Woody Allen: “Siempre he sido un romántico”

Woody Allen: “Siempre he sido un romántico”

Por Pablo Scholz
“No creo en las competiciones en temas de arte. Las competiciones son fantásticas, pero en el deporte”, aseguraba Woody Allen en la presentación de Café Society, la película que inauguró -fuera de competencia- en mayo la 69 edición del Festival de Cannes y que hoy se estrena en la Argentina. Un tema que retomaría en la entrevista con Clarín y otros medios extranjeros al día siguiente en el salón de un hotel con vista a la Costa Azul.
Cada vez parece más frágil este enorme director de cine. Viste abrigado en extremo para la primavera europea, y lo único que mantiene desde siempre son sus anteojos de marco negro. Tal vez el grueso de los lentes sea diferente. La otra diferencia es que sí, lleva un audífono, porque notó que comenzó a padecer sordera.
Es que hasta para escucharse a sí mismo debe necesitar uno. Allen tiene un tono de voz bajo, que no modifica ante ninguna pregunta, y también mantiene esa clásica tosecita, que no llega a ser una carraspera, en medio de sus respuestas.
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“¿Es mejor un Matisse que un Picasso? Competir va contra mi sentido común”, diría el realizador de ya 80 años, que participó en 14 ocasiones en el mayor festival de cine del mundo. “Tengo 80 años, no puedo creerlo, me siento joven”, dice entre una sonrisa a flor de labios, Café Society, su filme número 46, está protagonizado por Kristen Stewart como Vonnie, una secretaria de un gran estudio de cine en el Hollywood los años ‘30, cuyo amor se disputan Bobby, un joven del Bronx neoyorquino (Jesse Eisenberg) que sueña con abrirse paso allí, y un ejecutivo casado del estudio (Steve Carell), y que es tío de Bobby.
Allen no sorprende demasiado al autodefinirse un romántico. “En su corazón, Café Society es una historia de amor. Siempre he sido un romántico, no de la forma que representa Clark Gable, sino en el de enamorado del romanticismo, de los grandes amores del pasado. He crecido con las películas de Hollywood y eso ha influido en mí”.
Usted, como el narrador en off de la película, dice “La vida es una comedia escrita por un comediante sádico…”.
Fíjense de qué nos reímos, y se darán cuenta por qué es así, Vemos una pelea en un matrimonio y puede resultar hasta gracioso. Y en el fondo es fundamentalmente triste. Casi todo lo que hace gracia acaba por ser trágico.
Pero eso no significa que su mensaje no sea el de un romántico.
Me sorprende, sí, que me consideren una persona cínica. Yo me limito a ser realista. En la literatura, yendo de Medea a Anna Karenina, ves que las dificultades para relacionarnos con los otros es una realidad. Los seres humanos no la pasamos bien intentando conectar con los otros: surgen peleas, los matrimonios se desbarrancan. De allí que aparecen estos servicios de citas por Internet… Además, si en mis películas todo fuese como el raso o la seda, perderían gracia. Como dramaturgo a mí me interesan los conflictos. En la vida es importante ser realista. El heroísmo y la grandeza están bárbaros para el cine, pero esas cosas no funcionan en la realidad…
Todo parece muy romántico en “Café Society”, pero incluyó personajes violentos, como un gángster no típicamente de la mafia italiana, sino judío, hermano del protagonista, que hace estragos en Manhattan. ¿A qué se debe esa inclusión?
Mi filmografía está marcada por el humor, y por la violencia. En Robó, huyó y lo pescaron, yo era un gángster que huía de la Justicia. La última noche de Boris Grushenko era una comedia bélica. Y tengo varias películas sobre asesinatos, como Match Point (2005), El sueño de Cassandra (2007), Hombre irracional, Un misterioso asesinato en Manhattan… La diferencia es que, en Café Society, la violencia es más gráfica, tal vez porque sé de lo que hablo, pertenece a mis orígenes. Antes de que yo naciera, funcionaba en Brooklyn una banda mafiosa, Murder Inc., que estaba formada por judíos. La gente cree que todos los gángsters eran ítaloamericanos, pero los había de todas las clases.
Como contraposición, su visión del Hollywood de los años ‘30 es nostálgica y romántica. ¿Le hubiera gustado participar en esa era?
De ninguna manera. En aquella época los estudios controlaban con mano de hierro el trabajo de los realizadores. Llegaban a ordenarles qué guiones dirigir, a qué actores contratar y al final del rodaje le daban todo lo filmado a otros para que montaran la película. Yo me manejo de otra manera desde mis comienzos. Quienes me financian no intervienen ni opinan en el guión, ni en la elección del elenco. Tengo libertad absoluta para filmar qué y cómo quiero.
De hecho, Café Society es producida por Amazon Studios, con la que había firmado un contrato para escribir y dirigir una serie, Crisis in Six Scenes, que coprotagoniza con Miley Cyrus y Elaine May, y que se estrena el 30 de este mes.
¿Qué es lo que más añoraba de esa era para decidir volcarla en un guión y realizar la película?
Es que cuando era chico, en la Nueva York de los años ‘40, leíamos las columnas de chismes de Hollywood donde se hablaba de las fiestas a las que iban Humphrey Bogart, Clark Gable o Lauren Bacall, y los veíamos en las fotos con sus vestidos de gala. Era un verdadero panteón de dioses del cine. Y en Manhattan teníamos nuestro propio templo del glamour, el Café Society, el club nocturno en el Greenwich Village donde se reunían políticos, actores de Broadway, dramaturgos, gángsters. Los empleados trabajaban de día en una oficina, y a la noche se vestían de gala para ir al teatro en Broadway, ir a cenar y a tomar unos tragos. Para mí, que era un chico de una familia pobre todo eso que salía en la prensa tabloide y sensacionalista, era divertidísimo. Pero si hago una película y la ambiento en la actualidad, ¿con qué me encuentro? Celulares, redes sociales y toda esa moderna tecnología. Mientras en el pasado: la luz, los escenarios donde se mueven los personajes, los aparatos antiguos, el vestuario: todo es romántico.
CLARIN