pero ese nerviosismo no es necesariamente compartido por los líderes en Pekín, Moscú, Brasilia, Delhi y Pretoria.
De hecho, en lugar de enfrentarse directamente a las instituciones existentes, las potencias emergentes -lideradas por China- están elaborando silenciosamente, más allá de las dificultades que hoy enfrentan algunos de sus miembros, las fases iniciales de lo que podríamos llamar un “orden paralelo” que en un principio complementaría, y más adelante posiblemente desafiaría, las instituciones internacionales contemporáneas existentes. Este orden ya está siendo articulado; incluye, entre muchas otras, las instituciones como el Nuevo Banco de Desarrollo, liderado por los Brics, y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura o AIIB, por sus siglas en inglés (que buscan complementar al Banco Mundial), Universal Credit Rating Group, para complementar Moody’s y S&P; China Union Pay, para complementar Mastercard y Visa; CIPS, para complementar Swift, y los Brics, para complementar el G-7.
Estas estructuras no surgen debido a que China y otros actores tienen ideas fundamentalmente nuevas sobre cómo hacer frente a los desafíos globales o porque quieren cambiar las reglas y normas mundiales. Al contrario, ellos las crean para proyectar su poder de forma más eficaz, al igual que los actores occidentales lo hicieron antes que ellos. De cierta forma, ellos surgieron debido a la limitada movilidad social del orden contemporáneo y debido a la incapacidad institucional existente para integrar adecuadamente a las potencias emergentes.
Como parte de una estrategia cautelosa, los países emergentes seguirán invirtiendo en las instituciones existentes, lo que demuestra una señal de reconocimiento de la fortaleza del orden contemporáneo. Pero, a la vez, tratan de cambiar la jerarquía en el sistema para obtener privilegios a los cuales sólo los Estados Unidos acceden por ahora. Eludiendo los extremos simplistas -representados por confrontar o unirse al orden existente-, la creación de varias instituciones sinocéntricas va a permitirle a China abarcar su propio tipo de multilateralismo competitivo escogiendo dentro de una serie de modelos institucionales flexibles, de acuerdo con sus intereses nacionales, tal como las potencias occidentales lo han hecho durante décadas.
El miedo de un caos posoccidental es exagerado, en parte porque los sistemas del pasado y del presente son mucho menos occidentales de lo que generalmente se asume (el orden mundial ya contiene muchas reglas y normas que son producto de ideas occidentales y no occidentales). Si, por un lado, la transición hacia la multipolaridad -no sólo en el ámbito económico, sino también en el militar y en la definición de los temas de la agenda global- será desconcertante para muchos, por otro lado es posible que ella traiga, al final, un orden mucho más democrático que en cualquier otra en la historia global. Esto permitirá niveles más elevados de diálogo auténtico, de una difusión más amplia de los conocimientos, así como formas más innovadoras y eficaces para hacer frente a los desafíos globales en las próximas décadas.
LA NACION