Roberto Canessa: “Hay momentos en la vida en que se te cae el avión”

Roberto Canessa: “Hay momentos en la vida en que se te cae el avión”

Por Andrés Hatum
“Hay momentos en la vida en que se te cae el avión.” Esa es la primera reflexión de Roberto Canessa, cardiólogo infantil y uno de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes: a las 15.29 del 13 de octubre de 1972, un avión militar de la fuerza área uruguaya, con 40 pasajeros y cinco tripulantes a bordo, que conducía al equipo de rugby Old Christians con destino a Chile, se estrelló en la cordillera de los Andes.
Si liderar situaciones cotidianas supone desafíos, más aún es hacerlo ante la adversidad que implicó ese accidente. Era estudiante de Medicina en el momento de la tragedia, sin embargo, algo iba a cambiar durante los 72 días que duraría la odisea en la montaña. “No me había dado cuenta en ese momento de que la muerte vendría por nosotros en pequeñas dosis, poco a poco”, dice Canessa en la comodidad de su casa en el barrio de Carrasco, donde recibe a LA NACION.
De los 45 viajeros iniciales, luego del impacto sobrevivieron 27; a los 16 días, ocho murieron en un alud, y tres más antes del rescate. La lógica de estos jugadores de rugby era acudir al capitán, hasta que falleció en la avalancha. “Luego que Marcelo [Pérez] fallece, el poder pasa a los primos Strauch. Eran mayores, como un consejo asesor, los viejos de la tribu. Los primos no tomaban las decisiones, pero nos daban la aprobación. Escuchaban todas las ideas”, recuerda sobre la sucesión de líderes en aquel momento.
Canessa
Así, frente a la adversidad, las ideas fuera de la caja resultaron no sólo convenientes, sino salvadoras. “Yo pedí ser independiente. Estaba en muchas cosas: me ocupaba de los heridos, de la comida y de las caminatas. No quería encasillarme.” El liderazgo creativo de Canessa probó ser útil, ya que propuso soluciones para todo. Fabricó elementos como anteojos, utensilios, guantes y botas con los asientos del avión para evitar el frío y hundirse en la nieve.
“La idea de alimentarse de otra persona surge cuando empezás a tener mucha hambre. Masticábamos el cuero de los zapatos, pero te ensuciabas de tanino. A mí la ficha que me cayó es la analogía: prótidos, glúcidos y lípidos es lo que te da la carne de vaca…, la humana iba a servir. El problema es que no le podía pedir permiso a los muertos. Eso me tenía mal”, recuerda sobre la decisión más difícil. “Luego vino el momento de tener que cortarlos y no te los querés comer, a nadie le gusta. Pero dije: «Para volver tengo que comer ese pedazo». Y me lo tragué”, relata, y continúa: “Lo fascinante de esta historia es cómo se puede transformar en algo común algo totalmente infranqueable”, detalla.
Los sobrevivientes habían dividido las tareas acorde con sus capacidades y el estado físico en el que se encontraban. Los expedicionarios, aquellos que se aventuraban a salir del avión y recorrer la montaña, fueron cambiando la forma de pensar a medida que el tiempo transcurría y se vislumbraba que no los iban a rescatar. Canessa enfatizó que la toma de riesgos se da cuando no hay alternativa ni opciones: “Un día un amigo nos dice: «Tengo una buena noticia para darles, se acabó la incertidumbre de si vamos a salir por nosotros mismos, ya que se suspendió la búsqueda». Teníamos que salir”.
¿Qué lo animó a Canessa a sumarse al grupo de expedicionarios que rescataría a los sobrevivientes? La conversación con Arturo Nogueira, herido en sus dos piernas: “Qué suerte tenés vos que podés caminar y salvarnos a todos”, le dijo. “Cuando tenés un problema hay que empezar a dar los pasos hacia la solución, porque hay un montón de imprevisibles.”
Otro aprendizaje concreto a la hora de tomar riesgos es explorar con mayor claridad nuevas fuentes de información. Los sobrevivientes de la tragedia pensaron que el avión había caído del lado chileno, pero estaban en territorrio argentino. “El error es aceptar la información de la persona especializada cuando a esa persona se le cayó el avión. Cuando te asesorás con personas que se supone que saben mucho de algo y fracasaron podés llegar a cometer el mismo error que ellos. Nosotros le preguntamos al piloto que pensó que había pasado por Curicó (Chile) y hace descender el avión y choca”, explica.
A 72 días después del accidente, el 23 de diciembre de 1972, y luego de 12 días de escalar y bajar por las montañas, Nando Parrado y Roberto Canessa lograron lo que muchos consideraron un milagro: encontrar civilización y ser rescatados. ¿Qué sucede con aquellos que pasaron por una odisea personal increíble y viven para contarla? Para muchos puede significar la gloria y vivir de ella. Canessa disiente: “La gloria es una mierda, decía Verlaine [Paul, poeta francés]. Lo lindo es lograr todas esas cosas. Había disfrutado lograr cosas, yo sabía que podía hacerlo. Entonces cuando volví a la Facultad de Medicina alguien me dijo: «Vos sos muy famoso por los Andes, pero nadie te conoce por la medicina». Yo dije: «Te vas a tragar esas palabras. Si pude salir de los Andes, voy a poder con la medicina»”, cuenta.
Para Canessa la montaña era una cámara de tortura constante y no existió trauma al volver: “¿Traumado? Mirá de dónde venía, mirá dónde estoy. Tuve una chance que mis amigos muertos no tuvieron. Tenía que aprovechar la oportunidad. No quería ser como Greta Garbo que vivió de los recuerdos y miraba fotos de lo que fue”.
“Aprendí lo vulnerable que somos. La levedad del ser, cómo puede cambiar todo de golpe”, resume, y completa: “Tenés que disfrutar mucho más de cada cosa sencilla. También tener la capacidad de asumir riesgos. Me transformé en una persona a la que le gusta vivir porque sé que se me puede terminar. Mi filosofía de vida es ocho horas de trabajo, ocho de sueño y ocho de crecimiento personal. Por ir a buscar dinero sacrificamos tiempos que no van a volver”.
LA NACION