18 Aug John Lydon, la ira transformada en energía musical
Por Alejandro Lingenti
Pasa algo extraño e inusual con la música de P.i.L., sobre todo porque parece contradictorio: así como puede funcionar a la perfección como símbolo de toda una época -un epítome de la rica historia del pospunk, digamos-, el sonido de la banda no ha envejecido en absoluto. Escuchar hoy a P.i.L. sirve para entender una parte importante del furor por el revival que ha sido moneda corriente en los últimos años en la industria del rock y, naturalmente, para chequear la evolución del añejo proyecto musical de John Lydon, más recordado popularmente por la explosiva y fugaz vida de Sex Pistols que por los casi cuarenta años de obstinada investigación que ha desarrollado al frente del que sin dudas ha sido su plan maestro.
Con banda estable desde la aparición de This Is PiL (2012), el disco que rompió un silencio de veinte años, Lydon mantiene incólumes sus obsesiones de siempre: un repertorio que refleja el policromático cruce entre los delirios de Captain Beefheart, los ritmos robóticos y el espacio para la improvisación de Can, el pulso denso y aletargado del dub que patentaron las producciones de Lee Perry y algunos patrones de la música disco, todo ensamblado con singularidad, osadía y desprejuicio.
Los tres músicos con los que trabaja funcionan muy bien en ese esquema: Lu Edmonds es un orfebre filoso, curtido en sus experiencias con el anárquico art noise de The Mekons, que también consigue proyectarse hacia un sonido espacial con la sobrecarga de efectos. Con la guitarra o el saz (una especie de laúd de siete cuerdas usado generalmente en la música balcánica) estableció en cada tema un diálogo desafiante con las líneas de bajo (y contrabajo eléctrico) sinuosas y entrecortadas de Scott Firth. Y Bruce Smith fue baterista de The Pop Group, lo que implica un conocimiento cabal de las exigencias del pospunk más aventurado. La voz de Lydon ha perdido algo de volumen, matices y espesura, pero conserva intacto su poder de sugestión. Cuando es propicio, además, el veterano rey del punk recurre sin reservas al alarido.
El concierto arrancó puntualmente a las 21 con “Albatross”, un dardo envenado contra Malcolm McLaren que también es el track de apertura de Metal Box, el extraordinario segundo disco de P.i.L., e incluyó unas cuantas joyas muy esperadas por los fans que reventaron una sala cuya capacidad parecía ligeramente excedida: una versión remozada de “This Is Not a Love Song”, uno de los pocos temas del grupo que tuvieron circulación radial en su momento, igual que la elegíaca “Rise”, que calentó un ambiente que explotaría muy pronto con “Public Image”, otra diatriba contra McLaren y la prensa, dos enemigos favoritos de Lydon.
Fue un concierto monolítico y atrapante que puso otra vez en perspectiva la impresionante entereza de Lydon, un artista integral que responde ante todo a sus propias convicciones, con humor, voluntad lúdica, paranoia, exabruptos y una ira que, como bien pudieron comprobrar los que se encontraron con él anteanoche en Vorterix, ha sabido transformar en arrolladora energía.
LA NACION