Inmenso; el logro más grande del hockey argentino en la historia

Inmenso; el logro más grande del hockey argentino en la historia

Por Gastón Saiz
¡Los pibes son de oooro! // ¡Los pibes son de oooro!”. Los Leones y la hinchada se señalaban unos a otros con el dedo índice, euforia pura, en un contagio emocional único. La electricidad recorría el estadio de Deodoro, tierra fértil para una conquista suprema, de esas que marcan época. Había una enorme razón para celebrar: ¡campeones olímpicos!
Fue la consumación del logro más grande del hockey sobre césped en la historia. Una hazaña que se sustenta en un proceso que lleva 16 años, desde aquel subcampeonato mundial junior en Hobart 2001 hasta la victoria sobre Bélgica por 4-2, en el cierre de unRío 2016 idílico. Un escalón más arriba que las Leonas, dueñas de la gloria con dos títulos mundiales y cuatro medallas olímpicas, dos de plata y dos de bronce. En realidad, ellas y ellos en un saludable equilibrio: ambas ramas llevaron a este deporte a lo más alto. No habrán coincidido en los momentos, pero juntos sumaron para ubicar a la Argentina en la élite dentro del mundo del palo y la bocha.
¿Era imaginable que el tercer oro de estos Juegos proviniera de los Leones? En teoría, no. ¿Era candidata la Argentina en este certamen? Tampoco. Pero hay múltiples razones para entender que no se trata de un batacazo en toda la regla. Primero, hubo un equipo con hambre de gloria, necesitado de cristalizar en la cancha el potencial individual y un ensamble colectivo con tuercas bien ajustadas, sistema que se exhibía hace tres años y que había traído dividendos grandes con el histórico tercer puesto en el Mundial de La Haya 2014. Después, se dio una conjunción natural entre un líder motivador al cien por ciento, como Carlos Retegui y un plantel que le respondió sin un ápice de rebeldía. Al contrario: cada jugador se sometió al exigente -y hasta extenuante- método de preparación del Chapa, y creyó en cada línea del plan. Finalmente, un temperamento para sortear cualquier adversidad deportiva y extradeportiva. Algunas insalvables, como las fracturas en el pie y en la mano, respectivamente, de Matías Paredes y Matías Rey, dos piezas claves, que se vieron privados de disputar la final.
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El cierre del partido fue todo un símbolo, que refleja la esencia unificadora de este equipo: a 16 segundos del final, Agustín Mazzilli se metió dentro del arco para convertir el cuarto gol y se quedó sentado en la tabla. Entonces lo acompañó Manuel Brunet, que casi como si estuvieran en una conversación de café, le dijo al Pájaro: “Ya somos campeones olímpicos”. Y enseguida se les sumaron debajo de los tres palos Isidoro Ibarra, Juan Saladino y Facu Callioni. Todos apiñados ahí, en una comunión que le dio una despedida de película a un conjunto alineado siempre con la filosofía de la superación, más allá de circunstanciales cambios de jugadores.
El oro se gestó en ocho partidos con el corazón en la mano. Excepto la victoria sobre Canadá, en la etapa de grupos hubo que levantar la cuesta ante Holanda (3-3) y Alemania (4-4); se sufrió la única derrota en el torneo con la India (2-1) y se pasó la prueba de garantizar la clasificación para cuartos de final ante Irlanda (3-2), una instancia. En esa instancia, el padecimiento hasta el final ante España (2-1) y el aplastante triunfo sobre los alemanes en las semifinales (5-2), que confirmó la condición de favorito para la final. Y una vez en el mano a mano por el oro ante Bélgica, los Leones salieron airosos de nuevo tras la desventaja inicial y sellaron un logro basado en una entrega innegociable.
El triunfo es de todos: de Gonzalo Peillat y sus bombazos de córner (11, con lo que fue el máximo goleador del certamen), de las atajadas de Vivaldi, del juego creativo de Vila y Mazzilli, de la voracidad goleadora de Calloni, del aplomo de Pedro Ibarra y Rossi, del manejo de los tiempos de Brunet y López. Cada uno con sus talentos, los 19 jugadores. También, es la conquista de un cuerpo técnico que ha pasado las madrugadas analizando videos del próximo partido y de los viejos entrenadores-formadores de cada uno de estos chicos, con buenos lazos de amistad en su mayoría. Así flameó en lo más alto la bandera del hockey argentino.
LA NACION