11 Oct Cuando la sombra ilumina más que la luz
Por Pablo Gianera
Empecemos con una cita sobre las ventajas de la oscuridad. “Quería plantear la cuestión de saber si existiría alguna vía, por ejemplo en la literatura o en las artes, con la que se pudieran compensar los desperfectos. En lo que a mí respecta, me gustaría resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombras que estamos disipando.” Quien escribe es Junichiro Tanizaki y lo hace en su brevísimo ensayo El elogio de la sombra.
De las tres fuerzas más poderosas de la literatura japonesa del siglo XX (las otras dos son Yasunari Kawabata y Yukio Mishima), Tanizaki es el escritor más refinado, el más sinuoso, acaso el menos occidental y sin duda el más decadente, el más oscuro. Esto lo sabe cualquiera que haya leído su novela La llave, de 1956: eran los tiempos anteriores a Murakami, cuando la literatura era japonesa en serio y era literatura en serio. En cierto modo, lo que Tanizaki pretendía era defender la estética japonesa de la irreversible influencia occidental, y para él la oscuridad era el centro de gravedad de esa visión del mundo. El japonés ve las cosas claras, parece decirnos Tanizaki, porque está en la oscuridad, del mismo modo en que, en una playa, vemos mejor el paisaje desde la sombra, donde el sol no nos encandila.
Tanizaki impugna las bombitas eléctricas y rompe una lanza a favor de los platos con laca negra, e incluso la penumbra de los baños. “Siempre que en algún monasterio de Kyoto o de Nara me indican el camino de los retretes, semioscuros y sin embargo de una limpieza minuciosa, experimento intensamente la extraordinaria calidad de la arquitectura japonesa. Un pabellón de té es un lugar encantador, lo admito, pero lo que sí está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés.” Tanizaki no bromea, puede ser irónico, pero no hace chistes. Lo que dice de los baños vale también para los shoji, ese tipo de cerramiento japonés hecho de una cuadrícula apretada de listones y un papel blanco espeso que deja pasar algo de luz, pero no permite que el ojo llegue al otro lado. Esa luz japonesa es también parte de la sombra.
Pensé en todo esto hace tiempo cuando me enteré de que un día alguien fue de visita a lo de Tanizaki, ya viejo, y se sorprendió de que todo el ambiente estuviera despiadadamente iluminado por tubos fluorescentes. “¿Qué es esto, maestro?”, parece que preguntó el visitante. Me dice Daniel Guebel que le dijeron que dijo Tanizaki: “¡Y qué quiere, sin estos horribles tubos fluorescentes no veo nada!” Guebel me contó esto en… Tanizaki, una casa de comidas japonesa que hace honor a su nombre.
Tanizaki fue un decadentista un poco tardío, uno que sustituyó el boudoir por los juegos de luces y sombras en el interior del tokonoma, lugar privilegiado donde se cuelgan esas pinturas decorativas llamadas kakemono. Tanizaki tradujo el decadentismo europeo en los términos de la estética japonesa.
Hay un par de conceptos que son muy importantes en esta visión de la estética de Japón. Son dos nociones que en general suelen ir juntas, pero que significan algo diferente. Son los conceptos de wabi y sabi. Estos conceptos fueron cambiando con el tiempo. Parece que sabi originalmente aludía al frío, a algo que se marchitaba, que moría, mientras que wabi tenía que ver con la soledad. Estas ideas fueron recuperadas más adelante por lo que conocemos como la ceremonia del té, muy asociada con el wabi. Influye en esto el desarrollo histórico de la ceremonia del té. Originalmente, la ceremonia del té era una situación de lujo, en la que en el Japón del año anterior al 1500 la mayoría de los objetos (el instrumental, la vajilla) era de origen chino, por lo tanto era un momento de entrega al lujo de “lo importado”. Así siguió siendo hasta que llegó ese gran maestro de la ceremonia del té que fue Juk?, que trasladó la visión del zen -la que él traía- a la ceremonia del té. Entonces despojó ese ritual lujoso de todo rasgo sobresaliente y lo asoció con el despojamiento. Para empezar, el ambiente o el lugar que él prefería para la realización de la ceremonia de té: una choza, en lo posible con paredes de papel, con techo de ramas. Además, era mejor un cuenco o una taza rajada que una taza nueva. La sensibilidad wabi se siente mejor en una tierra agrietada, incluso en un metal oxidado, que en una pieza nueva, sin uso. Se siente más en lo oscuro que en lo claro.
La broma del tubo fluorescente es en el fondo irrelevante porque Tanizaki pensaba en algo interior cuando escribió El elogio de la sombra. Hay un punto estrictamente contemporáneo en las ideas de Tanizaki. Su lección es que la belleza sólo se revela del todo cuando se la oculta. Ese ocultamiento es la principal obligación del artista.
LA NACIÓN