El legado olímpico

El legado olímpico

Por Ezequiel Fernández Moores
El Comité Olímpico Internacional (COI) ya se fue de Río. Pero uno de sus miembros más poderosos, Pat Hickey, permanece sin embargo en la prisión de Bangú. Un año atrás, Hickey recibía en Bakú, sede de sus primeros Juegos Europeos, a treinta y seis Jefes de Estado, incluído Vladimir Putin. Presidente del Comité Olímpico de Irlanda (OCI) desde 1989 y de los Comités Olímpicos Europeos desde 2005, la policía lo sacó semidesnudo del baño de la habitación de su hijo, el miércoles pasado, en el lujoso Windsor Marapendi, de Barra de Tijuca. Eran las seis de la mañana. El ex judoca, de 71 años, está acusado de reventa ilegal de boletos de los Juegos de Río. La prensa irlandesa está azorada. Hickey era un intocable. El video del arresto -filtrado a los medios- lo exhibe en bata, rodeado de policías. Sus “enemigos” (son muchos) se ríen recordándole una vieja película de Michael Caine: “Echale la culpa a Río”.
“Temo que la justicia no apuntará más arriba”. Me lo dice Lucio de Castro. El colega brasileño escribió en Pública sobre el croata nacionalizado estadounidense Sead Didzarevic. Es el verdadero “Señor de los Anillos”. Su nombre, dice De Castro, explica “cómo funciona el lado B” del olimpismo. Dueño de Jet Set Sports y CoSport, empresas que suelen monopolizar hoteles, viajes y boletos de los Juegos, Didzarevic supo acaso antes que nadie, por ejemplo, que Atlanta ganaría a Atenas la sede de 1996. A cambio de su “lobby calificado”, Jet Set ganó cerca de 28 millones de dólares por la venta de los paquetes olímpicos. Implicado en el recordado escándalo de compra de votos de los Juegos de Invierno de Salt Lake City 2002, Didzarevic aceptó ser “testigo protegido” y zafó de ir preso. Pero en Pekín 2008, Jim Moriarty, abogado de Houston, lo demandó furioso porque los boletos para la ceremonia de apertura habían trepado de 750 a 10.000 dólares. Moriarty dijo a De Castro que el COI se parece a la FIFA y que Didzarevic “trasformó los Juegos Olímpicos en un playground de ricos y poderosos”.
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Didzarevic estuvo en Río cinco meses antes de la votación de 2009. Ayudó al triunfo, igual que el ex presidente Lula, el fallecido Joao Havelange y que Jean-Marie Weber, el ex valijero de ISL. El croata viajó luego trece veces más a Brasil. Abrió una filial de Jet Set y asumió el control de Tamoyo Internacional, una agencia de viajes que era la favorita de Carlos Nuzman, presidente del Comité Olímpico de Brasil (COB) y del Comité Organizador Río 2016. De Castro publica contratos, cita sociedades offshore, supuestos testaferros y recuerda el caso de los empresarios detenidos en pleno Mundial 2014 y que revendían boletos de Jet Set en el hotel de la FIFA. “No recibo un salario”, respondió Nuzman el lunes pasado, cuando Folha le preguntó por qué no podía saberse cuánto cobraba. “Dicen que ya llevo mucho tiempo, ¿pero no vio los Juegos que entregué? ‘Sorry’, no da ni para que le responda”. Nuzman, de 74 años, lleva 21 como presidente del COB y quiere irse luego de Tokio 2020, seis mandatos seguidos. “Cínico”, le dijo ayer el periodista Juca Kfouri. Nuzman reiteró que los Juegos se hicieron sin dineros públicos. Del presupuesto total de 12.000 millones de dólares, incluidas obras como el subte, Folha asegura que hay 5200 millones que sí son dinero público. Igual que el presupuesto deportivo 2012/16. Creció a 1148 millones de dólares, pero Brasil ganó apenas dos medallas más que en los Juegos de Londres. A razón de 60 millones de dólares por medalla.
Los Juegos se hacen escenario más generoso cuando llega a la tapa de los diarios (porque ganó oro en Río) un bahiano de 27 años que se metió en el boxeo “para no morir en la calle” y que hoy enseña cuando puede a niños tan pobres como era él en un gimnasio en la periferia de Salvador. Robson Conceicao aprovechó además los micrófonos para pedirle al gobierno interino de su país que no rebaje la imputabilidad de los menores y decirle que un proyecto social ayuda más que la cárcel. O cuando una piba de Ciudad de Dios, como la judoca Rafaela Silva, cuenta que dejaron de llamarla “mono” y ahora le dicen campeona olímpica y abre un gimnasio que lleva su nombre junto con el alcalde de Río, Eduardo Paes. La TV Globo, cuyos columnistas reclaman ahora más ajustes, preguntaba cinco días atrás a Isaquías Queiroz, triple medallista en Río, cómo comenzó a practicar canoa cuando tenía once años en su pueblo de Ubaitaba, en Bahía. “Me gustaba el agua y me anoté en Segundo Tempo”. Es un programa creado en tiempos de Lula. “Son héroes improbables -los llamó la periodista Mariana Lajolo- de un país que sueña ser potencia olímpica”.
Tan improbables acaso como las Simone de Estados Unidos. Una es Simone Manuel, primera negra campeona en la natación olímpica, que habló de la brutalidad policial en su país contra los negros. En los años 60, a una piscina de Florida le tiraron ácido porque iban negros. El 70 por ciento de los negros adolescentes en los Estados Unidos no sabe nadar. La otra es la gimnasta Simone Biles, primera afroamericana campeona mundial en competencia general individual. A su compañera en el oro por equipos, Gabby Douglas, la destrozaron en las redes sociales porque no puso su mano en el corazón cuando sonó el himno de Estados Unidos. Había sido oro en Londres 2012. A la vuelta, contó la discriminación que sufrió de niña de sus compañeras en un ambiente todo blanco: “¿Por qué Gabby no limpia los platos? Ella es nuestra esclava”. Estados Unidos, con otros cuatro países más, se quedó con cerca del cuarenta por ciento de las medallas de Río. Más de cien países ni siquiera subieron al podio. Se habla del modelo de Gran Bretaña, porque le ganó a China el segundo lugar. Su presupuesto cuatrienal vía lotería pública de 460 millones de dólares descarta disciplinas colectivas pero poco exitosas como el básquetbol o el voleibol. El dinero ayuda al nadador Adam Peaty, que ganó oro en Río, pero no pudo evitar que la piscina que lo formó en el club de Derby quedara meses atrás al borde del cierre por falta de fondos.
Los Juegos, es cierto, representan a élites deportivas. Pero el deporte sigue siendo un mundo más inclusivo, un espejo generoso del mundo. “No nos importa que los negros no tengan baños o vivan en casuchas que se derrumban con un chubasco”. No importa tampoco que tengan hambre, que los maten los narcos, que se prostituyan sus madres o hijas y que apenas un diez por ciento de ellos pueda ir a la Universidad. “A los colombianos sólo nos importan nuestros negros en un momento específico del tiempo: en los Juegos Olímpicos cada cuatro años”. Lo escribió Paola Ochoa. El diario bogotano El Tiempo emociona con la historia del boxeador que fue plata Yuberjen Martínez, que arregló bicicletas y vendió mangos y que en marzo pasado, ya olímpico, visitó a su familia en Chirigodo y rellenó tierra con sus hermanos para nivelar la casa con la carretera. Su padre le puso tan extraño nombre para que no lo asesinaran por error, como le sucedió a un vecino.
Colombia, después de Brasil, fue lo mejor de una Sudamérica que, localía mediante, progresó en el medallero. Igual que Argentina, aunque algunos de los mejores especialistas, como los colegas Gonzalo Bonadeo o Ernesto Rodríguez III, piden que el oro no tape el bosque y avisan sobre algunos retrocesos importantes. La delegación nacional, claro, también tuvo emotivas historias humanas, amplificadas por el ruido del “éxito”, que además simplifica el análisis. Ahí tenemos, sino, la historia del atleta Braian Toledo, surgido en Juegos Evita y finalista en Río, y que tan bien retrató el colega Martín Estevez en El Gráfico. Historia de esfuerzo y deseo, pero también de abandono y violencia familiar, de casilla sin agua y del niño que dibujaba por las noches para comprar pan. Conmovido tras la entrevista, y consciente de los miles de Toledo que no lanzan jabalinas, Estevez se resiste a “contar la historia del niño pobre que vence a los obstáculos y se convierte en medallista”. Subirse “a la estúpida teoría la meritocracia, la idea de que con esfuerzo todo se puede”. Y dice: “probá vos despertarte a los ocho años y ver a tu mamá llorando, sola, en un rinconcito de la casilla. Probá acercarte y preguntarle qué le pasa. Y probá escuchar, como escuchó Braian Toledo, a tu mamá decirte: ‘Lloro porque no sé qué les voy a dar de comer mañana”.
LA NACION