Sólo uno de cada diez amigos virtuales está en las buenas y en las malas

Sólo uno de cada diez amigos virtuales está en las buenas y en las malas

Por Gisele Sousa Dias
Hace pocos días alguien contó en Facebook que estaba triste. Inmediatamente, un “amigo” le comentó de manera pública: “¿Querés que te llame?”. No sabemos si llamó, si se vieron o sólo fue una muestra gratis de la devaluación del concepto tradicional de amistad. Lo que sí sabemos es que los investigadores de la Universidad de Oxford se propusieron averiguar, justamente, si el hecho de usar redes sociales significaba que podemos tener más amigos. Así llegaron a varias conclusiones: que sólo acudiríamos a un 10% de todos los “amigos” que tenemos en la red social si necesitamos apoyo, es una de ellas. La otra es que, en una crisis sólo podemos contar con el 3% de toda esa bola de espejitos de colores.
Para el estudio, publicado en el Royal Society Open Science, encuestaron a 3.300 personas. Lo que observaron es que, en promedio, tenemos 155 contactos en Facebook, pero sólo acudiríamos a 14 de ellos si buscamos apoyo. Y a 4 de ellos si estamos atravesando una crisis, buena o mala. El estudio también muestra que el encuentro “cara a cara” sigue ganando la batalla.
“Cuando se confunde a los contactos con amigos ocurren las frustraciones. La amistad es un lazo que se construye y que necesita de la presencia del otro, no ocurre en ausencia del otro”, explica la psicoanalista Miriam Mazover, directora de la Institución Fernando Ulloa. Y explica por qué, cuando uno está viviendo una crisis dolorosa (una separación, un duelo) necesita de los amigos: “En esos casos, la lealtad de un amigo es fundamental porque una crisis sacude y cuestiona quiénes somos y el amigo ayuda a recomponer esa identidad. Es como un jarrón que se resquebraja: pero cuando el amigo ayuda, está, abraza, eso se recompone”.
Se sabe que “los amigos se ven en las malas” y que poder compartir ese momento afianza la amistad. Pero lo cierto es que los amigos también se ven en las buenas: “Hay gente que empieza a competir con el amigo cuando al otro le está pasando algo bueno, que siente envidia y lo critica, que no se alegra por sus logros. Que el otro no esté en las buenas también puede llevarnos a hacer un click y a cuestionar la amistad”, dice Adriana Alonso, especialista en Psicocardiología y miembro de la Fundación Cardiológica Argentina.
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Denise Benatuil, directora de la licenciatura en Psicología de la Universidad de Palermo, agrega: “Desde la psicología positiva sabemos que la amistad es una factor protector, me refiero a una red real no a una red social. Hay diferencias en el modo de relacionarse según cada género: los varones tienden a tener mayor cantidad de vínculos con menor intimidad, mientras que las mujeres tienen menos vínculos pero con mayor intimidad. Lo importante es que, comparado con la gente ermitaña, tener relaciones sinceras con amigos mejora mucho el índice de felicidad”.
Dicen los que saben que mucha gente pone a los amigos en segundo plano, que siempre tienen algo más urgente. Sin embargo, esa red de lazos debería estar en la lista de prioridades: “La amistad es uno de los mejores remedios que existen, mucho más que un psicofármaco”, dice Mazover. “Pensemos en la salud mental: la amistad enriquece los atributos propios (si soy generoso, un amigo me hace más generoso) y lima los defectos.
Me hace salir del egocentrismo, me cultiva la empatía, me mueve a dar más que a pedir”. Alonso cierra: “Con los amigos además, nos reímos: así, usamos todos los músculos del cuerpo y el corazón late más rápido. También se refuerza nuestro sistema inmunológico, y se reduce el estrés, porque con ellos podemos desahogarnos de nuestros malestares. Lo cierto es que para contar a los amigos verdaderos nos sobran los dedos de la mano. Porque cuando existe, uno se entiende cara a cara, con una mirada. ¿Te pusiste a pensar con cuánta gente te podés mirar y entender perfectamente qué está pensando?.

Santi, el capitán con muletas que se hizo famoso por una foto viral
Por Diego Geddes
Es una noche helada en Del Viso. Los papás de los chicos miran a sus hijos desde la tribuna, con el reparo del techo, acurrucados en sus camperas. Uno llevó el termo y toman un mate que vale oro. Pero en la canchita de fútbol pareciera haber un microclima. A los pibes no les importa el frío o el rocío que llega a mojar la cancha. Van detrás de la pelota y sueltan bocanadas de vapor. A lo lejos, Santi Fretes es uno más. Enfocarse en él porque le falta una pierna habla más del observador que del observado. Porque Santi es verdaderamente uno más. La pide a los gritos cuando está solo. Se enoja cuando no se la pasan. Sale disparado para aprovechar el contraataque. Baja a los piques si su equipo necesita un cierre milagroso. Sí hay algo que lo diferencia del resto: es el capitán del equipo, los piben de Unión de Del Viso que esta noche entrenan en cancha grande, preparándose para la “Buenos Aires Cup”, que empieza este domingo.
La historia de Santi Fretes (10) se hizo conocida en mayo de este año, por una foto en la cancha de Racing que se viralizó en las redes sociales. Fue en el último partido de Diego Milito. Santi se paró sobre una de las muletas para ver por sobre el paredón de la cancha y le prestó la otra muleta a Yamil, uno de los amigos de la cancha. La foto la sacó su mamá, Sabrina, y es un retrato maravilloso no solo de lo que representa el fútbol. Esa foto pinta a Santi tal como es, un chico que da sin egoísmo. Un amigo ejemplar. Yamil, el chico de la foto, es uno de sus amigos de la cancha. No se ven desde que terminó el campeonato pero siguen la amistad vía Facebook, todo un símbolo de estos tiempos.
Termina el partido y los 20 chicos se juntan en el centro de la cancha. “Vení, corto, vení para la foto”, dice Santi. El “corto” es Uriel, uno de sus mejores amigos del fútbol. Se abrazan: uno es de Racing, el otro de Independiente. A Santi lo definen como generoso y muy buen compañero. En la cancha grita y da órdenes. Manda el equipo al frente. Y acepta las indicaciones de sus entrenadores cuando le piden que se acerque a sus compañeros Nadie lo trata diferente. Por una malformación congénita, la pierda derecha de Santi no se desarrolló. Por eso anda por la vida con esas muletas que “sufren” a un chico hiperactivo. Es cinturón verde de Taekwondo, anda en bicicleta y va y viene por la cancha de fútbol a una velocidad notable. “Le tengo que cambiar los tapones de la muleta cada dos meses -dice Sabrina-. Y cada seis meses hay que comprar otras muletas. El papá se la reforzó con unos tornillos, pero no siempre aguantan”. Uno entiende lo que es Santi como chico cuando ve a los papás. No les sobra nada, pero tampoco quieren victimizarse: la fama repentina de Santi podría servirle para pedir mejores muletas, una prótesis o una mejor cobertura social. No lo hacen. Así es Santi. “Anda en bici, a caballo. Se tira de todos lados. Se lastimó unas cuantas veces, pero se levanta y sigue”, dice Sabrina. Habla de su hijo, el capitán. El amigo del año.
CLARIN