Sueño y vida eterna. Las batallas distributivas que se vienen en el futuro

Sueño y vida eterna. Las batallas distributivas que se vienen en el futuro

Por Sebastián Campanario
Tener buenas notas, dormir y llevar una vida social activa: hay que elegir dos de tres”, recomienda a los estudiantes Ariana Huffington, la creadora del Huffington Post, en su reciente best seller La revolución del sueño. La ejecutiva se convirtió en algo así como una “profeta del buen dormir”: está segura de que el déficit de sueño crónico es uno de los mayores males (sino el peor) de la sociedad moderna, con una altísima correlación con enfermedades mentales, cáncer, Alzheimer o paros cardíacos, entre otras.
“Cuando uno ve las cifras de sueño en las últimas décadas hay exponencialidad en nuestros cambios de hábitos para el descanso, para mal”, explica a la nación el biólogo Diego Golombek, especialista en este tema, durante un recreo de la última edición de TEDxSalon.
“Es un tema preocupante, al que no se le da el lugar en la agenda de discusión y en las políticas de salud acorde con los costos que genera y podrá producir en el futuro”, agrega Golombek. Y la pregunta se plantea sola: ¿cuál es el panorama sobre este aspecto para las próximas décadas?
DESERTADOR2
Mariano Rinesi, miembro del Instituto de Ética y Tecnologías Emergentes, tiene una visión bastante sombría y distópica al respecto.
Rinesi, científico de datos, cree que vamos hacia un mundo de “altísima desigualdad de sueño”. Su lógica es que en las próximas décadas empezarán a comercializarse nuevas tecnologías de sueño (neuroquímicas, mayormente) que permitirán que aquellos que puedan pagarlas accedan a la posibilidad de dormir sólo un par de horas o no dormir en absoluto, sin los efectos negativos del insomnio a nivel físico y emocional que se observan en la actualidad.
“Serán tecnología caras, que podrán pagar los ricos, quienes al tener más horas disponibles para trabajar aumentaran su brecha de ingresos con los menos pudientes”, dice Rinesi. En este sentido podría hablarse de un círculo vicioso de “desigualdad de sueño”.
Estas tecnologías de sueño vienen estudiándose desde la primera mitad del siglo XX en el ámbito militar, donde el estrés y la falta de descanso son el principal explicador de baja performance humana en conflictos bélicos. Generales famosos, como Patton en la Segunda Guerra Mundial, fueron maestros en el uso del factor sueño para coronar sus victorias: atacaban luego de dejar exhaustos a sus enemigos con bombardeos previos o con tácticas para crispar los nervios.
“Dormir no es una enfermedad -dice Rinesi-, pero creo que es pro-bable que en 50 años escuchemos a la gente decir: «Oh, pobre esa persona, está obligada a permanecer inconsciente durante ocho horas al día».”
Leonardo Gasparini, tal vez la mayor autoridad en temas de des-igualdad en la Argentina, tiene una perspectiva más optimista:
“Con las innovaciones en salud pasa como con otros shocks: al comienzo los avances son desigualadores hasta que se abaratan y se expanden al resto, y el efecto des-igualador se reduce. Ha pasado con la salud, la educación y los shocks tecnológicos”, dice el director del Cedías de La Plata.
Uno de los libros favoritos de Gasparini es El gran escape y los orígenes de la desigualdad, de Angus Deaton (2012), quien asegura que la desigualdad es, a menudo, una consecuencia del progreso.
“No todos se vuelven ricos al mismo tiempo ni todos tienen acceso al mismo tiempo a los últimos avances medicinales”, dice. La desigualdad afecta, cerrando el círculo, al progreso, y puede hacerlo para mal (quienes acceden a mayor riqueza usan su poder de lobby para impedir que los más necesitados progresen) o para bien (una familia pobre puede percibir con mayor certeza las ventajas de que los chicos vayan al colegio), dice Deaton.
El autor también analiza en su libro lo que ocurrió en la historia reciente en términos de desigualdad y remarca que, aun con las enormes injusticias en materia de distribución del ingreso que todavía subsisten, la tendencia global que se verifica es la de una reducción de la brecha de expectativa de vida entre los ricos y los pobres.

Quedarse con todo

Dos meses atrás se publicó en castellano el libro La segunda era de las máquinas (Temas), en el que los autores Erik Brynjolfsson, director del Centro para los Negocios Digitales del MIT, y Andrew McAfee explican en un capítulo cómo la singularidad y las tecnologías exponenciales potencian lo que los economistas llaman “economías de superestrellas” (o efecto “el ganador se queda con todo”). El concepto de economía de superestrellas fue acuñado por primera vez en 1981 por el economista Sherwin Rosen.
“Y cuando una economía se vuelve más digital, el juego en el que el ganador se queda con todo se vuelve más atractivo”, cuentan los autores de La segunda era… Por eso el mundo de las empresas digitales exitosas (Google, Facebook, Uber, AirBnB, Amazon) está mucho más concentrado que el campo offline mistas con la “superabundancia del futuro”, en materia de salud el debate discurre por las alternativas de extensión de vida y hasta de inmortalidad, aunque suene de ciencia ficción. Aunque aclara antes que nada que no es un experto en la materia, el biólogo Gabriel Gellon, responsable de la ONG Expedición Ciencia y profesor invitado de la Udesa, también hizo una reflexión al respecto en los pasillos del último TEDxSalon.
“Parecería que a medida que pasa el tiempo hay cosas que uno siempre pensó que eran de todos, y que después nos desayunamos que en realidad no están distribuidas igualitariamente. Nos hemos acostumbrado a que la riqueza no se distribuye por igual, pero nos con-solamos diciendo que hay ciertas cosas que o bien no se pueden comprar o bien son iguales para todos. Una de ellas es la naturaleza. A la hora de respirar aire puro, mirar al cielo y zambullirse en un lago, somos todos iguales. Pues no. A medida que se degrada el ambiente, cada vez la naturaleza «impoluta» se vuelve un bien escaso. Otro fenómeno democratizador, que suponemos igual para todos, es la finitud de la vida.” Pero, ¿por ahora?
Gellon continúa: “La muerte es la gran hermanadora. Nos acongoja a todos, nos asusta a todos, nos hace sentir pequeños e indefensos a todos por igual. Pero si aparece una tecnología médica capaz de darle vida eterna a alguien, estamos frente a un problema muy grande. Si la gente no se muere, y tampoco quiere renunciar al placer de tener hijos, la población aumentará mucho más de lo que lo hace ahora. Y nos quedaremos sin recursos. Ocupar un espacio en el planeta por mucho tiempo será un recurso por el que habrá mucha competencia y por lo tanto será muy caro. ¿Quién podrá pagarlo? Sólo los muy ricos. Pero esto solamente hace patente algo que en realidad ya sucede: los ricos pueden pagar mejor acceso a mejor medicina y condiciones de vida. Los ricos viven más y mejor desde que existen: desde la domesticación de las plantas en el Neolítico”. El tema aún parece lejano, pero aparentemente existen investigaciones avanzadas en ambos rubros, y la discusión sobre la igualdad del “sueño” y de la “inmortalidad” apenas comienza.
Por eso, esta columna convocará en breve a una marcha masiva a Plaza de Mayo, con pijamas y almohadas, por la igualdad de sueño y por la inmortalidad para todos y todas. Por una política nacional de insomnio y muerte cero. Juntos podemos: hasta la victoria y la siesta de tres horas, siempre.
LA NACION