Dario Fo: El dramaturgo que incomodó al poder

Dario Fo: El dramaturgo que incomodó al poder

Por Natalia Blanc
El mismo día en el que la Academia Sueca anunció que el compositor, cantante y poeta estadounidense Bob Dylan ganó el Premio Nobel de Literatura y se desató un debate en las redes sociales sobre lo acertado (o no) de la elección, murió otro Nobel literario cuya designación también había causado polémica. Dario Fo, hombre de teatro, distinguido con el Nobel a las letras en 1997, había cumplido 90 años en marzo. Murió ayer, en un hospital de Milán, por complicaciones pulmonares.
“¿Irá Fo al cielo?”, preguntaba ayer un diario español. “Muere Dario Fo, el bufón italiano que no irá al cielo”, anunciaba sin vueltas otra publicación. Dramaturgo, director, actor, militante de izquierda y crítico del poder, Fo (nacido en el pueblo de Sangiano, en el norte de Italia, en 1926) llevó al escenario sus ideas políticas en comedias como El anómalo bicéfalo, donde cuestionaba desde la sátira y la ironía al magnate Silvio Berlusconi. En la obra, estrenada en Roma en 2003, Fo representaba al por entonces premier italiano como un enano con la cabeza vendada por un trasplante de cerebro. Pero no se trataba, claro, de un cerebro cualquiera: el Berlusconi parodiado por Fo recibía medio cerebro de Vladimir Putin. “El humor es el arma más eficaz contra el poder, eso ya lo sabían los antiguos bufones, y por eso eran quemados. El poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se dicen democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”, dijo alguna vez.
Así como El anómalo bicéfalo deja en claro su opinión sobre la era Berlusconi, mucho antes, en la comedia Misterio bufo, estrenada en 1969, que se convertiría en su obra más famosa y representada dentro y fuera de Italia, Fo había criticado el poder de la jerarquía de la Iglesia. Junto con Franca Rame, la actriz, directora y también dramaturga italiana con quien compartió vida y escenario hasta su muerte, hace tres años, recibieron numerosos agravios y amenazas cada vez que la obra subía a escena. Hasta en su única visita a Buenos Aires, en 1984, hubo disturbios antes y después de las funciones en el Teatro San Martín (ver aparte). Ni la desaparición de Franca Rame, en mayo de 2013, pudo tumbarlo. Estuvieron casados durante 60 años y él amenazó con rechazar el Nobel si no consideraban galardonarla también a ella.
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Polémico y provocador, tanto arriba como debajo del escenario, Fo siempre fue un personaje incómodo para el poder. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el dramaturgo se animó a declarar públicamente que le parecía una vergüenza que siguiera funcionando la bolsa de Wall Street cuando todavía olía a muerte y a humo por las calles.
Cuando la Academia Sueca lo distinguió con el Nobel de Literatura, en 1997, el fallo resaltaba “la tradición de los juglares de la Edad Media que castiga a los poderes establecidos y restaura la dignidad de los oprimidos”. El autor de Muerte accidental de un anarquista (1970) y Pareja abierta (1983), entre otras muchas obras, no sólo no rechazó el premio, como Sartre, sino que asistió a la ceremonia de premiación en Estocolmo, respetando el rígido protocolo frente a los reyes de Suecia. Eso sí: no se privó de largar unas sonoras risotadas durante el acto.
Activo hasta sus últimos días, Fo quería morir sobre un escenario. No fue posible. A principios de este año, pocos meses antes de cumplir 90, publicó su segunda novela, Hay un rey loco en Dinamarca (Siruela), después del éxito de la primera, La hija del papa, una biografía provocadora sobre Lucrecia Borgia. En su último libro vuelve a arremeter contra el poder, representado en este caso por la monarquía, y contra las desigualdades sociales.
En una entrevista de hace pocos meses le preguntaron si conservaba alguna esperanza. “Por supuesto, siempre. Mucho cuidado con perder la esperanza. Yo lucho y me muevo para conseguir las cosas en las que creo”, dijo Fo, ya anciano, mostrando su lucidez y su clásica sonrisa.
“Siempre he creído que el mejor modo de informar a la gente es envolviéndola con el humor y con la risa. Hay que reírse de uno mismo, comprender que uno es un imbécil que se deja manipular por quien dirige y manda… Quien no ve el lado cómico de la vida no es capaz de comprender completamente su tragedia”, selló, casi como si se tratara de un testamento.
LA NACION