Cerebral, tenaz y ambiciosa: el perfil de una figura inevitable

Cerebral, tenaz y ambiciosa: el perfil de una figura inevitable

A los 68 años, y con una larga trayectoria política, Hillary Clinton logró convertirse en la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Muchos consideran que llegó a ese lugar con el impulso del establishment del país y muy ligada a sus intereses.Aunque nadie le niega un gran oficio y un pulso firme cuando las tormentas arrecian y hay que tomar decisiones frías.
Los republicanos la acusan de ser clientelista y manipuladora, a lo que ella responde con una frase de Eleanor Roosevelt, esposa del ex presidente demócrata Franklin Roosevelt: “Se debe tener la piel tan gruesa como un rinoceronte” para hacer política cuando se es mujer.Ante sus votantes, a los que trata de convencer recorriendo iglesias, bares y centros políticos, dice que sobrevivió a cuatro décadas en la política. “Tengo cicatrices para probarlo”, sostiene.
Son callos tan duros, sin embargo, que le restan espontaneidad y empatía con la gente común, dicen sus asesores. El gesto cómplice, el calor humano, la cercanía, son sus grandes falencias.Hillary Diane Rodham nació y creció en Chicago, en una familia metodista. Su padre era un pequeño empresario de origen galés que le inculcó convicciones conservadoras y republicanas. Pero en los tumultuosos años 60, cuando estudió en la prestigiosa universidad para mujeres Wellesley College, cerca de Harvard, cambió sus ideas políticas al vivir de cerca la lucha por los derechos civiles, las protestas por la guerra de Vietnam y los reclamos por igualdad de género.
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En 1969, ya convencida demócrata, ingresó a la facultad de Derecho de Yale, donde conoció a Bill Clinton. Al terminar los estudios trabajó para una organización de defensa de la niñez. Se casó con Clinton en 1975, tres años antes de que el político se convirtiera en gobernador de Arkansas. Su única hija, Chelsea, nació en 1980.
Hillary abandonó su nombre de soltera. En 1993 se convirtió en primera dama cuando Clinton llegó a la Casa Blanca. Allí decidió tener una participación activa en política, y rechazar el lugar decorativo que le auspiciaban. Impulsó una fuerte reforma del sistema de salud, aunque la oposición la bloqueó.
La infidelidad de su marido con la becaria Mónica Lewinsky casi derrumba su matrimonio. Pese a la humillación que significó, lo defendió para impedir que Clinton fuese destituido por perjurio.
Tras un período como senadora, en 2008 intentó competir con Barack Obama por la Presidencia: fue derrotada en las primarias. Le jugó en contra su voto a favor de la guerra en Irak. Al año siguiente, el mandatario la nombró secretaria de Estado. El atentado contra el consulado de EE.UU. en Bengazi, Libia, fue un golpe a su gestión. También su decisión de usar el mail privado en lugar de las cuentas oficiales.
Aunque en este último caso pudo eludir la investigación del FBI.
Triunfe o no en noviembre, propios y extraños saben que la imagen que la acompaña –mezcla de dureza y frío realismo– es la que le permitió vencer el idealismo de Bernie Sanders y hacerse un sitio en la historia como la primera mujer que pelea por la Casa Blanca.
CLARÍN