08 Aug De postre… ¿querés casarte conmigo?
Por Rodolfo Reich
Una pareja sentada, la mesa vestida de mantel blanco y vajilla reluciente, dos copas de champagne, música romántica, camareros cómplices… De pronto, el novio que se arrodilla, atrayendo las miradas furtivas de mesas vecinas. Y llega la pregunta: “¿Querés casarte conmigo?”.
La escena, extrapolada del corazón fílmico de Hollywood, es más cercana de lo que puede suponerse, y se repite, con infinitas variantes, en decenas de restaurantes locales. “Sobran las anécdotas”, cuenta Ivana Piñar, dueña de Paladar, restaurante a puertas cerradas que, con su hogar encendido durante el invierno, suele ser considerado por blogs y reseñas como uno de los más románticos de la ciudad. “Recuerdo a un sanjuanino, Tomás. Me reservó una mesa, pidió si podía traer música propia y también un vino rosado que hacía su abuelo en San Juan. A la hora del postre, se levantó como para ir al baño, y cuando estaba fuera de la vista de la novia, se me acercó y me pidió cortar la música del salón. De su bolso sacó un miniparlante, con el teléfono puso la música elegida, volvió a la mesa y le pidió la mano a la chica. Fue súper emocionante, terminamos brindando todos, con el vino que él había traído”, cuenta.
De película
La filmografía estadounidense abunda en ejemplos de pedidos de casamiento en restaurantes, desde la proposición que le hizo Walden Schmidt (Ashton Kutcher) a Zoey (Sophie Winkleman) en Two and a Half Men, con fuegos artificiales y Michael Bolton cantando “When a man loves a woman” en vivo, hasta la más austera escena de High Fidelity, con un porrón de cerveza como único testigo. O cuando Drew Barrymore se traga el anillo de diamantes (que había costado nada menos que 8000 dólares) que su novio -encarnado por Edward Norton- había escondido minutos antes en el postre, en el musical de Woody Allen Everybody Says I Love You. Un peligro real, como bien lo alerta la revista GQ de Estados Unidos, en una nota sobre tips para el pedido de casamiento. Allí, la periodista dice: “Dejando de lado el hecho de que es bastante bizarro poner un hermoso anillo dentro del vaso de milk shake, lo más importante es esto: ella se puede atragantar. Se puede atragantar y morir. Y sería tu culpa, y te sentirías muy triste y además serías muy famoso por haber hecho algo tan estúpido. Recordalo: los anillos no matan gente; la gente mata gente”.
Si bien la institución del matrimonio parece estar en crisis (según la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires, desde el año 1990 y al menos hasta 2013, los casamientos se redujeron en un 50%), para muchos las tradiciones mantienen vigencia. Entre ellas, el pedido del casamiento con su consabido cintillo de compromiso asociado. Y, para los que no temen a la exposición, el restaurante parece ser un lugar indicado.
Los ejemplos van de situaciones de lujo a otras más modestas, según presupuesto pero también personalidad de los festejantes. “Una pareja de turistas reservó una habitación en el hotel. El hombre, supuestamente, había organizado un city tour por la ciudad. Pero cuando ella esperaba un auto, en realidad tomaron un helicóptero en Puerto Madero y volaron al Delta, donde les habíamos organizado un almuerzo en un restaurante de la zona. Allí, él le pidió la mano”, cuenta Pablo Casto, conserje del Sofitel Buenos Aires. No es la única propuesta que vivió este hotel de origen francés: su restaurante Le Sud es un clásico la hora de sellar el pacto de amor. “Pasó varias veces, como en el caso de Steven Jung, un cocinero amigo. Él me llamó, me contó sus planes, y pensamos la situación juntos. Le preparé un carro con el postre y, arriba, la cajita con el anillo. Llegado el momento me acerqué con el carro. Romina vio la caja y empezó a llorar. Él se arrodilló y ahí también me puse a llorar yo. Es que Steven trabajó como mi pasante hace muchos años, lo vi crecer como hombre y como profesional, y que se comprometiera delante de mí fue un gran momento. Pero, sea quien sea, siempre es muy emocionante”, explica Olivier Falchi, chef ejecutivo del hotel.
Las historias se repiten, con condimentos propios. Guadalupe Pazos y Jorge Luna venían hablando de casarse, sin definiciones concretas. Ella trabaja en una agencia de comunicación y, entre sus clientes, tiene al clásico restaurante Lo de Jesús. “Estaba comiendo allá con un periodista, y de pronto entró mi novio. Se acercó y vino también el mozo con dos copas de espumante. «No pedimos esto», le dije. Ahí se cortó la música y pusieron un tema, que no es nada romántico pero que es muy nuestro, “Tarea fina”, de Los Redonditos. Y mi novio se arrodilló. Yo no podía creerlo, jamás había imaginado algo así, ni siquiera que me dieran un anillo. Pero me encantó; los mozos sacando fotos y todos aplaudiendo”, dice.
Otro caso: “Nos fuimos a recorrer los caminos del vino a Mendoza -cuenta Maite Elorga-. En Bodega Séptima, la visita terminó con un cóctel al atardecer, frente a la cordillera, para luego cenar en su restaurante María. Estábamos con una pareja amiga, que vivía en Mendoza. Con Edu, no éramos muy de la idea de casamiento, ya vivíamos juntos, nos habíamos comprado una casa, estábamos comprometidos. Pero sí estábamos hablando de hacer una fiesta, para compartir lo que sentíamos con nuestros amigos. Jamás esperaba algo protocolar, pero Edu tiene esa veta color sepia y romántica que le aflora cada tanto. Y en el restaurante, de pronto, se arrodilló y me dio el anillo. Yo, que no me imaginaba ni siquiera con una lágrima en una situación así, me puse a llorar como una Magdalena. Igual, fue discreto, la mesa estaba apartada”.
Del acto al acting
Están los sutiles y están los que prefieren el show. “En 878 nos pasa seguido”, dice Julián Díaz, dueño del lugar. “Son clientes, parejas que tal vez se conocieron en el bar. Este lugar te da cierta impunidad, te permite hacer este tipo de cosas, sin sentirte ridículo. Tuvimos desde anillos dentro de la copa a una vez que para nosotros fue muy fuerte, porque nos pidieron un tema de Sabina en el momento de la proposición. ¡En el 8 jamás había sonado Sabina! Pero cómo negarse, si el amor es más fuerte”, se sonríe.
Las películas dejan varias lecciones; entre ellas, que el final no siempre es feliz. Eso le sucedió a Mariano Akman, antes de que abriera su restaurante Chiuso, en el Doppio Zero de la calle Soldado de la Independencia. “Era un miércoles de noche; un muchacho nos reservó el box 4, que estaba junto a la ventana y apartado del resto del salón. Nos contó cuales eran sus intenciones y pidió que a las 10 en punto le lleváramos una rosa, dos copas de espumante y el anillo en un platito. ¡Pero la chica le dijo que no! El chico nunca volvió…”.
Por suerte, en las anécdotas de los restaurantes, lo usual es el “sí”, con aplausos y brindis incluidos. Como le pasó a Alejandro Féraud, dueño y chef de Alo’s: “El señor hizo su reserva y un día antes nos visitó para consultar el menú. Él quería describirle los platos a su mujer ese día. El plato dulce llevaba el anillo de compromiso, puesto de manera especial para la ocasión. Cuando llegó a la mesa, comenzó: «Acá tenemos este producto, acá este otro… y por acá nuestro anillo de compromiso», seguido de la pregunta crucial. Todo el equipo de cocina y el del salón estábamos atentos, con copas para el brindis. Fue un momento muy lindo”.
Harturo es otro espacio romántico por excelencia. “Tuvimos pedidos de jóvenes, de segundas nupcias, de parejas gays. Pusimos anillos dentro copas, flores en las mesas… Una pareja trajo copas labradas con su nombre y fue muy simpático porque tomaron Coca light – dice Agustina Numer, la anfitriona-. Es muy fuerte para el restaurante que te elijan. Cuando llegan, sentís los nervios del novio, querés ayudarlo. Entre todos, nos esforzamos para que salga bien. Es un desafío que afrontamos con muchas ganas”.
LA NACION