20 Aug Leonardo Sbaraglia, entre Foucault y el mundo del boxeo
Por Alejandro Lingenti
“Yo asumo riesgos, hago experimentos todo el tiempo. Es mi manera de entender la actuación”, asegura Leonardo Sbaraglia cuando se le pregunta por los desafíos que le plantea hoy su profesión, esa en la que viene trabajando ininterrumpidamente desde hace treinta años y que hoy lo mantiene ocupado en múltiples proyectos. Acaba de terminar el rodaje de dos películas: una basada en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued y dirigida por Adrián Caetano , y otra, Nieve negra, de Martín Hodara, que promete hacer mucho ruido en la taquilla, con Ricardo Darín y Dolores Fonzi como compañeros de elenco.
Además, el 25 de agosto se estrenará Sangre en la boca, film de Hernán Belón donde encarna a un boxeador en crisis por la cercanía del retiro. Y todos los miércoles de este mismo mes revivirá ahora en El Picadero (pasaje Santos Discépolo 1857, a metros de Corrientes y Callao) El territorio del poder, un singular espectáculo de alto voltaje político y filosófico en el que se hace cargo de una serie de valiosos textos con la apropiada compañía de la música de Fernando Tarrés.
Mucha actividad, muchos compromisos y el entusiasmo de siempre. Sbaraglia conserva intacta la pasión por su trabajo, se le nota a la legua. “Ahora nos vamos a Córdoba, donde voy a probar también con algunos cuentos”, anticipa. “El puntapié inicial de este espectáculo fue ahí, en esa provincia, y nos fue muy bien, igual que en Mar del Plata, donde hicimos funciones para 500 personas. Estoy muy metido con un relato de Jack London sobre boxeo. Y es obvio que eso tiene que ver con el estreno de Sangre en la boca, que me hizo entrar de lleno en el universo de ese deporte. Me entrené durante unos meses para la película y ahora sigo. Conocí a Diego «la Joya» Chaves y a Fer Muñoz, que son dos genios, y aprendí un montón, igual que Eva de Dominici, que está bárbara en la película. Mi personaje es el de un tipo en crisis que encuentra en una chica más joven una forma de sentirse vivo. Una especie de boxeador existencialista.”
-¿Cuál fue el criterio de selección de los textos que incluyeron en El territorio del poder?
-El espectáculo tiene un antecedente claro. En 2012, el Centro Cultural Haroldo Conti nos convocó a Tarrés y a mí para un homenaje a Rodolfo Walsh. Ahí leí un cuento muy celebrado de Walsh, Esa mujer, y un capítulo del libro Operación masacre. Quisimos ampliar ese homenaje, continuarlo, pero la familia se negó a darnos los derechos. Nunca entendí muy bien por qué, pero fue una pena. Nos parecía completamente dignificante lo que hacíamos. La figura de Walsh es conocida, pero su escritura no tanto. La gente conoce bien la obra de Cortázar y de Borges, pero mucho menos la de Walsh. El criterio fue elegir textos sobre el tema de la apropiación de los cuerpos, el encierro, los mandatos… Lo armamos con mi suegro, Juan Carlos Marín, un tipo muy piola que falleció hace dos años y que trabajó mucho en la investigación de la génesis del genocidio militar en la Argentina. Juan Carlos me pasó textos muy poderosos de Michel Foucault y de Elías Canetti. También incorporamos uno de Ugo Cerletti sobre la electricidad, un texto casi científico, que funciona muy bien. Es un espectáculo duro, que habla del Mundial 78, del Holocausto…
-En 1978 tenías apenas ocho años. ¿Cómo viviste esa época?
-La verdad es que gracias a mi familia tuve una infancia linda, sin grandes problemas. Pero era una época difícil la de la dictadura. Era muy sensible a lo que me rodeaba, a todas las órdenes que recibía en la escuela: cortarse el pelo, tomar distancia, hacer silencio, no preguntar… Me sirvió para entender que si tratáramos con un poco más de amor y con menos órdenes a nuestros hijos, probablemente el mundo sería otro, no tan destructivo como es hoy.
-Y tuviste tu etapa de rebeliones.
-Sí, como todo el mundo. Pero a mi manera, más que nada poniendo distancia. Ése fue mi modo de rebelarme. Me alejé de mi familia porque trataba de encontrar algo distinto por otro lado. Después, el reencuentro fue hermoso. Ya hace unos años que volví con todo a mi familia.
-Tu mamá, Roxana Randón, es actriz y además entrena actores hace años. ¿Cómo influyó ella en tu decisión de dedicarte a esto?
-Tengo un relato que me fui armando con el paso del tiempo. Quizás en unos años tenga otro, no sé… A mí mandaron a hacer psicoanálisis a los siete años. Se supone que para enfrentar mejor armado una operación de adenoides que tenían que hacerme, pero también porque yo tenía en esa época ciertas conductas extrañas: me trepaba mucho al balcón de mi casa, corté un cable enchufado con una tijera de metal… Cosas que marcaban que estaba buscando el límite. El proceso de análisis terminó a los 11 años, cuando empecé a estudiar teatro. Ahí encontré definitivamente mi lugar. De pibe yo jugaba todo el día al fútbol, con mi hermano y mis amigos. Me fascinaba eso, pero lo dejé por el teatro y empecé a sentirme mucho más cómodo. Era más honesto, más verdadero en las clases de teatro que en la escuela secundaria.
-Y de ahí en más nunca dudaste, nunca pensaste en cambiar de rumbo.
-No, pero sí pasé por algunas situaciones que me movieron un poco el tablero. Cuando tenía 18 años, después de hacer Clave de sol, me ofrecieron un contrato de dos años por dos millones de dólares para protagonizar una telenovela. Yo llegué a casa y lo comenté consternado (risas). Era una telenovela con Andrea del Boca. Y no la hice. Básicamente porque no quería y porque no entendía para qué servía tanta plata. Siempre tuve los ideales bien puestos en el ámbito de mi profesión. Por haber tomado esa decisión, algunos pensarán que soy un héroe y otros, un tarado. Yo tengo claro que si esa vez decía que sí, mi carrera hubiera sido otra. Era un pibe, alguien muy endeble, muy frágil actoralmente hablando.
-¿Sentís que tenés alguna debilidad aún hoy?
-Las debilidades de mi trabajo se van limando con la vida, tienen que ver con las propias dificultades que tenés a diario. La vida te va entrenando. A medida que aprendés abajo del escenario, aprendés también arriba. Y viceversa. Hay una dialéctica interesante ahí.
-¿De qué colegas aprendiste algo importante?
-Bueno, acabo de terminar una película con Ricardo Darín. Muy pocas veces trabajé con gente tan grosa como él. De Julio Chávez , también. Son actores extraordinarios, muy refinados. Laburás con ellos y pensás: “Uh… no sé si voy a poder”. Pero son lindos desafíos. Son maestros, actores con una gran conciencia del todo. Ricardo tiene una técnica muy ajustada a nivel del lenguaje cinematográfico. Es muy preciso, sabe trabajar muy bien con la cámara y te ayuda mucho cuando estás con él en una película. Si vos estás dispuesto, aprendés. Son gente con talento y generosidad.
El que cambia es el país
A fines del año pasado, en plena época de ballottage, cuando los votantes argentinos debían decidirse por Mauricio Macri o Daniel Scioli, Leonardo Sbaraglia tomó partido con mucha claridad: apoyó abiertamente al candidato del Frente para la Victoria y definió al actual presidente como “un lobo con piel de cordero”. Para el actor, votar a Macri significaba “tirar todo a la mierda y regalarse a los Estados Unidos”. Hoy, a la distancia, asegura que sigue pensando lo mismo. “Es que en realidad yo pienso más o menos lo mismo desde hace años. El que cambia es el país, que te puede representar más o menos en cada momento. Pero no me gusta que me encasillen, no me gusta el encierro. Uno es mucho más que eso. Obviamente, opinar tiene un costo. Y yo lo vengo pagando. Pero si no opinás, dejás de ser vos. Y eso sí que no me lo permito.”
LA NACION