Éramos tan retro

Éramos tan retro

Por Laura Marajofsky
“Todo tiempo pasado fue mejor”, dice la frase remanida, como si al volver la mirada hacia atrás el presente perdiera por goleada, inevitablemente. Más allá de los fenómenos sociales o históricos, también la moda, la música, el cine y hasta la arquitectura parecen sometidos a esta lógica. ¿Pero qué hay detrás de esta pulsión de rescate? ¿Nos deja algo positivo o es una muestra de la sequía creativa de los tiempos modernos?
El crítico musical Simón Reynolds (autor del libro Retromania: Pop Culture’s Addiction to Its Own Past) sugiere que la era tecnológica nos vuelve víctimas del acceso exagerado la información, ya que con solo hacer click es posible registrar casi cualquier cosa y también excavar y encontrar verdaderos “tesoros” del pasado. Si bien su obra se enfoca funda-mentalmente en la música, lo cierto es que esta tesis puede extenderse al consumo cultural en general.
En esta especie de reciclaje desbocado, cada generación parece tener predilección por un momento puntual de la historia, utilizándolo como una bandera colectiva y también como estandarte personal. Música, ropa, películas y decoración encuentran citas constantes en los años 60 y 70, que son la cara más obvia de la retromania. Desde el furor de los entrañables pantalones Oxford y la ropa folk, pasando por los muebles de estilo escandinavo hasta la eterna saga de Star Wars o la convocatoria masiva de grupos como los Rolling Stones o Queen (no importa cuántos de los miembros originales estén vivos aún). Los 80, en cambio, defenestrados como una década de mal gusto, han recibido menos amor. Así y todo, lograron volver con varios de sus hits, como los colores flúo, el estampado nevado en el denim y éxitos cinematográficos reversionados como el de Footloose o Los Cazafantasmas. Los que pertenecen a la Generación X, ya crecidos, volvieron cool los alternativos y cínicos 90, mientras la incipiente melancolía de quienes los siguen (la generación Y) está transformando la flamante década del doble cero en objeto de culto, con reality shows, el teen pop y las redes sociales. Resta ver si los adolescentes de hoy, los Millennials, sentirán algo de nostalgia por este presente nuestro.
poster-pueblo-twin-peaks
En un plano más amplio, la contracara positiva del fenómeno es que la sociedad empieza a pensar críticamente el pasado. Y mientras tanto, la industria cultural (ni lenta ni perezosa) aprovecha esta instancia. “La nostalgia es un sentimiento poderoso: escuchar esa canción que nos remite a un momento específico, ver una película que nos marcó cuando éramos chicos. Hay un intento deliberado por parte de las industrias de tocar esos botones. Saben bien que la nostalgia es el atajo al corazón de la gente. Estamos en momento de ‘peak nostalgia’, en el que se puede romper el chiche en cualquier momento. Esta exageración puede, efectivamente, matarla: si forzás el sentimiento, lo podés destruir”, apunta casi como advertencia Luciano Banchero, conductor en La Metro y Posta.FM y autodeclarado fan de varios hitos retro.

SÍRVEMELO DE NUEVO, SAM
La moda del rescate emotivo también alcanza a la gastronomía, con la reapertura de lugares históricos (Los Galgos, 36 Billares), la recuperación del patrimonio culinario en barras y cocinas (que vuelven a los ingredientes y recetas autóctonas), y un gusto por el pasado que alcanza a lugares modernos que sirven platos y postres de la abuela. En la coctelería, algunos ejemplos de este revival hoy incluyen una vuelta a los tragos clásicos de los años 20, como el Clarito, el Ferrocarril o el De María; el culto al vermouth, con el siempre cumplidor Cinzano con soda; y los aperitivos como el Campari con naranja, que reapareció con mucha fuerza. Otro ejemplo es la moda de los speakeasies, bares a puertas cerradas inspirados en aquellos que vendían alcohol de manera ilegal durante la prohibición de 1920, y los cócteles embotellados, ambas tendencias importada de los Estados Unidos. También se vuelven a usar en las barras bebidas como Pineral, Hierroquina, Amargo Obrero, Legui y Hesperidina.
Ante la pregunta de por qué se da esta revalorización del patrimonio gastronómico, la respuesta gira en tomo a dos ejes: la posibilidad de encontrar inspiración en el pasado para ofrecer cosas nuevas al público y un oportunismo surgido de la necesidad y el más obvio sentido comercial. “Puede ser que haya cierta desilusión en la mirada hacía el futuro, pero también hay mucha in-formación sobre otras épocas”, arriesga Martín Auzmendi, embajador del Movimiento Aperitivo Argentino y especialista en cultura coctelera. “Además está la necesidad de ofrecer cosas nuevas todo el tiempo, lo que lleva a que se recuperen formatos, ideas, objetos. Si bien creo que sirve conocer la historia y rescatar cosas ‘antiguas’, siempre, al traerlas, hay que ponerlas en contexto y ver cómo funcionan. El vintage, cuando aparece sólo con un halo melancólico o snob, me parece triste y pobre”.
El bartender Fede Cuco explica cómo la crisis benefició la creatividad local. “Con el lío de las importaciones se dieron oportunidades para que surjan productos buenos, como bitters, el gin Príncipe de los Apóstoles o Destilería Helmich, que hace vodka picante y aromatizado de paramella (que es una hierba medicinal patagónica). Por otro lado, gracias a esta moda casi todos los bares están mejor equipados”.
Para saber qué significa revalorizar nuestro patrimonio, ambos especialistas coinciden en que el objetivo no tiene que ser sólo comercial o el de un simple rescate nostálgico, sino un verdadero aporte al presente, que sirva para aprovechar lo que tenemos a favor. “Por suerte Argentina tiene su propia historia para revalidar, como los tragos de Pichín (más conocido como el Barman galante, campeón de de coctelería en los 50), que inventó El Pato; o los de otros viejos barman famosos, como Manolete (que creó el Medias de Seda), Rodolfo San, Eugenio Gallo… En eso tenemos ventajas contra Hong Kong o Polonia, donde todo remite a Nueva York o el Chicago de la ley seca”, cierra Cuco.
Las sociedades se dedicaron a este patchworking desde siempre, sin embargo, hoy cabe preguntarse si no estamos perdiendo la capacidad de innovar al tener todo a nuestro alcance. ¿Qué nos espera entonces? ¿Será acaso, como postula Reynolds, que el pasado tomó el lugar del futuro en la imaginación de la gente? Para Luciano Banchero, la clave es utilizar lo que pasó como inspiración, que es en definitiva el verdadero valor de la nostalgia. Tal vez haya que mirar hacia atrás tanto como hacia adelante, donde todavía brilla la esperanza de que algo bueno está por llegar.
LA NACIÓN